Esta mañana temprano, mientras hacía café, he empezado a tararear el riff de Heroes y en mi mente, aún guardada en la funda del último sueño, el fantasma de Bowie ha empezado a rebotar cruzándose y dándose golpes de un lado a otro como lo haría un coche sin control a 150 km por hora en la autopista.
Me he olvidado de ello en cuanto he empezado a tomarme el café humeante (sujetando la taza con ambas manos como un talismán) mientas leía las últimas noticias en los periódicos digitales y las redes, y abría los mensajes que llegaron al móvil en las últimas horas. Aún sigo un poco paralizado. Mientras intento ponerme con alguna otra de las tareas pendientes, la necesidad de escuchar esa voz de Bowie está ahí, está ahí, sigue ahí, como un acople de guitarra que apenas se oye en medio de un muro de sonido, como una larga cola de reverb en una voz a la que nunca antes prestaste atención. Sigue ahí, hasta que, en no sé qué momento, se ha hecho más y más grande (al principio era como una diminuta distracción que apenas me pellizcaba dulcemente para que apartara lo otro en que ando medio concentrado, poco a poco ha ido ocupando cada vez más espacio hasta invadirlo todo, igual que ha hecho el virus con nuestras vidas en los últimos días) el pensamiento de que, si me obligaran a salvar una sola canción de Bowie, posiblemente la elegida sería Heroes, como seguramente elegirían la mayoría. Y entonces me la he puesto. Y he necesitado escribir estas notas.
Aunque Bowie la compusiera como una canción sobre la historia de pasión tan arrebatada y épica como efímera e imposible entre dos amantes clandestinos, siempre pensé en Heroes como creo que lo hace casi todo el mundo que la conoce en su forma de cultura popular: como una oda a la resistencia heroica de los seres humanos anónimos, la épica de lo cotidiano, sobre todo durante una juventud vivida con extremo apego a la vitalidad como forma de resistencia al poder despótico. Una especie de santificación profana de la actitud vitalista nietzscheana. Eros venciendo a Tanatos.
La paradoja en el segundo día de confinamiento obligado en que nos encontramos es que la autoridad, que hoy se despliega de forma militarizada, precisamente procura como puede anteponer el vitalismo a la cultura de la muerte, tal y como la entiende el imperio de lo económico (la selección natural, la ley del más fuerte, lo inevitable, lo de cada uno). Estamos bendiciendo a policías en la calle con nuestro aislamiento erótico y sensual autoimpuesto para que Eros florezca en primavera. Y es como si Carpe Diem hoy significara otra cosa.
Así que supongo que por lo pronto esta mañana Heroes me sirve para gritar que ha amanecido y sigo vivo y de una pieza. Y también para cubrir la necesidad de cantar con rabia a tantas heroínas y héroes anónimos de estos días en que lo que nos es común surge ante nosotros como una gigantesca cordillera, inamovible, concreta, sin posibilidad de duda.
Pero caigo en la cuenta de que igual Heroes también se me ha aparecido porque sirve como himno esperanzado a estar juntos aunque las balas silben sobre las cabezas. En este primer verdadero momento decisivo para nuestras generaciones X, Y, Z, acostumbradas a un estrés de otra clase (ése que es propio de nuestra forma de vida, tan precarizada como siempre deseante, voraz y endorfínica, el de la falta de tiempo, la multitarea, la brandización, el trabajador pobre, el vapor digital y la hedonia depresiva), de repente podemos darnos cuenta con una claridad y un fulgor salingerianos de la necesidad que tenemos de estar físicamente unidos y en relación íntima. Como los átomos que conforman cualquier cosa existente.
Y creo que la necesidad de cantarla y escucharla ha venido de la situación de confinamiento de estos días. Ahora que no podemos estar junto a lxs queridxs, que nos hemos prohibido la saliva, el abrazo, la carcajada y la confidencia cercana, los pogos, el soplo, el susurro, puedo entender la inspiración de un lugar parecido en Bowie. La ciudad que sirve como escenario de los personajes y su historia es tan importante en la canción que ésta no puede entenderse sin ello. Es el Berlín de 1977, dividido en dos por un muro, alambradas y muchas armas de fuego. Un muro levantado por la RDA sin previo aviso en la madrugada del 13 de agosto de 1961 capaz de separar a los que querían tocarse, que confinaba especialmente a los alemanes occidentales en una isla solitaria en medio de un mar rojo más allá del Telón de Acero. Vecinos antes en contacto ahora aislados en sus propias zonas de exclusión. El escenario shakesperiano para un drama de amor imposible.
Por otro lado, como siempre que pienso en Heroes, según escribo esto pienso en el lugar y el modo en que fue grabada, producida, y, según dicen, escrita. Es maravilloso cómo el confinamiento del escenario urbano se extiende a la propia elaboración de la canción y a la relación amorosa que la inspira.
Como es sabido, Bowie grabó la canción en los estudios Hansa de Berlín Occidental en Köthener Strasse, 38, junto a la Potsdamer Platz, "by the Wall". Los hermanos Meisel habían abierto el estudio Hansa 1 en 1973 pero en 1975 compraron un edificio cercano, medio destruido tras la II Guerra Mundial, para hacer un gran centro para la producción musical. El edificio de estilo neoclásico incluía la “Meistersaal”, la única sala de conciertos berlinesa que había sobrevivido a las bombas, las ráfagas de balas y el fuego, y salón de baile donde, durante el Tercer Reich, la cúpula nazi celebraba fiestas.
