Javier Perianes
Tocar música española no es ninguna obligación
17 febrero, 2005 01:00Javier Perianes. Foto: Mercedes Rodríguez
Convertido en una de las "esperanzas blancas" del piano español, ayuno de grandes nombres entre las jóvenes generaciones, el andaluz Javier Perianes prosigue su carrera a gran velocidad. Estos días afrontará un auténtico tour de force, propio sólo de los artistas de clase: hoy y mañana interpretará el Segundo de Rachmáninov junto a la Orquesta de Radiotelevisión, que será dirigida en esta ocasión por Josep Pons. El lunes, junto a la Joven Orquesta de Andalucía, ofrecerá otro Segundo, el de Shostakovich, con Michael Thomas.
Nada en Javier Perianes permite adivinar los signos del triunfo. Sus sencillas maneras no han cambiado un ápice. Aunque se ha instalado en Madrid, sigue enamorado de su pueblecito minero de la Sierra de Huelva, Nerva. Allí va cada vez que puede. A reencontrarse con sus orígenes. Al concertar la entrevista, cuando al preguntar de qué le gustaría hablar, no te dice que de su último encuentro con Barenboim en Chicago o de sus actuaciones en Moscú o Londres, o de sus próximos proyectos. Lo primero que te propone, sin dudarlo, es "hablar de mi tierra, de mi pueblo, Nerva, de mis orígenes". Luego, ya sí, confiesa que le gustaría que le preguntaran por "mis profesores, y que hablemos de arte, de grandes pianistas del pasado, ¡cómo no!, de Barenboim...".
-Hábleme entonces de su familia. ¿Qué tiene que ocurrir para que un chaval que nace en un remoto pueblecito minero de la Sierra de Huelva llegue a triunfar en el Carnegie Hall?
-En primer lugar, no creo demasiado en términos como "triunfo o éxito". Me parece que aportan poco o nada interiormente. Con respecto a mi familia, ¡qué le puedo decir!, pues si ya Dios me ha regalado unos padres maravillosos, que han sacrificado mucho de su propia vida por la de sus hijos. Me han ayudado a encontrarme conmigo mismo en la vida, y a creer en mi vocación apoyándola incondicionalmente desde el primer momento.
Niño prodigio
-¿Se ha sentido en alguna ocasión niño prodigio?
-Nunca me he sentido algo que no he sido. Si he de sentirme algo, sería un "niño privilegiado". Privilegiado por la vida que me está regalando Dios. Mis profesores me enseñaron a trabajar en conciencia, y a sortear las enormes dificultades con las que me encuentro en una partitura con trabajo serio y honesto.
-Sus admiradores resaltan su personalísima manera de tocar, que rompe por completo el cliché del pianista moderno.
-No sé si soy un pianista chapado "a la antigua"o de "corte moderno" y, ciertamente, tampoco quiero saber qué soy, sino más bien buscar y buscar para encontrar algún día... Encontrar ese sonido, esa frase, la unidad de una obra. Por otra parte, no soy enemigo de nadie, únicamente siento mayor predilección por aquellos músicos que buscan en el hecho musical algo más que una sucesión de notas magistralmente escritas, los que bucean en lo más profundo de la obra y han obtenido el don divino de conseguir llevar al corazón del que le oye la intención del compositor mezclada con la personalidad del propio intérprete. ¡Cómo no admirar a músicos como Schnabel, Lipatti, Sofronitski, Lili Kraus y más recientemente a Rubinstein, Horowitz y tantos otros! Buscaban la esencia, conseguían la magia. Eran Músicos.
-Hábleme de su particular relación de Daniel Barenboim, que muestra gran aprecio hacia usted.
-Hace tres años el promotor Alfonso Aijón me brindó la oportunidad de tocar por primera vez para él. Todos los encuentros con él han sido un regalo. No sé si muestra "gran aprecio" hacia mí, sólo tengo la suerte y el privilegio de que haya tenido a bien recibirme y aportarme valiosos consejos en unos encuentros que siempre recordaré.
-Aunque ha tenido fortuna en los premios reconoce que no le interesan. ¿Piensa que no son el camino para darse a conocer?
