Sombrero roto. Kiko Veneno. Altafonte. 21,99 euros
Curiosa tendencia la de los músicos que impulsaron y reinventaron la música española durante la Transición y más allá de plasmar en sus trabajos actuales experiencias autobiográficas, cuando no abiertamente memorialísticas. Kiko Veneno, esencial para explicarnos las décadas de los setenta, los ochenta y aún los noventa junto a grandes artistas como los hermanos Amador, vuelve con Sombrero roto, un álbum en el que culmina una clara evolución –sin abandonar referentes como Dylan o Frank Zappa- hacia ritmos nuevos (“Chamariz”, “Sombrero roto”) que se alejan de su toques flamencos pero que mantienen –con acertados toques electrónicos– el costumbrismo de las letras (“Vidas paralelas”, “La higuera”), la melancolía que siempre ha invadido sus acordes más enraizados (“Ojalá”, y, pese al inglés, “Miss You”) y la sutil crítica social marca de la casa (“Yo quería ser español”). Vuelve el de Figueras con un álbum vitalista con formato de Libro-disco, una idea más que oportuna a juzgar por la irreversible crisis que vive el formato CD y que le permite entregar -a través de las creaciones escritas y visuales de Adán López, Marta Lafuente y Carmela Alvarado- un auténtico artefacto artístico que tiene su continuidad en la exposición que estos días puede verse en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Lidera el equipo que ha arropado al autor de Échate un cantecito Santi Bronquio (teclados), formación integrada también por Diego P. “Ratón” (guitarra flamenca), Jimmy González (batería) y guitarra acústica (Félix Roquero). “La música siempre estuvo ahí”, se lee en unas páginas “ricas en nutrientes” para las que hay que tener los oídos bien abiertos. “Empezaremos a saber entonces que nuestro corazón canta”. Kiko Veneno ha vuelto y, como siempre, da una lección magistral de adaptación al medio. Evolucionando y siendo fiel a sí mismo. Algo que en los tiempos de los "triunfitos" y demás operaciones cosméticas no sólo resulta difícil sino que se nos antoja algo verdaderamente heróico.