David McVicar es el artífice de un montaje de Rigoletto pleno de claroscuros. Foto: Javier del Real

Y de nuevo Rigoletto. Auténtica obra maestra que visita una vez más el escenario del Teatro Real y que supuso un giro, una vuelta de tuerca fundamental en el arte ya maduro de Verdi. La obra de Víctor Hugo, en la que se basa el libreto de Piave, se había presentado en París el 22 de noviembre de 1832 con un gran fiasco. Era demasiado crudo lo que allí se describía y además se criticaba a la realeza en la persona de Francisco I. Y, de pasada, a cualquier poder corrupto. Con los consiguientes problemas de censura.



En la actualidad nos sorprende tanta estrechez. Las idas y venidas, el rapto, la seducción de Gilda, su desvirgamiento -fuera de escena, claro, aunque hoy en día más de un regista no se haya resistido a colocarlo en primer plano-, el tono amoral de Sparafucile y su hermana Maddalena, la referencia a otras andanzas del Duca, no dejan de tener una importante carga sexual, un toque de inmoralidad nada subterráneos. Todo lo cual favorece la evolución, el crecimiento de Gilda, personaje tierno y sacrificado. Y acumula el rencor del contradictorio personaje del jorobado.



En la construcción, enjuta y simétrica, con espacios netamente diferenciados, de la ópera se van a mover, a lo largo de las dieciséis representaciones previstas, distintos repartos. El vengativo bufón será servido por tres barítonos: el veteranísimo, teatralero y aún eficaz Leo Nucci, el fornido y rotundo, algo rudo, Juan Jesús Rodríguez, dotado de una gran voz, y el todavía joven Luca Salsi, un directo heredero de Cappuccilli. Gilda se la reparten la gentil y cristalina Olga Peretyatko, vibrátil y decidida, y la aún más tierna Lisette Oropesa, de refrescantes maneras y esmalte terso. Tenemos hasta cuatro Ducas: el sólido y timbrado Piero Pretti, de buen recuerdo en el Real con Vísperas sicilianas, el un tanto anodino Francesco de Muro, que interpretó el pasado año a Alfredo, Stephen Costello, de instrumento penumbroso y extenso, pero aún en formación, y Ho-Yoon Chung, vigoroso y algo cuadriculado. Todos tenores en el espectro de lo lírico.



Completan el reparto Andrea Mastroni, un bajo consistente y tremolante, y las Maddalenas de Justina Gringyte y Barbara de Castri. Los secundarios conforman un bien provisto reparto hispano, con Fernando Radó como Monterone. Una batuta hábil, conocedora, competente, la de Nicola Luisotti, llevará de seguro a buen puerto unas representaciones que se realizan en el marco de la más bien tradicional producción de David McVicar, proveniente del Covent Garden y portadora de interesantes claroscuros.