Uno de los más recientes fenómenos pianísticos es el del alemán de origen ruso Igor Levit (Nizhni Nóvgorod, 1987), músico que se ha empeñado desde su posición en poner al día la creación beethoveniana para el teclado. Instrumentista fácil, de clara digitación, de impecable y nítido ataque a la nota, preciso y dominador del factor dinámico. Parece infalible su olfato para analizar y desentrañar los pentagramas en los que sabe ver, todavía, y ya es meritorio, nuevas luces, que empezó seguramente a vislumbrar desde el momento en el que inició sus estudios en el Mozarteum de Salzburgo.
Cualidades fundamentales, aunque no suficientes, si no van acompañadas de otras como musicalidad, fraseo, calidad del sonido o expresión. Levit da la talla también en sus labores como comunicador y es un artista realmente original en la elección de tempi, acentos, valoraciones métricas, intensidad expresiva. Pasaría por ser eso que se llama un intérprete objetivo, dado el equilibrio, la ausencia de dengues. Va al grano y por derecho luego de un estudio muy serio de la partitura.
Levit es uno de los fenómenos pianísticos del momento, multipremiado por sus discos y en diversos concursos
Es muy típico de él la impenitente búsqueda de efectos contrastantes, en una extrema aquilatación agógica, que pudieran parecer a algunos excesivamente caprichosos. Claro que en la interpretación de una partitura, que es al fin y al cabo un libro abierto que presenta mil posibilidades, eso siempre es difícil de concretar. En todo caso, el sentido de la proporción es en Levit muy acusado, lo que beneficia la línea. Particularidades que supieron ver los jurados de las diversas competiciones en las que ha participado, como la Rubinstein de Tel Aviv, que ganó en 2005. Un concurso en el que, por cierto, se ha coronado también al sevillano Juan Pérez Floristán.
Levit se acerca con la misma curiosidad a todos los compositores que interpreta, de manera singular Bach, Liszt y Beethoven. De este último es ya célebre su grabación de la integral de sonatas, que ha recibido varios premios importantes, por la novedad y la verdad de su acercamiento, que se revela muy estudiado, calibrado y limado hasta el último pliegue. Una aproximación seria, severa, fluida, variada y sorprendente, aunque nada caprichosa. Los motivos del pianista para elegir unos tempi y no otros, para marcar acontecimientos y resaltar planos nos van ganando tras una primera impresión en la que quizá algunos vean una cierta adustez.
Flujo natural
Nada más lejos de la verdad. Lo pudimos comprobar, libres de prejuicios, en el Festival de Granada del año pasado, en el que, junto al embrujo y los aromas del Patio de los Arrayanes, el pianista ofreció, libre de gangas, su gran verdad sobre los pentagramas del genio de Bonn. Allí tocó sus tres últimas sonatas, justamente las que va a desentrañar en el concierto de la Fundación Scherzo de este martes en la sala sinfónica del Auditorio Nacional. Podremos volver a degustar, si las cosas no cambian en lo fundamental, la inicial prudencia con la que acomete la Sonata n.º 30 op. 109, que deja fluir de manera muy natural, sin apretar el acelerador en el prestissimo.
Esperamos en la Sonata n.º 31 op 110 ese toque elegante y distinguido característico suyo atendiendo a sutiles indicaciones (con cantabilità) y envolviéndonos en su sonido delgado y su fraseo estilizado, que se ajusta como un guante a las exigencias sublimes de la Sonata n.º 32 op. 111, en cuya arietta se explaya morosamente y en la que despliega todo su arsenal de finuras.