La sala de grabación estaba separada de la sala de control por un largo corredor. La leyenda dice que Bowie pidió a los músicos y cómplices (Brian Eno, entre ellos) que le dejaran solo y, aislado, se sentó a averiguar la letra que pondría a lo que luego llamaría Heroes (el confinamiento voluntario es algo que conocemos bien los músicos de Pop, como tanta otra gente que crean nuevas posibilidades de la nada. Tanto en solitario como en grupo, buscamos muy a menudo el aislamiento, la soledad de cuatro paredes. Nos recluimos a propósito buscando que brote algo nuevo). Desde donde estaba, a unos 150 metros, Bowie alcanzaba a ver una de las garitas militares donde se apostaban los guardias fronterizos de la RDA que, ametralladora en mano, vigilaban que nadie se acercara al Muro, que nadie saliera de su zona de aislamiento. Jóvenes soldados mandados a vigilar que matarían a amantes, madres o amigos que intentaran re-unirse, que vulneran las leyes del espacio establecido.
El centro de Heroes es el beso que los amantes se dan junto al Muro, donde “las pistolas disparaban sobre nuestras cabezas”. La leyenda cuenta que ese Bowie solitario, miraba hacia los soldados que vigilaban el estudio Hansa con prismáticos desde sus torres cuando, inesperadamente, asiste al encuentro entre Tony Visconti, productor del disco que está grabando y la cantante alemana Antonia Maaß que también grababa con su banda en Hansa. Bajo la garita militar, Maaß y Visconti se besan. Él está casado. El beso furtivo, heroico porque después “nada nos mantendrá juntos”, está repleto de la consciencia de un amor que merece la pena aunque no dure más que un día, aunque sea al secreto amparo de una barrera anti personas. Bowie hace que la letra se pose sobre la música.
Días más tarde, la voz sólo puede haberse grabado como se grabó, en el gran espacio de la “Meistersaal” de Hansa. Visconti, actor protagonista involuntario de la canción, ha situado tres micrófonos a distancias que van desde la cercanía habitual a los quince metros. En sus auriculares, Bowie escucha ese rock n’roll al ritmo casi motorik de una batería marcial y mecánica, un muro de sonido con su riff eterno y las guitarras interminables, hard ambient, de Robert Fripp, y las nebulosas masa de sintetizadores de Brian Eno y el mismo Bowie. Cuando David empieza a cantar, Visconti deja que el cantante escuche lo que capta el primer micrófono, el que está a poco más de un palmo de su boca. Y Bowie casi susurra, y podemos oír su aire y su boca, su saliva. A medida que la canción avanza rizándose sobre sí misma como un avión derribado por el enemigo, Visconti cierra el primer micrófono y solo le deja escuchar lo que recibe el que ha situado a seis metros de distancia. Bowie necesita sacar toda su voz para escucharse. A los tres minutos, hacia mitad de la canción, Visconti sólo le permite escuchar lo que recibe el último micro, el que está a quince metros de su boca. Confinado por ese muro de sonido, Bowie tiene que gritar para al menos poder oírse. Está tan lejos del micrófono que la reverberación de la antigua sala de baile se escucha perfectamente, haciendo que suene como si estuviera chocando contra una pared. Y grita hacia los fantasmas aún presentes en el salón: “I will be king and you, you will be queen though nothing will drive them away. We can be heroes, just for one day We can be us, just for one day. I, I can remember standing, by the wall, the guns shot above our heads and we kissed, as though nothing could fall, and the shame was on the other side. Oh, we can beat them, forever and ever. Then we could be heroes, just for one day”.
Una vez empecé a escribir una letra sobre dos jóvenes soldados nazis que se enamoraban, del momento en que se miraban fijamente uno a otro a punto de besarse mientras los pájaros emigraban junto a un lago ya helado en que flotaban los cuerpos de varios compañeros. En mitad de la masacre y el frío, uno todavía había querido elevar una plegaria con fe a Dios, mientras el otro rechazaba cualquier posibilidad de abstracción, de algo que no fuera racional, material, contable, concreto. Se miraban en el blanco cegador del amanecer. En mi canción el beso habría servido para detener el tiempo de la guerra. Pero nunca la terminé, nunca llegó a existir del todo. Aunque dio lugar a otra, los dos jóvenes soldados nazis nunca se besaron junto al lago.
Y no paro de masticar la idea de que Bowie tendría hoy 73 años, más o menos el comienzo de la edad de alto riesgo para el virus, y que se rumorea que en su Inglaterra natal el plan es sacrificar ante el Becerro de Oro a las personas que, como un Bowie cualquiera que no hubiera alcanzado el éxito, no sobrevivan al contagio.
Pero cuando el beso vuelva a plagarlo todo. Cuando el baile, los brindis, sean interminables y los patos se bañen en el lago de templadas aguas, ni siquiera la muerte habrá podido con Bowie.