-No es que hable mal de los concursos, solamente he dicho en alguna ocasión que no es siempre la manera de encontrar a un artista. Hay miles de concursos al año y muchos premiados y no demasiados músicos que lleguen no sólo a una carrera reconocida, sino a explotar sus posibilidades, porque a veces las exigencias del concurso limitan el repertorio y exponen a los participantes a condiciones poco naturales para expresarse libremente en lo musical.
-Aunque su repertorio es muy variado, ¿qué músicas le interesan?
-Siempre he pensado que la obra que toco en cada instante debe parecerme la mejor, o si no, sería imposible defenderla y hacer creíble todo aquello que intento transmitir. Es inevitable que Bach, Schubert, Chopin, Beethoven, Brahms, Debussy, Ravel y muchos otros consigan llamar mi atención, pero creo que acceder a diferentes repertorios te posibilita abrir más tus posibilidades musicales y la aportación que puede proporcionarte es fascinante. Cada obra te sumerge en mundos diferentes. No soy ni defensor ni detractor a ultranza de ningún periodo histórico, sólo pretendo escoger aquellas obras que me hacen disfrutar y a la vez que me pueden completar como músico.
-¿Y la música española?
-Tocar música española no es una obligación, es todo un placer. Desde Blasco de Nebra, pasando por Granados, Albéniz, Falla, Mompou, Montsalvatge, Sánchez Verdú, Castillo, Zárate, Iriarte... No puedo ocultar mi fascinación por Iberia y por la obra de Falla.
-Algunos melómanos del piano español ven en usted al heredero de Alicia de Larrocha, Esteban Sánchez, Orozco, Achúcarro, Colom...
-¡Eso no, por favor, eso no! Sólo heredero real de mis padres, y junto con mi hermano, jajaja. No puedo considerarme heredero de esos gigantes que usted nombra. Sólo soy un joven pianista que trabaja y que intenta disfrutar al máximo de la Música, pero me habla de personas con grandes carreras y con talentos descomunales... aunque no puedo negarle que me gustaría algún día llegar a ese alto nivel de excelencia.
Sin ídolos
-Comentaba que le gustaría hablar de pianistas, ¿a quién idolatra?
-No suelo tener ídolos. Admiro profundamente a mis profesores y dentro de los músicos a los que suelo oír, pues no puedo negar mi entusiasmo hacia intérpretes como Barenboim, Pires, Goode, Lupu, Sokolov, Kissin, Andsnes... y un largo etcétera. De entre los que ya no nos acompañan, insistir en mi pasión por Rubinstein, un artista vital, Richter, Horowitz, Lipatti, Hoffman, Schnabel, Sofronitski, Michelangeli... ¡Son tantos y tan buenos!
-¿Puede desarrollar su universo aislado del mundo artístico?
-El músico, como cualquier otra persona, debe saber qué está pasando en el mundo. Incluso seguramente que se verá afectado por todo lo que sucede a su alrededor. Uno no puede abstraerse al Tsunami asiático, a los problemas de la inmigración... Ni puede ni debe. ¡Cómo deslindar la música y la vida! Los contrastes siempre son interesantes: necesitas soledad en el estudio y a la vez complicidad del que te oye cuando tocas en público; necesitas de la objetividad y el análisis pero también subjetividad e intuición. ¡Cómo no va a aportarte una visita al Prado o al Instituto de Arte de Chicago!
-¿Qué le interesa fuera de lo relacionado con la música?
-Me gusta el cine (me apasiona Woody Allen), el teatro, el deporte, el paseo, la charla animada en torno a una mesa, la intimidad... ¡Me gusta la vida! El último libro que he leído es La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza. La literatura crea mundos paralelos imaginarios interesantísimos. Te llega a transportar.
-Dígame un deseo: ¿Tocar el Segundo de Brahms con Barenboim? ¿Interpretar la Iberia de Albéniz?
-¡Huy!, no, lo de Iberia no por favor. Después de oir a Alicia de Larrocha, a Orozco y a la genial interpretación de Esteban Sánchez sinceramente no me he planteado tocarla completa. Desear, sólo deseo equilibrio. El equilibrio es la armonía de todos los pilares de mi vida. La Fe en Dios, el proyecto ilusionante de futuro junto a mi novia (como decía una escritora, mirar los dos juntos hacia el futuro), la Música y los míos. En cuanto a Barenboim, me encantaría tocar algún día el Segundo de Brahms o lo que fuese, porque soñar no cuesta nada.