“Con él pasé de dormir en pensiones con cucarachas a vivir las mieles del éxito”. Leiva paró la música después de haber puesto del revés el Wizink Center con La llamada, una de sus canciones más populares, que compuso ad hoc para la película del mismo título de los Javis. Advirtió que se acercaba un momento bonito.
Y vaya si lo era. Presentó a su viejo amigo Rubén Pozo con esas palabras que sintetizaban el fascinante viaje de Pereza, el grupo que ambos (más el saxofonista Tuli) conformaron en la Alameda de Osuna a finales de los 90 y con el que tocaron los cielos hasta la difícil ruptura de 2010, cuando la convivencia entre los dos socios ya era algo insostenible. Decidieron separar los caminos con la esperanza de que la amistad, tan maltrecha por entonces, podía salvarse. “La pusimos por encima de los réditos”, concluyó Leiva.
Rubén salió a la palestra y ambos se fundieron en un emotivo abrazo. Los 15.000 incondicionales que abarrotaban el Palacio de los Deportes jalearon la escenificación pública del afecto restaurado, que prevalecía sobre el ego y los infinitos vaivenes del estrellato. Leiva había decidido concederle un hueco protagónico a Pozo en su despedida de la gira de su último disco, Cuando te muerdes el labio, antes de dejar la carretera y encerrarse a componer su nuevo álbum. Detalle generoso que le honra.
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La fusión de sus cuerpos de rockeros enjutos se prolongó por unos segundos. Emociones a flor de piel. Rubén, que, con encomiable profesionalidad, teloneó en los prolegómenos con temas como Ozono y Rucu rucu, agradeció con los nervios transparentándosele el pase a gol de su compañero y, acto seguido, los dos a una, como en los tiempos felices de borracheras, sexo y rock and roll de Pereza, acometieron los primeros acordes de Lady Madrid. Pintiparada elección en ese punto: una exaltación de lo bonito que es amar en las calles y los garitos de la capital cuando se es joven. Se notó que jugaban en casa.
En las pantallas se recogían planos que conmovían y removían los recuerdos de sus fans: los dos cantando con las cabezas pegadas, unidas en su día por el amor a contracorriente a los Faces de Rod Stewart y Ron Wood, mientras sus colegas en el barrio se despeñaban por la angustia existencial de Nirvana. Ellos, con Tequila, Lou Reed y los Rolling Stones por banderas, saltaban al escenario con actitud chuleta y descarada que les venía de serie por su propia condición de madrileños castizos (Burning también en los altares) y por el referente británico que tenían como norte de una carrera incipiente.
A continuación, escanciaron Pienso en aquella tarde, la primera entrega de su segundo disco, Algo para cantar (2003), y Como lo tienes tú, de Animales, que remataron con una cita catártica de Hey Jude de los Beatles, otro faro que alumbró a los dos jóvenes en sus comienzos. El show ya era una apisonadora a 200 por km/h. Pero todavía fue a más. Con Estrella polar (Aproximaciones, 2007) el suelo del Wizink tembló por primera vez. Finalizada, Rubén desapareció, a la espera de ser convocado para la guinda de una noche que Leiva había abierto con Sincericidio, mientras la gran pantalla a la espalda del escenario mostraba un luminoso amanecer.
El cantante se presentaba con su banda, la Leiband, perfectamente rodada tras más de un centenar de conciertos de esta gira. Tuli, con su sombrero de copa de tahúr, le soplaba al saxo como si fuera a morir mañana. El hermano de Leiva, Juancho, de Sidecars, guitarreaba como fiel escudero del front man que, en lo vocal, tenía como cómplice crucial a Esmeralda Escalante. Crucial porque Cuando te muerdes el labio es un disco cuajado de colaboraciones con cantantes femeninas: Zahara, Tulsa, Elsa y Elmar, Daniella Spalla, Ximena Sariñana, Natalia Lacunza… Leiva y Escalante fueron dispensando Premio de consolación, Stranger Things, la discotequera Flecha (con meneíto de caderas del flaco de la Alameda incluido), Histéricos…
Idas y venidas sentimentales
Un festín de canto armonizado entre las dos voces de distinto sexo, recogiendo la esencia colaborativa con la que Leiva trazó y manufacturó Cuando te muerdes el labio, inspirado en ese gesto al que algunas personas recurren para contener el llanto cuando se están rompiendo. Leiva sabía que ese momento de discreta dignidad tenía una canción pero al final le dio para todo un disco, uno de los cimeros de su brillante trayectoria, que -confesión propia- filtra “las idas y venidas” de su relación con la actriz Macarena García.
Godzilla, tema grabado también con la tapatía Ximena Sariñana en Nuclear (2019), meció el Wizink, generando un oleaje entre la masa entregada, con ese finale elegiaco, majestuoso, hímnico. Entonces Leiva se puso serio y pidió que la peña metiera el móvil en el bolsillo y guardara silencio para cantar -a capela por momentos- Vis a vis. El cantante se quedó a solas con 15 mil personas, a las que arañó el corazón con una versión acústica memorable. Vimos (escuchamos) a un músico desnudo, sin instrumentación alguna con la que parapetarse. Emergió así el poeta.
Era el preludio del reencuentro con Rubén Pozo, que, tras un último intervalo de Leiva a solas (No te preocupes por mí y la declaración de principios que es Como si fueras a morir mañana), saltó al ruedo de nuevo para poner el broche a un concierto que hizo felices a muchos (“Ese es nuestro trabajo”, dijo Leiva). Un concierto apabullante, sin fisuras ni caídas de tensión, siempre interesante, servido por instrumentistas en plenitud de facultades, que reivindicó la amistad como valioso bien por el que hay que pelear y resistir. Las miradas risueñas que cruzaban Leiva y Rubén Pozo mientras cantaban Lady Madrid fueron el mejor entrante para sumergirnos en estas navidades con buena onda. Que el rock los bendiga.