Vuelve la imponente y significativa Sinfonía nº 2 de Mahler, la célebre Resurrección, a los atriles de la Orquesta Nacional exactamente dos años después de su última interpretación por esa formación y su coro. Fue el 6 de octubre cuando la dirigía el tembloroso Christoph Eschenbach en la versión original del compositor bohemio. En esta ocasión, con David Afkham al frente, lo que se va a escuchar es una reducción debida a la pluma de ese estupendo y sabio músico que es José Luis Turina (Madrid, 1952), tantos años atrás al frente de la JONDE.
Se cuenta naturalmente con el Coro Nacional, que sigue festejando su primer cincuentenario y que se muestra en buen estado de forma bajo la férula del eficiente Miguel Ángel García Cañamero. Consignemos porque es muy significativo que el conjunto, nacido de la mano de Lola Rodríguez de Aragón, se estrenó precisamente, con esta sinfonía en conciertos dirigidos por Rafael Frühbeck de Burgos. Para esta nueva cita estarán presentes dos buenas cantantes de bien moduladas voces: la soprano Julia Kleiter y la mezzo Karen Cargill, que intervienen con la masa coral en el turbulento y finalmente seráfico último movimiento.
¡Resucitarás, sí, resucitarás, polvo mío, tras breve descanso! Son las palabras que abren las dos primeras estrofas del coro que cierra el último movimiento de la sinfonía y que provienen de la Oda a la Resurrección de Klopstock, un texto que el compositor había escuchado en febrero de 1894 en la Iglesia de San Miguel de Hamburgo durante el funeral por el pianista y director Hans von Bülow. Texto que abrió la puerta a la inspiración para concluir la obra, que había quedado estancada al final del movimiento postrero. Ocurrió el milagro: el coro de niños de la iglesia entonó ese Auferstehn (Resucitarás). “Me sentí iluminado, todo quedó claro y evidente para mí. El creador estaba a la espera de ese rayo de luz: era su Anunciación. Sólo quedaba transportar a la música esa experiencia”. Así se expresaría más tarde el músico.
Mahler hacía una indudable alusión a la Novena de Beethoven. También en esta obra la intervención coral viene precedida por una voz solista, un bajo-barítono en aquella, una mezzo o contralto en esta (que hace su aparición en el cuarto movimiento, Urlicht). Después de una vocalización de la flauta, que parece querer imitar el canto de un ruiseñor, se dibuja en la distancia un escalofriante pianísimo del coro, que susurra más que canta el texto de Klopstock. Es una verdad de ultratumba enunciada en Sol bemol mayor, a cappella. La soprano solista se une sigilosamente. Al final de la primera estrofa se escucha el tema liberador del primer movimiento de la sinfonía, una lenta ascensión en la voz de la trompeta.
La obra está dividida en cinco movimientos: Totenfeier (Ritos fúnebres); Allegro maestoso; Sehr gemachlich, Andante moderato; In ruhig fliessender Bewegung (Con aire tranquilamente fluyente); Sehr feierlich, aber Schlicht, ‘Urlicht’ (texto de la colección popular Das Knaben Wunderhorn), e Im Tempo des Scherzos. Auferstehung. Hay gran interés en conocer la versión de Turina.