'Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny' en el vertedero de La Fura dels Baus
Mortier se estrena este jueves con una metáfora de la desolación
27 septiembre, 2010 02:00Escenografía de Mahagonny en el Teatro Real.
Una cicatriz de diez centímetros marca el pecho de Measha Brueggergosman y confirma su condición de soprano heroica. Hace dos veranos que la operaron de urgencia y a corazón abierto. Y desde el aneurisma dice no temer a la muerte. Su última osadía consiste en un disco de arias en el que tutea a Wagner y se mide a las valquirias. Al Teatro Real llega "convocada por la coincidencia" para interpretar, como cabeza de reparto, a la prostituta Jenny Smith de Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny, ópera del compositor alemán Kurt Weill sobre un libreto de su compatriota y amigo Bertolt Brecht.A sus 33 años, el catálogo de voces de la canadiense abarca desde Berlioz y Beethoven a Gershwin y Poulenc, sin escatimar en sesiones de cabaret ni renunciar a los negro spirituals de sus primeras apariciones. Muchos le auguran un futuro prometedor en el repertorio dramático, pero ella prefiere seguir "de freelance" algún tiempo más antes de desgañitarse con Isolda. "No persigo repertorios, sino situaciones", cuenta a El Cultural desde una terraza de la Plaza de Oriente. "Busco un qué, un quién y un dónde hacer adecuadamente las cosas, y en pocas ocasiones se han alineado tanto los planetas como aquí". Se refiere al triple motivo (Madrid, Mortier, Mahagonny) que propició anoche su debut operístico en España. Durante algo más de dos horas su cara copó las pantallas de los 15 países que retransmitieron en directo el arranque oficial de la era Mortier con ocasión de la primera producción propia de la temporada. Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny se estrenó en 1930, pero su mensaje ha sobrevivido en el formol de las crisis recurrentes. "Por eso, cuando el público llega a la sala, el telón ya está subido", explica Álex Ollé, cofundador y director, junto a Carlus Padrissa, de La Fura dels Baus, responsable del concepto escénico que sitúa la acción en un vertedero que funciona como metáfora de la marginalidad y de las sociedades residuales que genera el capitalismo desatado. "Al llegar, la gente se encuentra por los pasillos y vitrinas del teatro con carteles con los nombres de los tres prófugos y fundadores de Mahagonny", una ciudad fantasma, perdida en la costa sur de los Estados Unidos, en el punto exacto donde accidenta el furgón policial que transporta a los ex convictos.
Corren los años veinte, el coletazo de la crisis, los fraudes fiscales, las mafias y demás sociopatías, y el trío protagonista (Leokadia Begbick, Fatty El Apoderado y Moisés de la Trinidad) decide montar en pleno desierto un locus amoenus de la depravación y el despilfarro, un templo al consumismo donde el dinero llama al vicio, y éste contesta a cobro revertido.
Whisky on The Doors. La primera en aparecer por la ciudad-trampa es Jenny, seguida de otras compañeras de profesión, que toman las calles en busca de clientela al ritmo funesto de Alabama Song, que es el origen y esqueleto del espectáculo, y una de las partes más reconocibles de la ópera. Es lo que tiene que David Bowie o The Doors popularizaran, amén a sus cánones, el estribillo del "next whisky bar", o que Woody Allen lo incluyera como inquietante leitmotiv de su Sombras y niebla.
Los archivos de la Fundación Kurt Weill recogen al menos 60 producciones diferentes de Mahagonny en sus ocho décadas de existencia. La primera versión, que encargó a Kurt Weill el Festival de música contemporánea de Baden-Baden, no es la ópera que conocemos hoy, sino un primer esbozo sobre poemas del propio Brecht y Elisabeth Hauptmann, desarrollados en forma de singspiel (opereta alemana) y escenificados sobre un ring de boxeo.
La segunda versión, presentada en la Opernhaus de Leipzig en 1930, proponía en sus tres actos un planteamiento mucho más ambicioso, musical e ideológicamente. A la hibridación de estilos de la partitura, que van del neobarroco al jazz, de la música popular a los interludios de atonalidad, Brecht añade un entramado argumental, esta vez en inglés, que pone la lupa sobre la letra pequeña de las sociedades capitalistas. "Allí donde las personas sin recursos se convierten en residuos, en detritus humanos", aclara Padrissa.
