Un Parsifal entre Buda y Cristo
Momento de la obra Parsifal. Foto: Javier del Real
Una de las citas de mayor interés de la temporada del Real se producirá este sábado (2) con el estreno en Madrid de la producción de Parsifal de Wagner proveniente de la Ópera de Zurich y del Liceo, donde se estrenó en 2011. Puede que sea demasiado pronto para traer de nuevo este título al coliseo madrileño cuando no hace ni tres años que se exhibió en él, bien que en versión semiescenificada, dirigida por Helgenbrock, en plena era Mortier. Pero la importancia de la obra y la calidad de la puesta en escena abonan la decisión. El responsable Claus Guth, amigo de buscar y rebuscar significados ocultos, hizo en su día un trabajo minucioso que es interesante revisar.Parsifal, el testamento musical de Wagner, es una ópera pararreligiosa, una reflexión profunda sobre una manera de ver la vida y la muerte; un repaso a las cuestiones éticas fundamentales que preocupaban al compositor. Las narraciones Parzival y Titurel de Wolfram von Eschenbach estaban en la raíz de la historia, plasmada en un poético libreto rematado en 1877. En 1882 Hermann Levi dirigía en el Teatro de Bayreuth la primera representación. Los famosos motivos conductores son aquí, a lo sumo, unos 20, que se engarzan, acoplan, mutan con una variedad asombrosa, tejiendo una tela de una reconfortante densidad. La tensión, el flujo imparable de la música es impresionante y deriva de la permanente aplicación de un arioso melódico y del manejo de una armonía tonal tendente a la bitonalidad. Diatonismo, modalismo, la polarización del material temático, el uso de acordes sorprendentes y de variados colores contribuyen a levantar un edificio musical extraordinario.
Guth sitúa la acción entre las dos guerras mundiales del siglo XX: "La llegada de Parsifal en el tercer acto para salvar el templo del Grial sintetizaba el clima emocional en el que se encontraba la Europa del momento. Es por ello que el espacio escénico está situado en una imprecisa contemporaneidad ligada al citado periodo. Se trata de una metáfora que refleja la fuerte depresión en el ánimo de los ciudadanos; de desorientación espiritual". Naturalmente, el director de escena no puede olvidar el fuerte contenido filosófico en una obra que, para él, no es religiosa ni antirreligiosa: "Aquí se da una extraña combinación del pensamiento de Schopenhauer con ideas budistas e iconografía cristiana".
El reparto vocal madrileño es de general garantía. El papel del inocente protagonista lo van a cantar Christian Elsner, de voz recia, algo nasal (siete funciones) y Klaus Florian Vogt, de timbre claro y sonidos blandos (tres funciones). Kundry es la muy competente Anja Kampe, algo falta de metal dramático. Amfortas es Detlef Roth, barítono algo desleído de timbre pero que encarna al sufriente personaje con mucha convicción. Evgeny Nikitin será un aceptable Klingsor, mientras que Titurel aparece servido por la voz joven y oscura de Ante Jerkunica. La parte fundamental del narrador, Gurnemanz, se reserva para el rocoso y oscuro Franz Josef Selig, de dudosa espiritualidad, pero firme y sólido.
La batuta flamígera de Semyon Bychkov, de trazo seguro y voluta contagiosa, es la encargada de llevar a buen puerto la difícil embarcación. Aquella magnífica Elektra de hace unos años nos permite esperar lo mejor.