Señalamos en el arranque del curso como hito de especial interés la programación, dentro de la serie Tutto Verdi de la ABAO, de Jérusalem, ‘rifacimento francese’ de I lombardi alla prima crociata (1843). La nueva grand opéra se estrenó en París en 1847 con el título de Jérusalem. Royer y Vaëz firmaron el libreto. Después se hizo una traducción al italiano y se estrenó, como Gerusalemme, en La Scala en 1850. Verdi se contagió aquí del espíritu de la llamada grande boutique, en la línea de Cherubini, Spontini, Rossini y Donizetti. Curiosamente, los autores del texto habían sido los del libreto de La favorite de este último autor.
Verdi la escribió contagiado por el espíritu de la llamada grande boutique de Cherubini, Rossini y Donizetti
La nueva ópera gira sobre un texto mucho más elaborado que el original de Solera, con lo que la obra, que se reinstrumenta y prácticamente se recompone, gana muchos enteros. Se escribe, por ejemplo, un nuevo Preludio. El personaje de Oronte, tenor, se transforma en el de Gaston, para el que se reelabora un aria de nuevo cuño, O mes amis (no confundir con la casi homónima de Donizetti). Un eco de su melodía se reencontrará años después en el aria Son giunta!… Madre, pietosa vergine de La forza del destino del propio Verdi.
Por supuesto, un Verdi más sabio y en posesión de todos sus medios, dota a la partitura de un tejido mucho más rico y de una unidad, de una ligazón que preludia los grandísimos logros posteriores, aunque conservando mucho de lo bueno de la obra primigenia, así esa exquisita aria de tenor La mia letizzia infondere, en la nueva versión Je veux encor entendre, un Andante lírico y gozoso, quizá la música más célebre de la ópera. La fresca melodía, con gioia, en compás de 3/4 y la mayor, está poblada de adornos y de frecuentes indicaciones dolce; como la del cierre, en un la 3 delicadísimo, en piano; aunque no falten solicitudes de canto con slancio.
Son aspectos canoros que encajaban bien con los medios y estilo del tenor que estrenó la obra parisina, Gilbert Duprez, creador, por cierto, años atrás, de Lucia di Lammermoor de Donizetti y recreador de Guillaume Tell de Rossini, dotado de una pura voz de lírico con cuerpo; en lo que quizá aventajaba al primer Oronte en I Lombardi, Carlo Guasco, de estuche más pequeño y creador a su vez, en 1844, de Ernani. El papel de Hélene estuvo en la garganta de la soprano Madame Julian van Gelder, que tenía el gran antecedente, en la obra anterior, de la robusta Erminia Frezzolini.
Garantía vocal
El reparto es bastante lucido y aparece dominado por la voz de lírico-spinto de Jorge de León, tenor de poderosos medios, de agudo restallante, de fraseo bien cincelado, no especialmente exquisito en sus maneras, atentas sobre todo a mantener la columna básica de una emisión di forza. A su lado figura la gentil soprano Rocío Ignacio, de refinada musicalidad, a la que quizá, con su vibrato stretto, no vemos del todo en una parte de cierto fuste dramático. Pero es cantante inteligente y sabe medir sus fuerzas.
El resto del reparto ofrece garantías: Roger es el siempre eficiente bajo Michele Pertusi. En los demás cometidos se anuncian buenos solistas, como los tenores Moisés Marín y Gerardo López y los bajos Fernando Latorre y David Lagares. Ocupa el podio el competente Francesco Ivan Ciampa, que gobernará el buque conducido escénicamente por el fantasioso Francisco Negrín sobre decorados del activo en tantos campos Paco Azorín.