Carla Fracci, la dualidad perfecta de un personaje inmortal
Coqueta, etérea, dramática y absolutamente legendaria, la bailarina y actriz ha fallecido en Milán a causa de un cáncer
27 mayo, 2021 18:50Coqueta, etérea, dramática y absolutamente legendaria, la bailarina y actriz Carla Fracci (Milán, 1936) ha fallecido esta mañana en su ciudad natal a causa de un cáncer. Deja una estela de grabaciones míticas y una influencia notable tanto en la generación inmediatamente posterior de bailarinas europeas como en sus sucesoras actuales.
Formada principalmente en la Escuela del Teatro alla Scala de Milán bajo la doctrina de la imperturbable Vera Volkova, Carla Fracci ascendió meteóricamente por el intrincado escalafón de la compañía hasta convertirse en Primera Bailarina en 1958 y, muy seguidamente, dar el salto a las compañías más prestigiosas del mundo; el London Festival Ballet (actual English National Ballet), el Royal Ballet de Londres, el Ballet de Stuttgart, el Real Ballet Sueco o el American Ballet Theatre se vanagloriaban de tenerla en sus filas como artista invitada mientras ella ampliaba su repertorio con valentía.
El físico menudo y la discreta estatura de Fracci le permitieron formar pareja artística con los bailarines más importantes del momento: Rudolf Nureyev, Mikhail Baryshnikov, Henning Krostam, Vladimir Vassiliev… y sobre todo, el danés Erik Bruhn. La pareja formada por Fracci y Bruhn simbolizó el regreso del esplendor del ballet romántico a los escenarios en pleno siglo XX, afianzando así uno de los principales pilares de la carrera de la italiana; no habría wili o sílfide que se resistiera a su cuello largo, la pálida languidez de sus brazos y las inclinaciones únicas de su rostro, siempre expresivo. No ha habido bailarina que no haya intentado emular su musicalidad, la naturalidad aparente de su port de bras y su aparente ingravidez. Si su Giselle fue la más efervescente en el primer acto, hasta su tutú de wili en la segunda parte del ballet ha sido copiado por generaciones posteriores: Fracci encarnaba la dualidad perfecta de un personaje inmortal.
Quizás no fuera la más saltarina protagonizando La Sylphide de Bournonville –incluso se le perdonaba el inadecuado collar de perlas que lucía, emulando innecesariamente en esta versión a Marie Taglioni– pero sobrepasaba con elegancia a sus competidoras en estilo, dramaturgia y musicalidad. Unas proporciones físicas admirables para la escena convertían su minúscula cabeza en el más perfecto aterrizaje para las coronas de flores, las tiaras y el tradicional peinado romántico que terminó usando dentro y fuera del escenario para acompañar sus habituales vestidos blancos.
En pleno ascenso artístico, Fracci se acercaba peligrosamente a las glorias que empezaban el declive de su carrera escénica e incluso compartía escenario con ellas –inolvidable su Grand Pas de Quatre con Alicia Alonso, Yvette Chauviré o Alicia Markova– mientras su técnica seguía adquiriendo brillantez y sus dotes dramáticas comenzaban a asomar con fiereza. John Cranko incorporó algunos de sus gestos más desgarradores en la escena de la cripta de su Romeo y Julieta, personaje que la italiana terminaría encarnando en multitud de versiones por todo el mundo. Fracci se convirtió en una intérprete destacada en un amplio repertorio que aglutinaba también ballets de Jules Perrot, Marius Petipa, Mikhail Fokine, Léonide Massine, Rudolf Nureyev o Roland Petit, entre otros.
Sus dotes como actriz ampliarían aún más su carrera artística; entre otras incursiones en la pantalla, Fracci interpretó a la bailarina Tamara Karsavina en la película Nijinksy (Herbert Ross, 1980), a la soprano Giuseppina Strepponi en la serie biográfica de la RAI, Verdi (Castellani, 1982), y a las célebres Elssler, Taglioni, Grisi, Livry y Bozzacchi en la serie The ballerinas, compartiendo pantalla con Peter Ustinov o José Antonio, que daba réplica a Fracci encarnando al histórico Félix ‘el loco’. La bailarina italiana también compartió escenario y amistad con Antonio Gades a partir de su encuentro en el Festival dei Due Mondi de Spoleto.
Carla Fracci fue además directora del Ballet del Teatro San Carlo de Nápoles, del Ballet de la Ópera de Roma y de la Arena de Verona. Era miembro de la Academia de Bellas Artes de Brera y Embajadora de Buena Voluntad de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura), además de activa ambientalista.
En 1987 actuó en Madrid como Bailarina Invitada con el Ballet del Teatro Lírico Nacional, bajo la dirección de Maya Plissetskaya. El público esperaba expectante su brillante entrada en el Raymonda Divertissement cuando la bailarina perdió uno de sus brazaletes de perlas y, pisando una de las bolitas caídas, resbaló y aterrizó de bruces en el suelo del Teatro de la Zarzuela. Nadie lo imaginaba, pero Carla Fracci era un ser humano como los demás.