Intervalos desmañados, escalas de tonos enteros, estricta repetición de los fragmentos melódicos más sencillos y densos acordes de acompañamiento arrojados con la suavidad de una granada de mano. Así define el crítico Ted Gioia (nacido en Palo Alto, para más señas) los recursos que el pianista Thelonious Monk (Rocky Mount, Carolina del Norte, 1917-Weehawken, Nueva Jersey, 1982) lanzó sobre los escenarios a lo largo de su carrera. Como los empleados en 1968 en las tablas del humilde salón de actos del Palo Alto High School, concierto grabado por un conserje y que ahora sale a la luz gracias a la discográfica Impulse, al productor Danny Scher (promotor de la ya legendaria actuación) y a T. S. Monk, reconocido batería de jazz e hijo del que fuera pionero e impulsor del jazz moderno junto a figuras como Dizzy Gillespie, Charlie Parker, Miles Davis, Sonny Rollins, John Coltrane o Milt Jackson.
El 27 de octubre de aquel mítico 68 Monk debía actuar también en el Jazz Workshop de San Francisco pero, convencido por el aún adolescente Scher y seguramente identificado con los vecinos de mayoría negra de la zona este de Palo Alto (hoy deslumbrado por el tecnológico Silicon Valley), Monk aceptó el desafío bajo el compromiso de llegar a tiempo al concierto vespertino de la ciudad del Golden Gate. Pero el jovencísimo productor no podía prometer nada. No tenía edad para firmar contratos (lo hizo el di- rector del instituto por él), tampoco tenía coche para los traslados (su hermano se encargó de recoger a Monk y su grupo con el mástil del bajo fuera de la ventanilla dirigiendo el rumbo de la historia), ni dinero para el caché (que solventó incluyendo publicidad por primera vez en el programa “gratuito” del concierto).
Solos... y acompañados
Así, a las dos de la tarde, a un par de dólares la entrada, y en medio de la convulsión social que la reciente muerte de Martin Luther King produjo en la sociedad estadounidense, el cuarteto de Thelonious Monk (Charlie Rouse al saxo tenor, Larry Gales al bajo y Ben Riley a la batería) arrancó su comparecencia. Dio uno de los conciertos más importantes de su carrera con un auditorio repleto de población negra, movilizada para la ocasión por el propio Scher.
Monk reconocería aquella hazaña después de interpretar Ruby My Dear, un duelo magistral entre Monk y Rouse, Well You Needn’t, tema de 13 minutos con solos de cada miembro de la formación, el clásico de Jimmy McHugh Don’t Blame Me, la danza Blue Monk y la carga Epistrophy. Un bis truncado con inconfundible sello neoyorquino de I Love You (Sweetheart of All My Dreams), de Rudy Vallée, y la atropellada ovación final (marcada por el doblete urgente de Monk) cerrarían el concierto de Palo Alto. “Es una de sus mejores actuaciones –sentencia T. S. Monk–. No la conocía pero cuando la escuché me di cuenta de que en ese momento mi padre se sentía bien”. Scher lo recuerda como un “placer absoluto”, de iniciación, antes de incorporarse a la escudería de Bill Graham, productor con el que trabajaría a lo largo de 24 años. Pero a la calidad musical de la cita, recogida ahora con una duración de 47 minutos en Palo Alto, y a las extravagantes circunstancias que la hicieron posible, hay que añadir las peripecias de la situación política del momento. Scher recuerda que hubo “cero dramas”. Monk estaba allí y disfrutó de su música al margen de las tensiones raciales. “Era increíble verle bailar sobre el escenario y volver a tiempo al piano para seguir tocando. Está claro que hubo una tregua. La raza no fue un problema. La gente dejó el recinto tras el con- cierto y volvió a casa para seguir peleando”.
“Era increíble verle bailar sobre el escenario y volver a tiempo para seguir tocando. Fue una tregua racial”. D. Scher
Lo fundamental, subraya T. S. Monk, es el poder integrador de la música: “Ese nexo es muy importante. Nos encontramos a un genio afroamericano respondiendo a un chico judío de 16 años en una comunidad racista. Eso es lo que hace tan importante a Thelonious Monk. La gente lo consideraba como un artista asocial pero no le gustaba que se le hiciera ese retrato. Por eso, era un músico tan personal”. Lo demás es historia.
Y obras maestras para discográficas como Blue Note, Riverside, Prestige o Columbia que “el sumo pontífice del bop” coció a fuego lento durante las interminables noches del club Min- ton’s de Nueva York. Cuatro años antes del concierto de Palo Alto, coincidiendo con la publicación de alguno de sus mejores álbumes, ya había protagonizado la portada de Time ataviado con uno de sus inconfundibles sombreros. Había tocado un cielo que coincidió con su etapa en Columbia y que cerró con títulos como Underground y Monk’s Blues. Su aparición en Palo Alto demostró un liderazgo que sublimó Julio Cortázar: “Cuando Thelonious Monk se sienta al piano, toda la sala se sienta con él”.