Fue en 2001 cuando el firmante pudo escuchar por primera vez en Madrid, concretamente en el Teatro Real, a Edita Gruberova, la gran soprano eslovaca que ha muerto en Zúrich a los 74 años. Su interpretación de Lucia di Lammermoor, lo brillante de su timbre, lo atinado y perfecto de su técnica impactaron vivamente al personal pese a que ya andaba por los 55 años. Pero mantenía los valores que habían definido su instrumento, en esos momentos el de una lírica plena coloratura, penetrante, centelleante, vigoroso, de muy fácil emisión y dominio técnico. Rasgos que habíamos podido detectar y admirar años atrás en Viena o Salzburgo en partes tan comprometidas como las de la Reina de la Noche –lejos de las habituales ligeras pajariles- y una Zerbinetta de Ariadna en Naxos de Richard Strauss.
La dificilísima aria de esta chisposa muchacha, Prinzessin! Welchen Boten lohn hab ich verdient?, que entre caracoleos exige ascender al Mi sobreagudo, era despachada de forma casi diabólica por la soprano, con una facilidad pasmosa. La que siempre había mostrado, ya, cuando aún era una ligera con cuerpo, en sus primeros pasos, allá en su Bratislava natal, donde había venido al mundo en 1946 y donde estudió con Maria Medvecká. En 1968 ganó el concurso de Toulouse tras cantar su primera Rossina de El barbero de Sevilla. La Ópera de Viena le dio el espaldarazo con la Reina de la noche.
El timbre era muy eslavo, rico, aunque no específicamente bello. Color plateado, emisión de excelente direccionalidad a los resonadores superiores, con intensa vibración, extensión impresionante, hasta un milagroso Sol 5, fabuloso control del aliento, con magnífico apoyo y un diafragma de hierro pero de rara elasticidad. En sus últimos años, ya en decadencia, con la voz cansada y trémula, se acentuaron algunos defectos. Pese a que se conservaba para su edad bastante bien, la elasticidad muscular la había abandonado años ha. Y sus portamenti se exageraban cada vez en mayor medida. Ese fraseo, tan amanerado, nunca nos convenció del todo en sus heroínas italianas, pero quedaban las demás virtudes que le permitían, por ejemplo, realizar una fastuosa e infalible recreación de la endiablada aria Ah, se il crudel periglio de Lucio Silla de Mozart.
La recordamos también, luego de aquella Lucia, en un recital liederístico en el Auditorio Nacional allá por 2008 en donde nos obsequió con una muy hermosa interpretación de El pastor en la roca de Schubert con el acompañamiento pianístico de su marido de entonces, Friedrich Haider, y la del clarinetista José Luis Estellés.
Cuatro años más tarde nos ofrecía, de nuevo en el Real, un Roberto Devereux de Donizetti en versión de concierto. Con la voz ya bastante deteriorada. Todavía pudimos escuchar, sin embargo, alguna que otra frase bordada, alguna ligadura excelsa, algún ataque fúlgido y captar de nuevo en ciertos momentos su tan atractiva en tiempos sustancia tímbrica, espejeante, líquida, perfumada, con sus característicos toques guturales.