Por esas inexplicables decisiones de los esquivos dioses se dan cita, con muy pocos días de distancia, dos modernas producciones de una de las óperas fundamentales del siglo XX: Wozzeck, de Alban Berg, basada en el drama de Georg Büchner. Su Woyzeck, estrenado en 1837, no se vería en Viena hasta 1914. Ahí la conoció Berg, que esencializó y proyectó al reino de lo metafórico el drama original, dándole una densidad y una profundidad extraordinarias sin dejar de mantener las constantes que lo definen.
La ópera de Berg es, sobre todo, un drama musical condensado, que hace desfilar ante nuestros ojos, como en una serie de secuencias cinematográficas, todo un cúmulo de situaciones, presentadas de forma magra y concisa, servidas por una música fulgurante, enjuta, de una claridad expositiva única y dotada de una incandescencia que nos hace meternos de cabeza en las redes de la emoción. Asombra la habilidad del compositor para calar en el drama y dibujar tan certeramente a los personajes. Cada uno de los tres actos y cada una de las cinco escenas que los estructuran poseen una construcción propia que se inspira, en un dispositivo de endiablada perfección, en formas musicales antiguas. Al soporte orquestal se suma una escritura vocal que explota, muy elegantemente, todos los estilos: coloratura, canto spianato, declamación rítmica, recitativo melódico…
Hemos hurgado en las dos propuestas que se nos ofrecen ahora en Barcelona (a partir del 22) y Valencia (desde el 26). La primera tiene como director musical a Josep Pons, que ya gobernara la ópera en el Real hace unos años defendiendo una producción de Calixto Bieito. El maestro catalán tiene las cosas muy claras, como suele ser hábito en él y opina que la ópera abre multitud de caminos a partir de esquemas tradicionales vistos desde nuevas perspectivas, con modulaciones rítmicas y armónicas y constantes cambios de compás.
Aporta, señala Pons, nuevos aspectos dramáticos, que conectan con las tesis de Ingmar Bergman: “No hay buenos y malos, todo es mucho más complejo; una extraordinaria reflexión desarrollada sobre una forma perfecta que presenta una enorme dificultad interpretativa. Todo ha de sonar transparente, lo que supone clarificar la técnica instrumental. Y vocalmente es brutal, muy exigente en un trabajo que busca un espacio interior, íntimo; algo heredado de Wagner en el fondo, pero que tiene lugar en un mundo extremadamente expresionista.
Los primeros acordes de la partitura, que juega entre el atonalismo y un naciente serialismo, podrían haber sido escritos, efectivamente, por Wagner”. En la producción liceísta, firmada por el artista William Kentridge y estrenada en Salzburgo en 2017, se quiere que confluyan todas las artes expresionistas. Todo se desarrolla en un escenario inmóvil con un fondo de variadas imágenes en las que predomina un tono gris. La pretensión es que sea un alegato antimilitarista ambientado en la I Guerra Mundial.
Mimbres vocales
Actuará un competente equipo vocal, con el veterano barítono Matthias Goerne en la parte principal. Su arte como liederista, su tinte vocal oscuro, sus sonoridades a veces engoladas pueden venir bien a la claustrofóbica narración, en la que participa como Maria la soprano Annemarie Kremer. Estarán muy bien secundados por Torsten Kerl, Mikeldi Atxalandabaso, Peter Tantsits, Rinat Shaham, Peter Rose, Beñat Egiarte, Scott Wilde y Äneas Humm.
No se queda atrás la producción del Palau de les Arts, que proviene de la Bayerische Staatsoper de Múnich, donde se exhibió en 2008. Su creador escénico, Andreas Kriegenburg, subraya a El Cultural el carácter político de la obra de Büchner, acentuado por Berg. “Hemos querido respetar eso en nuestro acercamiento”, dice. “Todo arte que describe la brutalidad y crueldad de la pobreza es político. No mostramos el mundo real que rodea a Wozzeck. Intentamos ver el mundo a través de sus ojos y resaltar cómo él lo percibe, distorsionado por el miedo constante, lleno de figuras grotescas y monstruosas que parecen salir de una pesadilla. Solamente las personas a las que ama, María y su hijo, le parecen normales. Las ama y aun así acabará matando a la madre”.
No está nada mal tampoco aquí el reparto, presidido en este caso por el barítono sueco Peter Mattei, un cantante sensible y matizador. A su lado, la gran soprano holandesa Eva-Maria Westbroek. El tambor mayor será en este caso Christopher Ventris. Ambos han dejado ya huella de su valía en Les Arts en años anteriores. Aparte, otras voces de interés: Andreas Conrad, Tansel Akzeybek… Y en el foso, el titular de la Orquesta de la Comunidad Valenciana: el sólido y competente, fino analista James Gaffigan.