George Balanchine (1904-1983) tenía apenas 24 años cuando coreografió Apollo, un ballet renacido bajo la perspicacia de Serge Diaghilev –la infortunada primera coreografía de Adolph Bolm apenas se recuerda– y que hoy representa la transformación de la danza académica a lo largo del trepidante siglo XX. Los Ballets Russes de Diaghilev presentaron durante su temporada parisina de 1929 una primera versión que dista bastante de la que hoy se interpreta; de su inicial propuesta –titulada, como la partitura, Apollon musagète (Apolo y las musas)– al Apollo de hoy, no sólo le fue Balanchine recortando el nombre sino también vestuario, escenografía e incluso la modernista escena de arranque en la que el joven dios se presentaba desenrollándose de un largo tejido que lo mostraba al mundo.
De todo eso –que todavía permanece en las versiones que representan el Ballet del Teatro Mariinksy y algunos otros– sólo sobrevive, por deseo del coreógrafo, la presentación de los protagonistas, los solos de las Musas –Calíope, Polimnia y Terpsícore– y Apolo, seguidos por el hermoso dúo del dios con esta última, a la que reconoce como favorita, y un final ya icónico que los convierte en carroza iluminada por los rayos de sol que parten del propio Apolo.
Atrás quedaron los aparatosos vestuarios de Bauchant, Chanel o Chaney, además de las colinas del fondo, las grandilocuentes escaleras y otros efectos teatrales que vinculaban este ballet a la estética de los Ballets Russes; son precisamente estas ausencias las que convierten a Apollo en un símbolo de la propia evolución de Balanchine, que fue desnudando la danza de todo artificio escénico que ocultara lo más valioso de este arte: los cuerpos en movimiento y las prodigiosas frases que él ideaba.
Las virtudes de este ballet son muchas, ya que representado ante un sencillo fondo azul y con una minimalista ropa de ensayo, sólo necesita cuatro solistas y un montaje pulcro que respete la musicalidad del mago Balanchine. En este caso, ha sido Nanette Glushak –quien ya se hizo cargo de otras dos obras del coreógrafo en la etapa anterior de la CND bajo la dirección de José Carlos Martínez– quien supervisa la obra en nombre del Balanchine Trust.
Luz y color en Pulcinella
Pulcinella –otro ballet emblemático del compositor, aunque en este caso sobre música atribuida a Pergolesi– se presenta en una nueva versión de Blanca Li (Granada, 1964). Un encargo de Joaquín de Luz (director de la CND) que, como declara la coreógrafa, ella acogió “entusiasmada”. La coreógrafa reconoce a Stravinsky como uno de sus compositores favoritos y destaca especialmente las “múltiples texturas” de una partitura que le ha inspirado una obra que contrasta con la limpieza de líneas y los juegos formales de Balanchine. “Posee luz y color y, lo que más me gusta, es alegre y está llena de energía”, explica Li.
La primera versión de este ballet está también vinculada con Diaghilev, ya que fue presentada en París por sus Ballets Russes en 1920 con una trama propia de la Commedia dell’arte que resucitaba al célebre Polichinela gracias a las dotes cómicas del siempre brillante Léonide Massine, artífice de libreto y coreografía, y a los diseños de Picasso. Esta versión que presentó la CND el pasado año incorpora vestuario e iluminación de la propia Li. “El hecho de que nuestro primer público sea un público familiar es muy importante para mí”, añade la coreógrafa, quien dice llevar “años trabajando para acercar la danza a niños y a jóvenes”; un público, añade, “al que adoro y respeto”.
Su lectura de Pulcinella, afirma, “es una pieza abierta a todo tipo de público por su riqueza musical, su belleza y su energía”. El día 4 habrá un encuentro con el público al término del espectáculo, y el día 6 una función accesible a personas con discapacidad visual o auditiva gracias a recursos como la audiodescripción, bucle magnético y sonido amplificado, además de un paseo escénico previo a la función que ofrece la posibilidad de una visita táctil y facilita el contacto con maquetas o tejidos vinculados a estas dos obras.