Nadie sabe si en el DNI de Eric Clapton (Ripley, Reino Unido, 1945) pone que su residencia habitual es el Albert Hall de Londres. Lo fue durante 1990 y 1991, años en los que dejó constancia de su madurez creativa con, al menos, 24 conciertos. Los que recoge Across 24 nights, el documental que se estrena este viernes dirigido por David Barnard. En aquellas maratonianas apariciones oficiaron, junto al líder de Cream (con permiso de Ginger Baker y Jack Bruce), las guitarras de Robert Cray, Buddy Guy, Albert Collins y Jimmie Vaughan y la batuta de Michael Kamen, que dirigió a la National Philarmonic Orchestra. Sin duda, un salto sin red para la época.
Muy pocas veces se ha visto tan integrado el rock con lo sinfónico (en buena medida por la sintonía de Clapton con el malogrado Kamen) pero es en el apartado de rock y blues donde el documental hace saltar las costuras del formato, muy condicionado por la estética de la época, sobrada de chaquetas cruzadas, hombreras y peluquería de bajo coste.
El viejo blues
Clapton consigue aquí trascender su propia coyuntura para hacer frente a un desafío que ya está por encima de cualquier época. En Across 24 Nights lo mismo duerme en un garito de blues que pernocta en un hotel de lujo con versiones más poperas. Lo mismo responde a las cuerdas de Buddy Guy (tan provocador como un reverendo con su rebaño descarriado) y de Albert Collins (que sancionó su concierto con un inconsciente “el blues soy yo”) que se agita con la batuta de Kamen y las envolventes de Cray, Vaughan y el aquí batería Phil Collins, que puso su sello (y por entonces su pinta de cliente de pub) al servicio de canciones como I Shot The Sheriff o Knockin ‘On Heaven’s Door. Magníficas, arrebatadoras, con Bob Marley y Dylan en cadencioso y sensual reggae.
Añejo brevaje
Para la historia, y para los ojos de las nuevas generaciones, canciones, riffs y demás alardes con las cuerdas que el viejo 'Slowhand', hoy castigado por una enfermedad que merma día a día sus capacidades para tocar la guitarra, exhibe en temas como Layla, White Room, Lay Down Sally o Cocaine. Aunque envuelto en toda la formalidad del Albert Hall, probó y compartió su añejo brevaje.
Aquellas jornadas, enclavadas pese a todo en el viejo blues, hicieron saltar todas las etiquetas con aires de armónica y con teclados del más ancestral Delta. Bien editado (recordemos que los conciertos en directo tienen un plus de dificultad), Across 24 Nights resume limpiamente, solo con algunos apuntes de referencia sobreimpresionados, lo que aconteció en aquellas añoradas apariciones (ahora remasterizadas con las últimas tecnologías).
Pero el festín de Eric Clapton continuará el 23 de junio con la publicación, por parte de Warner, de The Definitive 24 Nights, una lujosa caja con edición limitada que contiene varias horas de actuaciones inéditas. Tengamos en cuenta que desde su debut con los Yardbirds en 1964 Clapton ha actuado en ese escenario en más de 200 ocasiones. Solo en 1990 realizó 18 shows y lo superaría un año después con 24. Otra aparición estelar en el Albert Hall fue en 2015, donde celebró 200 conciertos en esta prestigiosa plaza (y siete décadas de existencia) y de donde surgió el álbum Eric Clapton: Live at the Royal Albert Hall.
Concierto para guitarra
La edición que ha preparado Warner incluye seis horas de música en vivo y 35 actuaciones inéditas. Toda la labor de restauración ha sido realizada por el equipo técnico de Clapton: Simon Climie (productor y mezcla de audio), el productor Peter Worsley y el director del documental David Barnard. The Definitive 24 Nights estará disponible en cajas de CD y vinilo y se editará una litografía numerada del propio Clapton. Una de las perlas de todo el proyecto es el concierto inédito de 30 minutos -Concierto para guitarra-, compuesto por Kamen especialmente para la ocasión.
Para entender mejor al Clapton de estos años hay que trasladarse a la trágica década de los noventa, período en el que el guitarrista pierde a su compañero Stevie Ray Vaughan y a varios miembros de su equipo en un accidente de helicóptero. El 20 de marzo de 1991, días después de los conciertos del Albert Hall, pierde a su hijo Conor, de cuatro años, al caer de un rascacielos de Nueva York. El guitarrista británico dejaría grabado su dolor en la bellísima Tears in Heaven.
Nuevos bríos
"En apariencia -reconoce en su autobiografía-, el año 1991 fue horrible, pero se sembraron algunas semillas preciosas. Mi rehabilitación del alcholismo había adquirido un nuevo significado. Mantenerme sobrio era de verdad la cosa más importante en mi vida y me había dado un propósito cuando yo pensaba que no tenía ninguno. Además, me había mostrado lo frágil que es la vida en realidad, y, aunque parezca raro, todo eso me dio ánimos, como si mi debilidad se hubiera convertido en una fuente de alivio para mí. La música también adquirió nuevos bríos".