Entre las muchas actividades, repartidas en innúmeros apartados, del Centro Nacional para la Difusión Musical, dependiente del Inaem, figura, de manera más bien aislada, una representación de Einstein on the Beach (1975), de Philip Glass, una obra mastodóntica de cinco horas de duración en la que los presupuestos del minimalismo extremo son llevados hasta sus últimas consecuencias. La acción –por llamarla de alguna manera, que fue diseñada por tres libretistas, Christopher Knowles, Samuel M. Johnson y Lucinda Childs– se desarrolla a lo largo de nueve escenas de veinte minutos de duración en las que en cada una de ellas se recitan poemas de diversa procedencia.
Entre unas y otras se insertan lo que Glass denomina knee plays, es decir, interludios o intermedios (knee, rodilla, que ejerce una función de unión en el cuerpo humano). Uno de los propósitos de Glass y del director de escena, el hoy también famoso Robert Wilson, fue recurrir a los símbolos que habían marcado la vida del famoso físico.
La música sigue un planteamiento circular, con inacabables repeticiones de los mismos compases, engarzados en células que se escuchan hasta el infinito y que sirven a una acción automatizada en continuo ostinato. El piano eléctrico es uno de los instrumentos continuamente presente junto a los de viento, sintetizadores y la voz humana. Hay alusiones y descripciones directamente asociadas a los descubrimientos del científico, como el tan conocido de la relatividad y el del campo unificado.
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Los diversos y repetidos temas aluden a las armas nucleares, la ciencia, la radio y un largo etcétera. En su día el crítico musical del New York Times, John Rockwell, escribió que esta ópera “no es solo un artefacto de su época sino atemporal, trasciende con el tiempo, como Einstein”. En principio, no asociaríamos esta obra con el Collegium Vocale de Gante de Philippe Herreweghe, siempre vinculado a la música barroca, la de Bach en primer término, y que es el que, curiosamente, va a traernos el próximo 22 de este mes la caudalosa composición, que se desarrolla tradicionalmente permitiendo al respetable que entre y salga de la sala a voluntad en cualquier momento. Algo que recordábamos de cuando, en 1999, se representó la obra en el Teatro de Madrid. Aunque esta vez se brindará una versión más reducida, de en torno a tres horas.
Junto a Herreweghe y sus huestes intervienen el Ictus Ensemble y la tan conocida especialista de música pop, cada vez más interesada por la escena y menos por la canción de autor, Suzanne Vega, de la que los aficionados tendrán presente su Luka o Marlene on the Wall. Los curiosos y adeptos al minimalismo tienen por tanto una cita en el Auditorio Nacional con uno de los monumentos más señalados, y más plúmbeos, del minimalismo musical.