Maratón Xenakis
Madrid se rinde al legado del músico y arquitecto
16 abril, 2010 02:00El compositor y arquitecto Iannis Xenakis.
El Auditorio Nacional, el Thyssen y la Escuela de Arquitectura de Madrid dedican un ciclo al compositor y arquitecto Iannis Xenakis. Conciertos temáticos y diálogos entre música, arquitectura y pintura reconstruyen el universo del genio.
En la galería de retratos del panteón musical del siglo XX, dominado por cierto color árido, la figura de Iannis Xenakis emerge como algo verdaderamente fascinante, tanto por su biografía, que un guionista de Hollywood no hubiera mejorado, como por su música y el efecto revitalizador que ejerció en sus contemporáneos. Su recuerdo obliga a encadenar palabras. No basta con "compositor francés", sino que hay que dar toda la retahíla: compositor-guerrillero-ingeniero-arquitecto francogrecorumano, porque no se puede prescindir de ninguno de esos eslabones al valorar su vida y su obra.
Nació en Rumanía, en la localidad de Braila, donde se había instalado su padre, un hombre de negocios griego. La banda sonora de su niñez era el piano de su madre y el frenesí de los músicos gitanos. A los diez años lo enviaron a un internado en la isla griega de Spetsai. Allí, al sentirse extranjero, se encerró en la ciencia y en la música, fructífero encierro del que nació el Xenakis que todos conocemos: la criatura obsesionada con hacer música con medios matemáticos y en mezclar tan finamente el espacio y el tiempo que las artes plásticas y las musicales acabaran refundidas. Bien mirado, un plano de arquitecto es equivalente a una partitura, es una guía en papel que nos ayuda a desplegar volúmenes en el espacio... o sonidos en el tiempo. A lo largo de su vida, Xenakis no hizo otra cosa que dejarse llevar por esas dos obsesiones.
La poción de Messiaen
En la atribulada Atenas de la Segunda Guerra Mundial, Xenakis tuvo tiempo de estudiar ingeniería y luchar como partisano, primero en la resistencia nacionalista y, después, en la comunista. Luchando contra los tanques británicos, que trataban de arrebatarle a Stalin la perla griega, Xenakis recibió una grave herida en la cara. Con la victoria británica pasó a la clandestinidad -no sin detenerse a recoger, en plena represión antico- munista, su título de ingeniero- huyó a Italia con pasaporte falso y pasó a Francia, donde tuvo que quedarse, sin llegar a Estados Unidos como pretendía.
En París se ganó la vida como delineante en el estudio de Le Corbuisier y se ganó la estima del maestro hasta convertirse en el verdadero autor de varios proyectos arquitectónicos del estudio, incluido el pabellón Philips de la Exposición Universal de Bruselas de 1958. Antes, en 1950 y 1951, se había sentado, junto a Pierre Boulez y Karlheinz Stockhausen, en aquella aula olímpica del Conservatorio de París en la que Olivier Messiaen enseñaba análisis musical y ofrecía gratis la poción mágica de la composición serial. Todos ellos la bebieron y el consiguiente proceso de desintoxicación les ocupó el resto de sus días (¡y la vida entera de sus discípulos, que aún andan acudiendo a las sesiones de serialistas anónimos!).
El enorme talento de Xenakis le convirtió enseguida en uno de los brahmanes del arte de su tiempo. Hizo una brillantísima carrera pero, la batalla por el título de pope de la música en Francia (que lleva aparejado el señorío sobre una enorme bolsa presupuestaria) no la ganó él, sino su colega de pupitre, Pierre Boulez, más hábil en el regate político y más propenso, por formación y por tendencia estética, a transformar la trinchera vanguardista en gloria académica.
Algoritmo y emoción
Lo más soprendente de la obra musical de Xenakis es su carácter a la vez abstracto y concreto. No ha habido, quizá con la excepción del americano-mexicano Conlon Nancarrow y su meticuloso batir de pianolas, un compositor que supere a Xenakis en la utilización de las matemáticas como herramienta compositiva. En sucesivas oleadas de mecanización, Xenakis construyó algoritmos, sistemas y máquinas capaces de hacer música "estocástica" a partir de ideas probabilísticas y diseños gráficos. Sus grandes obras orquestales parecen, a veces, el resultado de calcar sobre folios pentagramados ciertas líneas trazadas sobre papel milimetrado, que a su vez provienen de ciertas expresiones algebraicas. Y, sin embargo, la audición de su música hace olvidar todo eso. Xenakis suena a movimientos primigenios, a emociones telúricas, a catástrofes abrumadoras, a colisiones incomprensibles, sean de galaxias o de microcuerpos.
Si uno le mira componer (entre ordenadores, reglas de cálculo y mesas de delineante), parece un teorema, importante pero distanciado de todo. Si uno se sienta a escucharle, Xenakis parece un latido inmenso, un aluvión de algo, que no se sabe lo que es pero que nos asombra por su cercanía y por magnitud. En los 70, cuando la música europea era un estupendo secarral, Xenakis supo traer a París la frescura del follón balcánico y la rusticidad carnal de la Grecia mitológica. El vendaval Xenakis fue el primero en venir del Este y abrió el camino a los siguientes: Ligeti, Penderecki, Cage -que era yanqui, pero más oriental que nadie-, Takemitsu, Schnittke, Pärt... Porque las salidas al serialismo han venido siempre de Oriente.
Arquitectura sonora
La influencia de Xenakis en la modernidad musical española nos llega a través del magisterio de Francisco Guerrero (1951-1997) y la heterogénea generación de compositores que pasaron por su taller. No es difícil reconocer en los axiomas guerrerianos algunos de los recursos matemáticos que, inspirados en el movimiento browniano, la teoría de cuerdas o los fractales, conferían una original estructura a las composiciones de Xenakis, sobre todo en Psappha, Pleiades, Rebonds y otra serie de obras para percusión. No le faltaron detractores -empezando por Boulez- a un personaje que, por exceso de vocación, infringía los métodos artesanales de la composición en busca de una "arquitectura sonora" que fue en muchos sentidos precur- sora del videoarte y también de un nuevo tipo de experiencia sonora, más "disfrutable", que introdujo un soplo de aire fresco en la a veces abigarrada vanguardia. S. E.