Aun cantando como contratenor toda su trayectoria, Philippe Jaroussky (Maisons-Laffitte, Francia, 1977) siempre ha estado obsesionado con proyectar naturalidad con su voz. Es una paradoja porque que este alambicado registro, que intenta emular el canto perennemente aniñado de los castrati, solo se obtiene mediante el dominio de complejas técnicas. Él intenta conciliar la antítesis con su carisma y honestidad en escena. Pero en su último disco, À sa guitare (Erato), confeccionado con el prometedor guitarrista francés Thibaut Garcia, ha dado un paso al frente para aventurarse por territorios y épocas que trascienden el Barroco y sus piruetas vocales. El álbum incluye, por ejemplo, canciones popularizadas por Barbara y Mercedes Sosa. Es decir, llega casi hasta nuestros días, una época actual que conecta, con el mástil de la guitarra de Garcia como puente intersecular, con Purcell, Dowland, Mozart… Cuatro siglos de música, cantada en seis idiomas, que –confiesa– radiografían su personalidad más que nunca.
Pregunta. Dice que es su primer álbum acústico. ¿Hasta qué punto lo dice en serio?
Respuesta. Bueno, lo digo un poco provocativamente. Pero es cierto que, por ejemplo, el concepto de los conciertos es muy relajado. Introducimos las piezas, hacemos bromas, contamos anécdotas… Llevo 20 años grabando discos, centrado en el repertorio del Barroco, los castrati y todo eso, y ahora me apetece hacer proyectos más originales. La pandemia nos dio el tiempo necesario para elegir las obras meditándolo todo muy bien. Hemos ido mucho más allá del repertorio clásico para voz y guitarra, incorporando muchas transcripciones.
El reto de Alfonsina
P. Y tanto. Para el público hispanohablante, por ejemplo, este disco es un regalo, con El mirar de la maja de Granados, Anda, jaleo, de Lorca, Alfonsina y el mar de Mercedes Sosa.
R. Sí, sí. Alfonsina fue un gran reto, porque me obligaba a trabajar con la pronunciación argentina. Para mí es una de las canciones más bonitas de la historia y Mercedes Sosa es una leyenda. Al principio, no me sentía capaz de grabarla. Estaba intimidado. Thibaut me convenció. También consideramos las 7 canciones populares de Falla, pero las descartamos porque queríamos cosas menos trilladas.
P. Thibaut Garcia tendrá raíces españolas, ¿no? Con ese apellido…
R. Sí, su padre es español por eso la tradición musical española la tiene muy interiorizada. Yo lo conocí en los premios Victoires de 2019, cuando ganó en la categoría de artista revelación. Tiene una manera muy natural de acompañar la voz y una energía que es muy serena. Eso me encanta. Ya colaboramos en Pasión Jaroussky. Grabamos juntos Les feuilles mortes de Prévert y Flow my Tears de Dowland. Ahí estaba ya este disco en potencia.
P. Con un guitarrista medio español al lado y después de zambullirse en Lorca, ya solo está a un paso de adentrarse en el flamenco.
R. [Risas] ¿Qué quiere? ¿Que me ponga a taconear en el concierto? Es verdad que me he situado muy cerca pero no sé qué tal me saldría… La verdad es que pensábamos coreografiar el concierto e introducir un bailarín. Pero concluimos que es mejor que la gente imagine por sí misma.
"La música nos libra de la realidad pero también nos da equilibrio para volver a sumergirnos en ella"
P. Son casi 400 años de música los que abarcan, desde Purcell a Barbara y Sosa. ¿Por qué eluden el orden cronológico?
R. Pues al principio sí lo utilizamos pero no me satisfacía, así que probamos otras conexiones. Yo creo que tal cual está ahora funciona muy bien por lo que hemos vivido en los pocos conciertos que hemos hecho. Hay un crescendo emocional a lo largo de la hora y media que dura. Es exigente para mí al cantar en tantos idiomas y en tantos estilos. Cada uno requiere una manera de expresar diferente. Sólo paro seis minutos. No tiene nada que ver con hacer un recital de Vivaldi. Pero creo que todo ese recorrido conecta con la gente.
P. ¿Qué le aporta la guitarra que no le dé un piano?
R. Hay un detalle interesante. La guitarra está un poco amplificada en el concierto pero curiosamente yo puedo cantar con mayor intimidad porque no tengo que pensar tanto en la proyección de mi voz. Me salen colores que no consigo cuando canto ópera. La guitarra me da mucho aire, mucho espacio. Por otro lado, me sorprende la variedad de colores que tiene a su vez este instrumento y su riqueza de armónicos. Es supermelódica y muy rítmica. Mi canto es menos extrovertido pero más natural y sincero. Estar al lado de una guitarra te desnuda mucho más el alma que hacerlo junto a un piano. Es más frágil pero más humana. Otro aspecto muy positivo es la flexibilidad: durante el mismo concierto podemos cambiar muchas cosas en función de las sensaciones. Esto no es tan sencillo cuando interpretas arias de ópera. Y, además, me he atrevido a abordar obras que no hubiera cantado de otra manera, como el Lamento de Dido, que no está escrito para mi voz. En fin, que a través de este disco se puede conocer mucho mejor mi personalidad.
P. Más allá de los guiños a Hispanoamérica (la mencionada Alfonsina y el famoso tango La cumparsita), es un disco paneuropeo. Canta en español, ya dijimos, en alemán, en inglés, en italiano, en portugués y, por supuesto, en francés. ¡Qué gran alarde políglota!
R. Sí, muy europeo, desde luego. Lo que más me ha costado, por ser la primera vez, ha sido el portugués. He tenido que trabajar mucho Manhã de Carnaval. Me resultó muy difícil interiorizar todos sus colores. Es un juego bonito saltar por tantos países, ahí está la gracias del disco, en cruzar tantas fronteras a través de las lenguas y las músicas.
Un mundo violento
P. Fronteras que se alzan de nuevo. ¿Cómo vive esta eclosión nacionalista en el Viejo Continente?
R. Pues con tristeza. Estos días hemos visto que muchas personas morían en la frontera entre Francia e Inglaterra y a casi nadie parecía importarle. Es este un mundo violento. También noto que, tras la pandemia, mucha gente quiere seguir encerrada en casa. Se ha perdido en parte la curiosidad de conocer. Y sin esta curiosidad es muy difícil acercarse al otro. Así es imposible abrir la mente y aceptar la diferencia.
P. ¿Y la música, “alimento del amor”, como se dice en la canción de Purcell que incluyen en À sa guitare, debería combatir esta tendencia?
R. Sin duda. La música para mí es la vida. Pero para los fans la relación con ella es también fortísima, como una adicción. Poder emocionarse escuchando un lied de Schubert, una sinfonía de Beethoven o una ópera de Verdi es un regalo. La música nos libra de la realidad pero también nos da equilibrio para cuando tenemos que volver a sumergirnos en ella. ¡Vive la musique!