Teresa Berganza se ha retirado sin hacer ruido. Hace unos meses que ya no se prodiga por los escenarios y que sólo le canta a los grabados de su casa vermeeriana de El Escorial, que almacena cada uno de los 180 discos que han alumbrado su carrera y donde ha habilitado un museo de premios. “He tenido voz durante 53 años”, explica la mezzosoprano madrileña a El Cultural. “Hasta que un día, no hace mucho, sentí que tenía que arrastrar algunas notas y que me costaba respirar. Entendí que había llegado mi hora. Sin frustraciones, ni más vueltas de hoja. Y sin rueda de prensa, claro”. Ahora está feliz de inaugurar el apartado de “excepciones” de su agenda a propósito del homenaje a la soprano Victoria de los Ángeles que ha organizado en el Teatro Español de Madrid la Fundación que lleva su nombre. “Eso es otro cantar”, bromea. “Nunca me atrevería a decir que no a Victoria. Vengo de impartir unas clases magistrales y estoy algo cansada. Pero haré todo lo que pueda por cantar”.
Con o sin voz, el próximo lunes será la anfitriona de esta velada en recuerdo de una de las grandes figuras del canto español, cuando se cumple un lustro de su discreta desaparición, a los 81 años de edad y sin un solo síntoma de divismo. En torno a Teresa Berganza y la también mezzo Elena Obraztsova la Fundación Victoria de los Ángeles ha querido reunir a algunas de las voces más pujantes del panorama lírico actual: las sopranos Cecilia Lavilla Berganza, Ángeles Blancas, Milagros Poblador y Ofelia Sala, el barítono Enric Martínez-Castignani y el tenor David Alegret. Al piano se sentarán Miguel Ituarte y Aurelio Viribay, junto a los que actuará también la flautista Mónica Climent en un concepto de recital, coordinado por Mario Gas, que se ha propuesto conjugar en un mismo espacio pasado, presente y futuro de la escuela de canto española.
Pregunta. ¿Recuerda la primera vez que escuchó la voz de Victoria de los Ángeles?
Respuesta. Esas cosas nunca se olvidan. Fue una tarde que vino mi padre a recogerme al conservatorio. Me contó que acababa de escuchar a una prometedora soprano catalana. Al llegar a casa, pusimos la radio y quedamos fascinados con su talento.
P. Pasó los últimos años de su vida escondida de los medios. ¿ Cómo cree que le hubiera gustado que la recordaran?
R. Sin duda, sonriendo. Porque fue una mujer luchadora, que pudo con todo, sin llamar nunca la atención. De vez en cuando se agradecen estos homenajes que nos invitan a mirar al cielo y buscar las estrellas que un día nos iluminaron.
P. ¿Sobre todo aquí, en España?
R. Le diría que sí. Pero luego una ve lo que ha pasado con la australiana Joan Sutherland y ya no sabe qué pensar.
-Porque a usted ¿cómo le gustaría que la recordaran?
-He tenido una vida plena. He hecho lo que me he propuesto. Y a mis 75 años no puedo ser más feliz. Sé que la muerte anda cerca, y lo tengo completamente asumido. No quiero ningún tipo de parafernalia, ni salir en ningún lado. Quiero dejar de ser Teresa Berganza con el mismo comedimiento con que empecé.
P. ¿Sigue siendo tan devota como a los 15 años, cuando un arrebato místico a punto estuvo de entregarla a los conventos?
R. No soy nada devota, aunque sí muy espiritual. A lo largo de mi vida me he encontrado con personas que me han hecho perder la fe. Practico yoga, me interesan mil culturas diferentes y viajo compulsivamente. No necesito más.
P. El Príncipe de Asturias que compartió con Alfredo Kraus, Plácido Domingo, Montserrat Caballé, Victoria de los Ángeles, Pilar Lorengar y Josep Carreras, ¿era el premio a una generación?
R. Pienso que sí hubo una escuela de canto característica de España que ha ido cristalizando en sucesivas generaciones. Porque antes que Conchita Supervía, ya teníamos a María Malibrán y a Pauline Viardot. El Príncipe de Asturias fue el reconocimiento a una generación de voces que reinó en el mundo.
P. ¿Sobre el mismo trono que ocupan ahora los directores de escena?
R. Lamentablemente sí. Muchos se están haciendo un nombre a costa de los jóvenes cantantes, que no pueden sino aceptar sus condiciones. Hablo de una piscina que no se explica, de desnudar a la gente constantemente o de travestir a Nerón a cuento de no sé qué concepto. Recuerdo un Così fan tutte en el Teatro Real en el que se cambiaba la marcha militar por la internacional. Me levanté y me fui. Sin más.
P. Como profesora de canto, ¿qué diría que caracteriza a los talentos de nuestros días?
R. Desde luego, tienen muchas más posibilidades que en mi época. Yo me pagué las clases de canto actuando en el cine con Carmen Sevilla o haciendo la segunda voz a Juanito Valderrama.
P. Y en lo que respecta a los públicos, ¿cuánto han cambiado las cosas?
R. No me atrevo a dictar sentencia. Pero recientemente tuve una malísima experiencia durante la Novena mahleriana de Abbado en el Auditorio. Me refiero a las toses, al móvil que sonó y a ésos que al final del concierto se quedaron esperando a la propina. No hay derecho.
P. Compartió cartel con Argenta, Barenboim, Klemperer, Solti, Abbado... y hasta se enfrentó al mismísimo Karajan.
R. Fui una insensata. Iba a debutar en la Ópera de Viena con Schwarzkopf y Dieskau. Y me dijo que mi voz no funcionaba. Le contesté, educadamente, que el que no funcionaba era él.
P. ¿Habrá segunda parte de su biografía Flor de soledad y silencio?
R. Seguro. Hay una Teresa Berganza que la gente no conoce: la que eligió ser mujer y madre, la que no renunció a su familia por ningún teatro. Me los llevaba a todos en primera, con hotel de lujo y niñera. Unas navidades que canté en el Met, me volví con 100 dólares.
P. Hace poco acudió a la reapertura del Teatro Colón de Buenos Aires. ¿Faltan lazos de hispanidad en la ópera actual?
R. Sería maravilloso que el Colón pudiera colaborar con el Liceo o el Teatro Real. La cultura latina anda sobrada de cantantes, compositores y directores de prestigio. Por no hablar de esa gran literatura aún pendiente de libreto.
Escuela de canto española
Teresa Berganza irrumpió en la escena vocal española como un fúlgido diamante. El suyo era un instrumento luminoso, pero provisto de claroscuros, el de una mezzosoprano muy lírica o aguda, en la línea de una compatriota muy anterior, Conchita Supervía, de tan corta pero sustanciosa carrera. Aunque, eso hay que subrayarlo, los timbres y las maneras eran distintos. Pero tanto una como otra eran dignas herederas de la tradicional escuela española de canto inaugurada y sistematizada a principios del XIX por Manuel García y que tan excelentes frutos ha dado a lo largo del tiempo. Supervía y Berganza son ejemplos; pero también lo son Pilar Lorengar, Montserrat Caballé o la excelsa Victoria de los Ángeles, a la que ahora se rinde tributo muy oportunamente. La mezzo madrileña, de límpida emisión, técnica segura, dicción nítida y expresividad muy justa, gozó de un instrumento vocal privilegiado por su frescura tímbrica y su variado y bien administrado colorido, que la facultaron para acercarse a Mozart, a Rossini y a la canción española de forma inimitable. ARTURO REVERTER