Especial interés reviste el concierto que la Orquesta Nacional va a desarrollar este fin de semana, con el valenciano Álvaro Albiach, un director que no suele frecuentar Madrid en el podio. Es artista bien formado, ya veterano (1968), con experiencia, poseedor de una técnica bien labrada y asentada, de un gesto claro, franco, convincente. Buen músico, de criterios firmes y madurados. Realizó en los años anteriores una buena labor al frente de una desvencijada Orquesta de Extremadura, hoy rejuvenecida bajo su mando y con la que edificó una programación sustanciosa y bien planificada.
La cita ofrece especial interés por varias razones. En primer lugar porque ello nos dará oportunidad de acercarnos de nuevo después de mucho tiempo al adagio de la inacabada Sinfonía n.º 10 de Mahler, un movimiento directamente precursor del expresionismo vienés, que ya fluía por las venas del compositor en obras anteriores. Estas, después de todo, fueron las que durante años minaron la jerarquía tonal y las estructuras sonatísticas tradicionales para abrirse a nuevos horizontes enseguida avistados por discípulos como Schönberg. Fue el comienzo del “incendio en el jardín” que anunciaba el historiador Carl Emil Schorske.
Mendelssohn ameno
Antes de acometerse Mahler, actuará el espirituoso, ágil, refinado y puntilloso pianista canadiense Jan Lisiekci (1995), que ya ha demostrado en Madrid años atrás sus muchas habilidades y que en esta oportunidad va a desgranar una obra tan amena, efusiva, ligera y movediza como el Concierto n.º 1 de Mendelssohn, partitura que exige vigor y delicadeza a partes iguales y un encaje especialmente sutil entre orquesta y solista.
La sesión se inaugura con un estreno, encargo de la orquesta a la compositora madrileña Alicia Díaz de la Fuente (1967), una figura que se ha instalado ya en un lugar muy alto de la especialidad, al que ha llegado tras una carrera como docente, estudiosa, viajera trashumante, muy premiada y siempre en actitud de aprender de los más grandes. La nueva obra lleva por título Y la mañana se llenó de luz. Esta diáfana enseña es plenamente indicativa de una actitud ante la música, de un propósito, una mirada y una preocupación definitorios de un estilo, de una consciencia y una voluntad de expresarse, de comunicar y de convencer.
La compositora Alicia Díaz de la Fuente, alma inquieta, teje su discurso lleno de recuerdos infantiles con un cuenco tibetano
Aspectos que hemos venido observando desde hace años en la autora, en cuyo catálogo, en el que aparecen ya más de 80 partituras de todo tipo, encontramos otros epígrafes cortados por idéntico patrón: Banquete de la sensatez, Mundo del agua, Siluetas sobre fondo de silencio, El sueño de un niño, El murmullo del mar, Mar de luna, La noche en ti no alterna, A través del océano, sobre un sendero de luz dorada, Como brisa de otoño, Llueven estrellas sobre el mar... Todas ellas, excepto la última, destinada a una orquesta sinfónica, previstas para solos o conjuntos de cámara o coro.
De la escucha de algunos de esos pentagramas se deduce que su alma convulsa sabe proyectar sus inquietudes, latidos y espíritu refinado, abierto a los más recónditos rincones visitados por una mirada curiosa y poética. Notas largas, combinaciones contrapuntísticas exquisitas, delineaciones preciosistas, evocaciones etéreas venidas de la nada, tornasoles, silencios expectantes se dan cita en un lenguaje muy cuidado, trabajado con pericia de orfebre. La obra que se escuchará en este concierto recurre a la memoria de momentos de la infancia traídos a nuestro presente, tejiendo su discurso a partir de la resonancia de un cuenco tibetano que deja entrever la imagen de los primeros rayos de sol inundando el hogar.