La musicóloga mexicana Consuelo Carredano nos muestra las 345 cartas que se intercambian Manuel de Falla y Adolfo Salazar: el compositor español más destacado de la historia (con permiso de Victoria) y el crítico de mayor alcance internacional.
El joven compositor Ernesto Halffter, hermano de Rodolfo y tío de Cristóbal, sale en casi todas las cartas, prueba de la formidable cantidad de energía y tiempo que absorbió de estos dos gigantes. "Tenemos que cuidar todos el porvenir de Ernesto", dice Falla. "Haremos de él un hombrecito internacional", dice Salazar, cuya obsesión por Ernesto es incondicional. Disculpa una y otra vez los incumplimientos profesionales del joven compositor, sus inacabables peticiones de dinero, su inclinación a meterse en líos y "su eterno carácter infantil". Falla también lo apoya, pero encuentra límites al ernestismo. Le pide a Salazar que modere su entusiasmo ("Hay que evitar siempre el trop de zèle") y termina por impacientarse: "Yo ya no puedo más con estos interminables jaleos".
El impulso a Ernesto Halffter forma parte de "la causa" que Falla y Salazar comparten: la promoción internacional de la música española y la difusión en España de la música europea reciente, sobre todo de Stravinski y los franceses. "La causa" incluía también la creación en Sevilla de la Orquesta Bética, vehículo del repertorio de orquesta de cámara, que era entonces signo de modernidad, e instrumento para la carrera del Ernesto director.
Sobre El retablo de Maese Pedro, Falla habla de su dedicación a los valores éticos y estéticos de Cervantes y de su preferencia de voces ("Sería de desear que la parte del Trujamán fuese cantada por un niño"). Del Concierto para clavicémbalo (o piano), resuelve la duda del título: al cembalo "es, sin duda alguna, como, de ser posible, debiera siempre tocarse".
[El Concurso más jondo fue en Granada]
Las cartas retratan a sus autores, que son bien distintos. Salazar, impulsivo, arrollador, intrigante y maledicente ("el miserable Arbós", Turina, "ruin músico y ruin persona", Esplá, el de "la sombra hidrófoba", y Subirá, su archienemigo, de quien dice de todo). Falla, siempre apaciguador ("¡calma y serenidad!", "convendría reanudar discretamente su amistad con Subirá"). El Falla colérico sale solo cuando Salazar confunde este ánimo conciliador con blandura o cuando le muestra a las claras su laicismo.
"La moral cristiana, con su infernal soberbia disfrazada de humildad", escribe Salazar, y el cristianísimo Falla la emprende a mandobles, como Don Quijote en El retablo: "¿Es que se ha vuelto usted loco?".
El final es amargo. En el reverso de la última carta de Salazar, de noviembre de1944, Falla anota: "Nadie me escribe de Madrid […] Nadie me contesta".