Es una sana costumbre buscar el talento incipiente, propiciarle recursos y exponerlo al público. Nunca sabemos detrás de cuál bailarín se esconde el nuevo Jirí Kylián y sería una pena que se pierda entre bambalinas por la falta oportunidades para brillar.
La Compañía Nacional de Danza (CND), bajo la égida de Joaquín de Luz, continúa esta generosa tradición y, durante dos días, nos muestra la capacidad coreográfica de los suyos con un programa compuesto por cinco coreografías creadas por jóvenes bailarines de la agrupación.
La noche en el madrileño Teatro de Bellas Artes comienza con Éxodo, una pieza firmada por el bailarín de origen cubano José Becerra quien, me aventuro a decir, plasma una realidad quizá cercana a lo vivido en carnes propias.
Con el pretexto teatral de contar la historia de las migraciones forzadas por la falta de libertad en la tierra natal, Becerra nos ilustra el coctel bebido por cada migrante: vaivenes, añoranza, inestabilidad, sueños y una aplastante realidad que muestra su indiferencia cotidiana. Usando elementos coreográficos interesantes y algún homenaje a Folia de Jan Linkens, Éxodo es un buen comienzo para Becerra en el difícil mundo que mueve lo que vemos en el escenario.
[Muchas luces y dos sombras en el estreno de 'Dido y Eneas' de Blanca Li]
A continuación, Iker Rodríguez en el doble rol de coreógrafo y bailarín nos ofrece, sin
dudas, lo mejor de la noche. Un solo desgarrador que cuenta la historia del dolor físico desde sus entrañas. Con Red Skin, Iker encuentra la cohesión, siempre quebrantada en los principios de todo creador, mostrándonos una coreografía estructurada en la que se respira y transpira la danza sin miramientos.
Avanzando en la noche, llega Mijaela del israelita Shlomi Shlomo Miara quien se pregunta sobre la verdadera identidad del poder a través de una coreografía ligera y en ocasiones divertida, interpretada por seis bailarinas en un claro y bien intencionado full women. Con algunas insuficiencias, Mijaela es una creación que podría tener recorrido, mas todo dependerá de un concienzudo pulido que le proporcione coherencia a varias frases coreográficas desconectadas y armonice la historia contada.
Casi al final de la velada nos llega otro solo a cargo de la almeriense Sara Fernández.
Bálsamo interrumpido habla de esos refugios que llegan ¿por casualidad? para
aliviarnos el alma. Con sabiduría y buen ritmo la bailarina devenida coreógrafa rompe los moldes de la danza para mostrarnos su interior sin más artificios que el saber bailar. Una creación con espacio para la mejora, pero brillante desde el principio.
Ilusionado y expectante llego al final del programa reservado para YaeGee Park y su
Chum. Jamás negaré que Park hace una propuesta, a priori, interesante, pero he de
admitir que inmediatamente se diluye. Chum es una pieza sin armonía coreográfica cuya ejecución no ayudó a su lucimiento. La falta de foco y el uso de rupturas escénicas deficientemente planteadas son algunas de las carencias que me lleva a augurarle un futuro limitado.
El telón cae y el público es consciente del nacimiento de nuevos coreógrafos. ¿Quién
llegará a la cúspide? Aún es pronto para decirlo.