La ORTVE, enamorada de Berlioz
Hacía tiempo que no se escuchaba en Madrid Romeo y Julieta de Berlioz, obra singular, curiosa mezcla de sinfonía vocal-instrumental, cantata, oratorio y ópera estática, uno de los típicos productos mixtos del original y rompedor músico francés. El programa de la Sinfonía Fantástica era sustituido en este caso por una serie de movimientos vocales con coros que constituyen el auténtico marco y levantan un imaginario decorado para el tratamiento puramente instrumental de lo más íntimo y profundo del drama. El trabajo de composición duró siete meses, de enero a septiembre de 1839. El estreno, bajo la dirección del autor, tuvo lugar con éxito en París el 24 de noviembre de ese mismo año.
Pudo así cumplir Berlioz el sueño de trasladar al pentagrama la tragedia de Shakespeare, algo que lo obsesionaba desde que había tenido ocasión de verla en París mucho tiempo atrás, en 1827, en una adaptación extraída de la versión de Garrick que produjo en los medios intelectuales franceses de la época –con Sainte-Beuve y Victor Hugo a la cabeza– un enorme revuelo. El compositor se sirvió de un texto propio en prosa redactado a partir de las palabras del dramaturgo inglés y versificado por Émile Deschamps, un poeta hoy olvidado pero muy conocido en su época.
El resultado final es de notable personalidad, de una exquisitez extraordinaria. Son precisos y expertos los mimbres sobre los que se levanta este gran edifico musical en el que concurren diversos elementos, nada fáciles de reunir y unificar. El encargado de hacerlo es el director estadounidense John Axelrod, titular durante los últimos años de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, cuyo podio abandonará al finalizar la presente temporada. Músico hábil, de mando claro y flexible, de directa expresividad, muy dotado para los contrastes de color, animoso, que se presenta (este jueves y el viernes) con los conjuntos radiotelevisivos. Tendrá bajo su mando a un trío vocal de empaque, con la mezzo francesa Sophie Koch, de tersa emisión, capaz de lirismos de alto voltaje y de fraseos delicados y exquisitos, a la cabeza, que encontrará en la parte de Julieta el lenguaje que mejor se adapta a sus condiciones.
A su lado el ya veterano tenor lírico-ligero de la misma nacionalidad Yann Beuron, a quien recordamos algún Mozart bastante potable. Junto a ellos, el bajo-barítono Cody Quattlebaum, de arte variado y singular disposición para lo nuevo, con un timbre penumbroso, sólido apoyo y maneras musicales no exentas de refinamiento, que han de luchar con la entidad del instru- mento y una cierta propensión a sonoridades de gola.