Un momento del montaje de Hugo de Ana. Foto: Javier del Real / Teatro Real
El Teatro Real hace un guiño a su historia en los fastos de su bicentenario reponiendo el mastodóntico montaje de Hugo de Ana. Escenificado en el 99, supuso un hito tras la reapertura del coliseo madrileño. Nicola Luisotti, director musical, tendrá a sus órdenes a Liudmyla Monastyrska, Ana Pirozzi, Violeta Urmana, Gregory Kunde...
Fue el propio Mariette el que había sugerido al khedive el encargo de una ópera para celebrar la apertura del Canal de Suez en 1869 y quien le pasó el asunto a Du Locle para que se pusiera en contacto con el músico italiano. Pero todo se retrasó, porque Verdi no conoció el proyecto hasta la primavera de 1870, cuando hacía meses que se había abierto el Canal, lo que tira por tierra la generalizada especie que conecta a la obra con el acontecimiento; y con otra información que habla de que con Aida se inauguró el Teatro de El Cairo. Éste había empezado a funcionar en noviembre de 1869 y la ópera se estrenó, es cierto que en el mismo escenario, en diciembre de 1871.
Mariette incurrió, cosa curiosa si consideramos su seriedad como egiptólogo, en numerosas incorrecciones e incoherencias, anacronismos e incongruencias. Por ejemplo: los faraones siempre se situaban al frente de sus ejércitos, nunca atacaban por sorpresa, nunca empleaban trompetas ceremoniales, nunca adoraron a Vulcano... El compositor intentó buscar cierta verosimilitud en la música, aunque no llegó a utilizar temas originales egipcios, pero sí escalas pentatónicas e intervalos aumentados. En cierto modo inventó una imagen musical de Egipto. Se ha calculado que lo más probable es que la acción transcurra entre las dinastías XVIII y XXI.
La redacción definitiva del libreto se entregó al escritor italiano Antonio Ghislanzoni. Verdi, como era su costumbre, realizó cambios en busca de la verosimilitud psicológica. Lo admirable de Aida es la habilidad para combinar lo antiguo con lo moderno. Podríamos afirmar que es, a la vez, una ópera reaccionaria y progresista. Una obra que tiene un planteamiento clásico, similar al de cualquier partitura de los ‘años de galeras', los de la trabajosa juventud del músico. En Aida se aúna todo: tradición, números cerrados, exotismo, espectáculo, lenguaje musical de gran modernidad y un tratamiento poético de situaciones y personajes de alquitarado refinamiento.
Encontramos, en paralelo, unas muy cuidadas instrumentación y orquestación, a través de las que Verdi obtiene momentos de bello colorido, pasajes de extrema delicadeza y novedad. Las podemos personificar en el comienzo del acto III, a orillas del Nilo, con sus intervalos alterados, sus diseños ascendentes y descendentes de cuatro notas en los violines primeros; con las fusas de los segundos, todos ensordinados; con los pizzicati de las violas y pedales armónicos de los chelos y contrabajos. Por encima una dulce flauta caracoleante y, al fondo, la invocación de los sacerdotes, que entonan un canto que Verdi tomó del de un vendedor de loza de Parma.
Liudmyla Monastyrska (Aida) y Gregory Kunde (Radamés). Foto: Javier del Real / Teatro Real
De las masas a la intimidad
En la segunda temporada del Real, la de 1998-99, se exhibió en una monumental producción del argentino Hugo de Ana que causó furor, aunque quizá pecara de excesiva grandilocuencia, lo que hacía perder intimidad y recogimiento a los muchos momentos líricos que atesora la partitura y que se combinan con las escenas de masas. Para esta ocasión el teatro ha contado de nuevo con De Ana, que ha modernizado y reducido el gigantismo de su propuesta.Tres repartos diferentes abastecerán las diecisiete funciones. Hay tres importantes Aidas: Liudmyla Monastyrska, voz voluminosa, rica, de espléndido metal spinto; Anna Pirozzi, menos satinada, menos equilibrada de registros, pero dotada de un fuelle y de un vigor envidiables; y Lianna Harotounian, de menor relieve tímbrico, pero artista muy hecha y expresiva. Amneris se lo reparten Violeta Urmana, en su versión mezzo, cremosa de timbre, bien provista de armónicos, ya madura pero con cosas que decir; Ekaterina Semenchuk, más oscura y recia, más auténticamente mezzo; y Daniela Barcellona, de menor calado tímbrico, pero hábil, siempre expresiva y flexible.
Radamés lo encarnan el rotundo y sombrío, sorprendente a sus más de 60 años, Gregory Kunde; Alfred Kim, de agudo fácil, buen timbre de lírico-spinto y un vibrato excesivo; y Fabio Sartori, lírico venido a más, de hermosa coloración original y de peculiar técnica de emisión en las notas de paso. Ambrogio Maestri, solvente y firme, artista fino, quizá falto de pegada en la zona alta, en él algo descolorida; George Gagnidze, de bello esmalte baritonal, anchura importante y medios idóneos, y Ángel Ódena, regular y cumplidor, con acusadas oscilaciones emisoras, dan lustre a Amonasro.
Dos bajos competentes, Roberto Tagliavini y Rafal Siwek (Ramfis), Soloman Howard (Rey), Sandra Pastrana (Gran sacerdotisa) y Alejandro del Cerro (Mensajero) completan el equipo vocal que estará, como todos los demás, a las órdenes del muy solvente Nicola Luisotti, director de gesto claro y amplio, dominador y buen estudioso de la obra verdiana.