Reciclaje escénico. Recogen las crónicas de la época que durante el estreno la policía tuvo que asistir a Weill y Brecht, que vio frustrado su desenlace con pancartas comunistas. "Nuestra lectura del libreto, aunque tiene pancartas, pone más el acento en los problemas reales de la sociedad actuales que en las ideologías", continúa Padrissa. La crisis, el calentamiento global o la pérdida de valores están presentes en la "psicología social" con que La Fura aborda el libreto, partiendo de la idea de los "residuos humanos" acuñada por el filósofo Zygmunt Bauman. "No sé dónde leímos que cada uno de nosotros genera tres kilos de basura diaria, lo que enseguida te da una idea visual de un vertedero".
Han pasado cinco años desde su debut en el Teatro Real con La flauta mágica de Mozart, un montaje en el que desplegaban todo un abanico de recursos tecnológicos y audiovisuales, que desde su presentación en Salzburgo hace 11 años han caracterizado su ejecutoria. Sin embargo, Mahagonny está planteada desde las antípodas como una vuelta a las esencias de la compañía, que por medio de un trabajo más directo con los materiales, y sus diferentes usos, aspira a una reflexión más visceral que intelectual. "Nos parecía que trabajar en una historia en la que no tener dinero es un delito nos obligaba a ser austeros y a no caer en lujos escénicos. Lo que sobre de presupuesto en esta producción, que sirva para la siguiente". Es lo que en la jerga furera se conoce modestamente como "coherencia metalingüística".
El próximo 9 de octubre, Radio Clásica retransmitirá en directo la función, que esa tarde se ofrece a precio reducido. Excelente ocasión para asomarse al universo weilliano sin los aditivos de musical que han inspirado otras producciones. "Si piensas en toda la técnica que exige mi rol y lo fácil que suena al oído del espectador, te puede resultar ingrato", alega Brueggergosman. "Es cierto que el origen de la ópera está en los diez números musicales y la orquesta de cabaret que se vio en el Festival de Baden-Baden", añade Pablo Heras- Casado, quien dirigirá en las doce funciones previstas hasta el 17 de octubre a la Sinfónica de Madrid y al nuevo coro titular. "Pero de ahí a considerar la versión definitiva un musical, como se ha pretendido en ocasiones, es tan disparatado como querer montar El anillo en Broadway".
Terciopelos y dorados. Para el director granadino, estrecho colaborador de Mortier en su etapa parisina, la ópera de Weill comparte entidad con los grandes títulos del siglo XX, "al lado de Wozzeck de Berg o Pelléas et Mélisande de Debussy". Motivo por el cual reconoce haber trabajado la partitura a conciencia y viajado a la sede de la Fundación Kurt Weill de Nueva York para recopilar documentación y poder reconstruir el puzzle de una partitura que ofrece múltiples alternativas. Como el Dúo de las grullas que interpretan Jenny y Jimmy, uno de los cuatro leñadores llegados a Mahagonny desde Alaska y última víctima del sistema. "El libreto de Brecht es un tiro a bocajarro en la conciencia de la gente. Y creo que llevar este tipo de mensajes a la ópera, un sitio dado a los terciopelos y los dorados, es cuando menos un acto de valentía", concluye.
La caída del "imperio de los vicios" viene preludiada por la amenaza de un huracán y el definitivo asentamiento de la ley marcial del "todo vale". Al final, los habitantes de Mahagonny cantan juntos Nadie puede hacer nada por nadie. Brueggergosman reconoce que el desenlace no es precisamente alentador. Lo dice mientras acaricia un tatuaje en el antebrazo donde, cada poco, va añadiendo palabras (autocontrol, sabiduría, risa, verdad, perdón...) como ingredientes de una receta secreta.
Luz de Gas a la memoria de Weill
El junio de 2007 se inauguraron Las Naves del Matadero del Teatro Español de Madrid con una nueva producción de Mahagonny a cargo de Mario Gas. El propósito de tan ambicioso proyecto, presupuestado en 1, 2 millones de euros, era girarlo varios meses por teatros españoles, empezando por el Lliure de Barcelona. Sin embargo, en cuanto la Fundación Kurt Weill se hizo eco de la interpretación ad libitum que en Madrid se estaba haciendo de la partitura (cantada en castellano, con micrófonos y una orquesta "sintetizadora") retiraron los derechos de la obra a Gas, que alegó haber sido víctima del "fundamentalismo histórico" en inocente tentativa de "fusionar ópera, zarzuela y musical" en una lectura "a todas luces fiel al original".