Música

Sinfónicas con apellido

Crisis de identidad en las orquestas nacionales

9 marzo, 2006 01:00

Ernest Martínez Izquierdo junto a la Obc

Este fin de semana se celebra el intercambio anual de dos de las principales orquestas de España. La ONE visita el Auditori de Barcelona y la OBC el Auditorio Nacional de Madrid. Ambas tienen en común el adjetivo nacional en su nombre, algo que parece proyectar su labor a los ámbitos geográficos que se reconocen en él. La creación de formaciones locales, autonómicas y privadas en las recientes dos décadas ha supuesto un cambio radical que exige la correspondiente adaptación. El Cultural se acerca a los proyectos que los sostienen y analiza los cambios que se han producido en algunas de ellas durante los últimos años.

La historia musical española ha vivido en los últimos 25 años un cambio gigantesco. La constitución de orquestas y la consiguiente construcción de auditorios, ha creado una red inusitada que, en muchos aspectos, es la envidia de Europa. A ese crecimiento le ha llegado, en opinión general, el momento de la consolidación. La dependencia de los poderes políticos en la mayoría de los casos ha hecho que las orquestas se hayan convertido en brazos de una determinada orientación, cuando no en posibles referencias de una ideología concreta. Así, en nuestro país, básicamente conviven cuatro tipo de orquestas. Las que dependen directamente del Estado, la ONE, o indirectamente, la ORTVE. Aquéllas que cuentan con un presupuesto sostenido por una o varias instituciones, comunidades autónomas, cabildos, con una proyección geográfica que, teóricamente, va más allá de la localidad donde ubican su sede. Aquí encontramos desde la Sinfónica de Euskadi a la Filharmonía de Galicia, pasando por las agrupaciones andaluzas o las canarias. Después están las locales, sostenidas en su totalidad, por el ayuntamiento al que sirven (Valencia, La Coruña, Oviedo). Y, por último, las privadas que, pudiendo contar con algún apoyo público (Vallés, Cadaqués) se financian como pueden.

En este magma, surgido con cierto desorden, dependiente en múltiples ocasiones de políticos melómanos o de partidos que buscaban proyectar en la música sus ideologías, cado uno de sus integrantes ha debido encontrar su sitio, lo que ha llevado sus controversias así como las consiguientes suspicacias.

Retraso con Europa
Esto, como tantas otras cosas, ha venido de las peculiaridades de nuestra historia que se subió, con cierto retraso, al carro internacional. Cuando las comunidades burguesas de media Europa apostaban por consolidar sus orquestas locales, aquí todo adquirió otro cariz. En realidad, el mayor impulso vino del Estado y fue así como la Orquesta Nacional nació, con este nombre, en 1940, tras absorber, culminada la Guerra Civil, a aquellos músicos procedentes de las antiguas Sinfónica y la Filarmónica, conjuntos que si bien habían vivido una trayectoria con logros, también hubieron de superar continuas dificultades. Para José Antonio Campos, director del INAEM, la Orquesta Nacional, en siglas, la ONE, "mantiene el nombre histórico con el que surgió y se identifica con un proyecto que no ha cambiado. Lo que sí se ha visto transformado es el resto del panorama del Estado. Hemos pasado de media docena llenas de problemas, a rápidamente una treintena, algo que ha de marcar diferencias". Para Inmaculada Tomás, directora del Instituto Valenciano de la Música, dependiente de la Generalitat, "las orquestas se han ido creando en unos determinados momentos de nuestra historia y de ahí su nombre. La ONE, en su momento, fue lo que fue y, sin duda, dio un impulso a nivel estatal a la música, porque era necesario. Sus viajes fuera de Madrid eran siempre un acontecimiento", afirma . Pero conforme las autonomías han ido creando sus propios servicios culturales "se ha dado un cambio. A mí, la existencia de la ONE, no me molesta porque tampoco sé si la Orquesta de la Comunidad de Madrid tiene o debe suplirla. En esto, como en todo, dependemos de la rentabilidad del proyecto. Lo que importa en las orquestas, como en todos los bienes culturales, es su utilidad. Aparecen producto de determinados déficits y a partir de ahí evolucionan".

