Llega este sábado a la temporada del CNDM una nueva visita de la Orquesta Barroca de Sevilla, noticia de interés para los buenos aficionados a la música de los siglos XVII y XVIII. El conjunto fue creado en 1995 por Barry Sargent y Ventura Rico. Este último continúa siendo su contrabajo titular y uno de sus principales valedores. La agrupación ha tenido que lidiar con situaciones muy difíciles que ha ido bandeando con éxito. Goza del apoyo de un importante número de fieles que sufragan parte de sus gastos. A ellos se suman instituciones como Cajasol.
Posee un repertorio amplísimo y se ha hecho merecedora de galardones tan importantes como el Premio Manuel de Falla y el Premio Nacional de Música en 2011. La han dirigido especialistas de la talla de Gustav Leonhardt, Rinaldo Alessandrini, Christophe Rousset, Jordi Savall, Sigiswald Kuijken, Harry Christophers, Diego Fassolis, Andreas Spering, Eduardo López Banzo y, singularmente, Enrico Onofri. En este caso será otro clásico del barroco y del clasicismo el que se ponga a su frente: Giovanni Antonini, un maestro dinámico y fogoso, animado y expresivo. Estupendo flautista también. Al que veremos lucirse en el solo de la badinerie de la Suite nº 2.
En los atriles nada menos que las cuatro suites para orquesta de Bach, únicas que se conservan de un repertorio seguramente mayor. Son obras no constituidas como ciclo en las que alienta poderosamente la influencia francesa, lo que determina, por ejemplo, la ausencia de allemande, una danza tan germana. Se las conoce precisamente por esa impronta gala. Están esencialmente concebidas como auténticas Hofmusik, como piezas de lucimiento palaciego, provistas de toda la pompa
necesaria.
Desde caprichos a gavotas
El biógrafo Phillip Spitta gustaba de designarlas Orchestre-Partien, denominación habitualmente empleada en las composiciones de este tipo de comienzos de 1700. Por supuesto, antes de Bach otros músicos abordaron el género, como Johann Pezel, que en 1669 había publicado en Leipzig el álbum Música vespertina lipsica, constituido por sonatas, preludios, courantes, ballets, zarabandas, caprichos, gavotas y otra serie de danzas.
Telemann, uno de los músicos más prolíficos de la historia, había ido introduciendo en Hannover el espíritu orquestal francés, que desarrolló ampliamente: compuso hasta ¡doscientas ouvertures!, de las que se conservan unas ciento treinta. A su lado, Bach resulta especialmente modesto, con sólo cuatro, que, además, han sido siempre muy difíciles de fechar, entre otras cosas porque no se guardan manuscritos y hay indicios de distintas ediciones para grupos instrumentales de diverso tamaño, según sean de Köthen –para la orquesta de esa corte– o de Leipzig –para el Collegium Musicum–.
De entre las cronologías posibles, Martínez Miura, en su libro sobre Bach (Scherzo-Península), elige como muy razonable la que sitúa a las obras en 1724 (Suite I), 1729 (IV), 1729-1731 (III) y 1737-1739 (II). Para ubicar a la última se utilizó un criterio bien simple: la flauta travesera, instrumento solista de la obra, no apareció hasta esos años. El Aria de la Suite nº 3 es la página más célebre del conjunto gracias a la gran cantidad de arreglos que ha venido sufriendo desde su nacimiento.