El pianista onubense Javier Perianes (1978) acaba de lanzar al mercado su última grabación, dedicado esta vez solo a Chopin. Hace pocos meses nos ofrecía un recital centrado en la idea de la muerte dentro de los Grandes Ciclos de la Fundación Scherzo. Tocó de manera formidable la gran Sonata n.º 2 en Fa menor del músico polaco, prácticamente idéntica en lo que recordamos a la que contiene el CD, grabado en las mismas fechas.
Destaca la finura del pianista, cada vez más seguro de sí mismo en un momento de absoluta plenitud. Los matices, las suaves regulaciones, los fraseos medidos y exquisitos, las sutilezas y refinamientos nacidos de un temperamento y de una elegancia innata nos llegan de nuevo. Lo mismo que la capacidad de penetrar en los entresijos de los pentagramas y descubrir sus más ocultos y recónditos mensajes líricos. Perianes otorga la debida relevancia a esa partitura fúnebre, con eje en el soberbio y luctuoso segundo movimiento, cuya sección central es cantada con la mayor de las delicadezas sin caer en dengues y elongaciones innecesarios y de mal gusto. El dificilísimo y vertiginoso presto final es tocado con una aérea suavidad.
En la Sonata n.º 3 en Si menor Chopin alcanza una nueva cumbre. La energía casi telúrica del primer tema, que enseguida tiene el debido contraste lírico, mueve la composición, que avanza imparable. Sin problemas en el impetuoso virtuosismo del scherzo, tocado aquí con una limpieza inmaculada. Para llegar al largo, una de las más elevadas cimas de la inspiración del compositor, que es desgranada con una delectación estratosférica por las manos de Perianes. Música recogida, de inefable profundidad. Virtuosismo de pura cepa el que se exhibe en el presto non tanto conclusivo, un movimiento que tiene el aire de un perpetuum mobile.
Las tres Mazurkas op. 63 actúan aquí de acompañantes y juegan el papel de una especie de marco, de nexo, de tapiz. Y qué mejor cierre que la n.º 3, un exquisito allegretto tocado con un mágico pincel acuarelístico.