En realidad, las orquestas, salvo excepciones, se vinculan con sedes físicas concretas, que, por necesidad, suele ser donde llevan a cabo sus ensayos algo imprescindible para construir un sonido personal. Así, aunque la Orquesta Nacional de Cataluña luzca este potente apellido, su labor se circunscribe en gran parte a los tres conciertos semanales de temporada en el Auditori. La del Principado de Asturias no duda en apostar por Oviedo más que todo el resto de la autonomía, situación similar a lo que sucede con la Filharmonía de Galicia, anclada en el Auditorio de Santiago.

Con un carácter itinerante, sin embargo, sí se configuró la Sinfónica de Euskadi que, además de San Sebastián, Bilbao y Vitoria, mantiene una temporada en Pamplona, algo que levanta no pocas suspicacias en sectores navarros que consideran esto como un intrusismo que tiene más de político que de cultural.

Vínculo exlusivo
Esa vinculación exclusiva con una localidad, teniendo en cuenta que las subvenciones proceden de ámbitos geográficos más amplios, siempre va a generar como mínimo, alguna incomodidad. "Por mucho que se diga, mucha gente no entiende que lo nacional de la ONE, a veces parece quedarse sólo en el nombre", señala Jorge Culla gerente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid. "La ONE no viaja mucho, aunque ahora lo hace más. Algo parecido sucede con la de Cataluña aunque aquí se justifica con que las infraestructuras fuera de Barcelona no son las adecuadas, y ciertamente, hasta hace poco tiempo no había donde tocar. Por eso muchos aficionados manifiestan sus dudas". No lo comparte José Antonio Campos, porque la orquesta necesita una sede y, en los últimos tiempos, teniendo en cuenta nuestros presupuestos, se ha esforzado por tener una mayor presencia fuera de Madrid. Campos comenta que "el término nacional tiene mucho de simbólico, porque es una representación cultural del Estado, lo mismo cuando viaja a China, como hará el año que viene, que cuando está en España. Es como el Museo del Prado o el Centro Dramático Nacional. Porque, en el caso de la OBC, el añadido Nacional le ha venido mucho después".

Este proceso al que se refiere Campos, lo comenta con amplitud Francesc Bonastre, catedrático de Musicología de la Universidad Autónoma de Barcelona y miembro del consejo rector de la orquesta: "Aquí se han vivido varias etapas. En 1943 se creó la Orquesta Municipal de Barcelona, a las órdenes de Toldrá, que era un excelente músico, y se montó como se pudo aprovechando lo que había. La cuerda era la misma que la de la Orquesta Pau Casals, y para el viento se desguazó el de la Banda de Barcelona, construida por Lamote de Grignon y que era excelente". No fue hasta 1967 cuando se convirtió en la Orquesta de la Ciudad de Barcelona que, a instancias del entonces Ministro Villar Palasí, recibía una ayuda importante del Estado. Se llenó de gente joven "y se dejó en manos de Ros Marbà. La historia no terminó bien. Sólo con la llegada de Franz Paul Decker, se consigue un conjunto sólido, capaz de abordar todo tipo de repertorios, abriéndose a músicos de todo el mundo. Al principio con ciertas reticencias pero, tras ver los resultados, se fueron mitigando", señala explicativo Bonastre.

Apoyo de la Generalitat
El nombre de Nacional vino cuando la Generalitat se decidió apoyarla con su correspondiente partida. "Desde el regreso de Tarradellas se barajó pero no se llegó a un acuerdo hasta los noventa", bajo los gobiernos de Convergencia i Unió. Como contrapartida al apoyo económico de la Generalitat, se exigió que se ampliara su marco a la geografía catalana y se adquirió el nombre de Nacional, en la misma línea que el Museo Nacional de Arte de Cataluña o el Teatro Nacional.

