Helena Poggio (violonchelo), Cibrán Sierra (violín) y Aitor Hevia (violín) daban tumbos por el mundo con sus instrumentos. Coincidían de vez en cuando, en salas de espera de aeropuertos, dentro aulas formativas, sobre escenarios... Así se fue gestando una complicidad que se rubricó hace exactamente 20 años, cuando se conjuraron para formar un cuarteto al que Josep Puchades se sumó siete años después, sustituyendo al violista integrado en la formación original.
Alcanzar dos décadas de andadura juntos merecía una celebración. Y qué mejor que rubricarla con un disco, que sería el octavo de estudio de su catálogo. Creyeron que lo adecuado era hacer una recapitulación del género del cuarteto, que tiene una santísima trinidad: Haydn-Beethoven-Bartók. “Los tres compusieron cuartetos durante toda su vida”, señala Poggio para aclarar su vocación por esta forma.
“Kurtág nos daba instrucciones sobre cómo respirar. Con él, hay que aplicar una concentración máxima”. Aitor Hevia
En Átomos. El arte de la concentración musical (Cobra Records) los ensartan. En la compilación se han propuesto exponer sus muestras más formidables de síntesis. “Son obras escritas sin concesiones retóricas, de una redondez y concisión absolutas”, apunta Sierra en el bar de un hotel cercano al Museo Cerralbo, donde desde hace siete años tienen su sede artística, conformando una alianza –la de un ensemble con un museo– común en países como Estados Unidos pero poco explorada (explotada) en nuestro país. Unas obras de reforma en su campamento base hacen aconsejable que el encuentro con El Cultural se desarrolle en el mencionado bar, elegido al azar tras chequear distintas opciones con el objetivo de encontrar un nivel razonable de silencio que haga viable la conversación.
Su recopilatorio comienza con el ‘padre fundador’ del cuarteto. Haydn se sacó de la manga un banco de pruebas único. Con el tiempo, se comprobaría que su potencial infinito para abrirle nuevas vías de experimentación a la creatividad musical exenta de palabras. Una virtud que explica su tremendo y rápido éxito.
“En pocos años este género imbuido del espíritu de la Ilustración, porque representa una conversación entre iguales y la democratización de la cultura al poder actuar en cualquier espacio, se expandió a lo largo y ancho de toda Europa, incluida España, como demuestra la obra de Boccherini en Madrid, que incluimos en nuestro disco Heritage”, apunta Sierra, que en la actualidad ejerce como docente en el Mozarteum.
Ateniéndose al criterio de la síntesis extrema, escogieron de Haydn el Opus. 42. “No se recrea con el desarrollo de los motivos en la construcción del discurso pero, en cambio, su paleta de colores y timbres es increíble”, explica Sierra. Esta pieza tiene además una peculiaridad que la emparenta con España, país desde donde se encargó su composición (el comisionista fue el marqués de Villafranca, José Álvarez de Toledo). La siguiente escala de este itinerario es Beethoven, que acreditó como nadie la fructífera maleabilidad del género.
El sordo genial dejó muy claro que bajo sus premisas numéricas e instrumentales (cuatro intérpretes frotando cuerdas) se podía levantar desde una catedral hasta delinear una miniatura. Lo primero quedó patente con su Opus. 49, con el que rompió sus costuras dotándole de un ‘metraje’ muy prolongado en comparación con el Opus. 45, el Cuarteto serioso, escogido para el álbum, que contrasta con aquel por su condensación motívica. Contar tanto o más con menos. “Y a una a velocidad de avión supersónico”, dice Sierra.
Este diálogo entre expansión y encogimiento idiomático que practicó Beethoven desarticula una intuitiva equiparación con el ámbito literario. A saber: que el cuarteto sea a la sinfonía lo que el cuento a la novela. No es así porque a partir del cuarteto se puede cristalizar, metafóricamente, tanto lo uno (un cuento) como la otra (una novela), sin olvidar la poesía, a la que por supuesto también se presta este tipo de composición.
Tal versatilidad quedó así acreditada: con esa contraposición radical beethoveniana en las pretensiones y los resultados, ya que, como deja constancia el propio Sierra en las notas del álbum: “La duración de todo el primer movimiento del Opus 95 equivale al tiempo empleado en alcanzar sólo la mitad del desarrollo del primer Opus 59”.
Parece como si Beethoven se hubiese aplicado a sí mismo la afirmación de Arnold Schönberg, que juega, precisamente, con el paralelismo literario y que, por otra parte, está en el núcleo ideológico (‘atómico’) de esta nueva entrega discográfica de los Quiroga: “Consideren qué moderación se requiere para expresarse con tanta brevedad. Se puede trasladar una mirada a un poema, un suspiro a una novela, pero expresar toda una novela en un solo gesto, o el gozo en un suspiro… semejante condensación solo puede darse cuando hay una ausencia proporcional de autoindulgencia”.
El tridente hegemónico lo completa Bartók, con su Cuarteto nº·3. “Es el más condensado de los seis suyos, hasta el punto que es un único movimiento. La música no para, no tiene solución de continuidad y expresivamente es devastador”, apunta Puchades. “Es como meterte dentro de un acelerador de partículas. Va cada vez más rápido, acelerando los motivos hasta que llega un momento en que todo explota. Es espectacular”, añade Sierra.
“Sí, sí, en la coda final se oyen las explosiones”, remacha Puchades. Poggio, por su parte, pondera el sincretismo cultural que nos legó: “Consiguió unir el este con el oeste de Europa y el folclore con la vanguardia. Toma los motivos del primero y los hace completamente suyos con su lenguaje. Bartók introdujo en el cuarteto muchas innovaciones, con las métricas, con las armonías…”.
[Cuarteto Quiroga, Mozart en tiempos de reguetón]
Un valioso regalo de Átomos es Secreta, un réquiem de György Kurtág (se lo dedica a su amigo musicólogo Lászlo Dobzsay), grabado por vez primera. Kúrtag es un músico de culto para los miembros del Quiroga. Lo disfrutaron como profesor en Fiesole (Italia) y luego tuvieron la oportunidad de seguir tratándole cuando acometieron la integral de sus cuartetos para el CNDM, institución en la que este año serán el grupo residente (interpretarán piezas de José Luis Turina, Konstantia Gourzi y Jörg Widmann).
“Recuerdo que incluso nos daba instrucciones sobre la manera en que debíamos respirar. Con su música uno necesita aplicar el máximo de concentración y de imaginación. Si no vislumbras lo que va a venir, pasa y no te das cuenta”, dice Aitor Hevia. Secreta, sin duda, ilustra a la perfección este apunte del violinista asturiano: la música se funde en poética intimidad con el silencio.