Rodelinda, Haendel extrema las emociones
El contratenor Bejun Mehta en Rodelinda. Foto: Javier del Real
El Teatro Real estrena este viernes Rodelinda, una de las óperas haendelianas más inspiradas. Claus Guth, director de escena, huye del dramón historicista para dibujar una topografía del poder. Ivor Bolton gobierna el foso.
No nos resistimos a destacar al menos las más extraordinarias, que sin duda se sitúan entre lo más grande escrito por el compositor en su carrera operística. El personaje central, Rodelinda, es una heroína de verdad, valiente, sincera, amorosa, que lucha por defender sus derechos ante la barbarie para proteger a su hijo (Flavio, que no canta) y para velar el recuerdo de un marido (Bertarido), al que cree muerto. El lamento inicial por la desaparición del ser querido, Ho perduto il caro sposo, viene seguido de un aria de furioso virtuosismo, L'empio rigor del fato, en la que se contraponen, como bien resalta Kaminski, dos afectos que corresponden al futuro esquema cavatina-cabaletta.
Ombra piante, otro lamento, Morrai, si, nueva explosión de cólera, y Spietati, página sincopada, son otras tantas pruebas para la soprano protagonista, que fue en el momento de su creación la gran diva Francesca Cuzzioni. Enfrente tenía, como Bertarido, nada menos que al castrato Senesino, para el que Haendel compuso también páginas fantásticas: la conocida Dove sei? Amato bene!, con su hermoso recitativo inicial, el siciliano Con rauco mormorio piango, la soberbia Scacciata dal suo nido o la esplendorosa Vivi, tiranno. El tercero en discordia, un malo de guardarropía -el verdadero y siniestro es Garibaldo- lleva por nombre Grimoaldo, un personaje del que se encargó en las primeras representaciones otro grande: el tenor Francesco Borosini, que canta el maravilloso siciliano Pastorello.
Todos los demás personajes -Eduige, Unulfo y el citado Garibaldo- tienen también sus momentos de lucimiento en el desarrollo de una vocalidad virtuosa y perfectamente labrada para las voces con técnica y resistencia en el empleo de unos modismos canoros de enorme dificultad, encuadrados dentro del más estricto y depurado belcantismo, lo que supone, por ejemplo, que para enfrentarse a estos pentagramas hay que ser ducho en el difícil arte de la sprezzatura, esa habilidad para alargar o retener el compás a fin de dar a la nota su valor en función de las palabras; concepto conectado con el de rubato.
Todo ello hace que a día de hoy no sea fácil encontrar cantantes idóneos para estos cometidos, que además han de poseer el don de la expresividad de los affetti, de esos sentimientos que nos emocionan y que proporcionan un plus de humanidad no tan habitual en la ópera seria y que para Ivor Bolton, director de estas representaciones, fresco aún su éxito con Billy Budd de Britten, nos ponen en contacto con una ópera posterior como Fidelio de Beethoven, en la que también encontramos a una mujer sacrificada que busca a su marido. "En Rodelinda, la lealtad es verdaderamente la fuerza motora de la trama", comenta el director inglés, que apostilla que "en lo musical es fundamental entender la retórica dramática, el tipo de fraseo, el temperamento, los sistemas de afinación".
No hay duda de que para todo ello cuenta, además de con la maleable Orquesta Sinfónica de Madrid, con un buen equipo de cantantes encabezados por tres parejas: las sopranos Lucy Crowe y la gentil Sabina Puértolas, los aguerridos contratenores Bejun Mehta y Xavier Sabata, seguros y musicales, y los tenores Jeremy Oveden y Juan Sancho, ligeros y fogosos (aunque probablemente Borosini fuera más baritonal). Los demás solistas (Zazzo/Ainslie, Chiummo/López, Prina/Vinyes-Curtis) ofrecen también garantías. Como vemos, el segundo reparto está constituido por españoles. ¡Bravo!
Dará forma escénica al drama el alemán Claus Guth, que fue muy aplaudido la pasada temporada en Parsifal y que aquí, huyendo del dramón historicista, centra la acción en una gran casa en medio de la nada, ante un cielo estrellado, en una especie de paisaje lunar, y con la presencia permanente de una imponente escalera. Simboliza esta una topografía del poder, ya que todos quieren conquistar el dormitorio de Rodelinda en el piso de arriba.