Inmaculada Tomás insiste que "más que el nombre que se utilice, lo que importa es su rentabilidad. No olvidemos que la mayoría de los proyectos culturales surgen porque hay determinadas personas que apuestan por ellos, con sus correspondientes excepciones. Siempre hay detrás un alcalde, un consejero o un ministro que, por afición o sensibilidad, potencia, en nuestro caso, la música. La cultura abarca muchos ámbitos y los presupuestos son limitados", comenta la máxima responsable de la música en Valencia. Sin embargo, ella ve el mayor problema en que estamos "en una sociedad deshumanizada, que ha hecho del bienestar económico su referente principal, con lo que la demanda de ocio se ha hecho infinitamente superior a la de cultura porque, seguramente, exige del público mucho más. Y los políticos, como miran los votos, son extremadamente sensibles a esto. ¿Cómo se justifica, si no, el deporte-espectáculo?".

En este mismo aspecto incide José Ramón Encinar, director de la Orquesta de la Comunidad de Madrid. "En las grandes ciudades, llámense Madrid o Barcelona, me resulta muy difícil pensar que el público pueda identificarse con sus orquestas como lo hacen con los equipos de fútbol, donde la pasión alcanza niveles excepcionales. Dudo mucho que la ONE pueda arrastrar un seguimiento similar a la Selección Nacional", señala.

En cualquier caso, el término nacional no deja de ser excepcional en el nomenclator europeo. Sólo algunas han surgido con este adjetivo en aquellos estados surgidos de la desmembración de la Unión Soviética, caso de la Nacional Rusa a instancias de Mijail Pletnev o la reconversión en Nacional de Ucrania de la antigua Filarmónica de Kiev. En Estados Unidos, la de Washington ostenta el adjetivo Nacional, sólo por ser la capital. "En Europa, ese papel nacional lo han venido ejerciendo, sobre todo, las orquestas de la radio. Y ahí está la Nacional de Francia, que depende de Radio France, o la de la ORF austríaca", señala Encinar.

Para Francesc Bonastre, las orquestas deben proyectarse en su ámbito geográfico y cronológico. "El consejo rector de la OBC apuesta por una presencia de la música de la segunda mitad del siglo XX". Aunque se echan en falta nombres que no sean catalanes. "No hay directrices concretas. Porque entiendo que si Pedrell es importante para Cataluña lo es también para España, como Albéniz o Granados. Las consignas partidistas son minoritarias".

Instituciones nacionales
Está muy de moda esto de las "naciones" y las "nacionalidades" y en música también. Sin ir más lejos se ha desarrollado un ciclo en el Auditorio Nacional de Madrid bautizado como "Música y nacionalismos". Pero no tratamos hoy de las músicas con dichas influencias, sino de instituciones que llevan tal apellido.

¿Qué objetivos debería cumplir una orquesta que se defina como "nacional"? ¿Hasta qué punto los cumplen las que así se denominan? ¿Existen otras que, sin tal denominación, desarrollan en cambio aquellos objetivos? ¿Tienen sentido los "contenedores nacionales"? Son preguntas que posiblemente tengan respuestas diferentes en el tiempo.

Parece haber consenso en que una orquesta nacional debería presentar unas líneas de actuación concretas. Así investigar, recuperar y divulgar el repertorio de su patrimonio histórico. Igualmente apoyar y dar a conocer la nueva creación y sus intérpretes. Tales actividades no sólo en los conciertos en directo, sino también mediante publicaciones discográficas. Y esta labor habría de ser realizada con una proyección tanto interior como exterior a sus fronteras. Debería además luchar denodadamente por ser la mejor de su nación. ¿Cumplen con tales premisas agrupaciones como la Orquesta Nacional de España o la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña? Es más que dudoso, aunque resulte muy loable el intercambio mutuo de esta semana. En un caso el nombre tuvo un sentido en sus inicios, pero hoy se ha perdido. En el otro, basta leer su programación para comprobar que el apellido es sólo un algo añadido desde las alturas.

Pero hay más. En Madrid existe un claramente mal llamado Auditorio Nacional, sede de la orquesta del mismo nombre, pero gran contenedor de actividades de terceros. ¿Debe el Estado español financiar o recaudar y hacer negocio con los conciertos privados que se celebran en sus salas? Lo lógico sería que este auditorio dependiese de la CAM o del Ayuntamiento, instituciones que sorprendentemente no han sido capaces de construir unos propios. Ya ven que queda mucho por hacer en política musical, porque no abunda el sentido común ni las ganas de meterse a fondo en los asuntos.
Gonzalo ALONSO