Parecía que, como ella misma nos vaticinaba desde hacía décadas, iba a vivir eternamente; Alicia Alonso (La Habana, Cuba, 1920) ha aceptado finalmente su condición mortal y ha fallecido este jueves en La Habana a los 98 años, sobrevolando generosamente a varias generaciones de bailarines. Artista consagrada internacionalmente, directora del Ballet Nacional de Cuba que ella misma fundó –como Ballet Alicia Alonso- en 1948, y líder indiscutible de la danza académica en América Latina, Alonso se había convertido en un símbolo de perseverancia e inspiración tanto por su propia carrera artística como por haber popularizado el ballet en Cuba, convirtiéndolo en una de los principales sellos de identidad del país gracias al apoyo indiscutible del gobierno de Fidel Castro.
Nacida como Alicia Ernestina Caridad del Cobre Martínez del Hoyo, recibió el apellido artístico su primer marido Fernando Alonso, uno de los tres pilares -junto a su cuñado Alberto Alonso y a ella misma- del recién nacido ballet cubano. Si Fernando creó un repertorio coreográfico de gran éxito que empleó su identidad cultural como patrón creativo, Alberto sentó las bases de la Escuela Cubana de ballet que hoy lleva su nombre y cuyo método pedagógico es actualmente estudiado internacionalmente por su profusión de virtuosismo acrobático y fortaleza técnica. Aunque formada desde los 9 años en su ciudad natal –en la Sociedad Pro-Arte Musical– el auténtico despertar artístico de Alicia tuvo lugar en 1937 cuando se trasladó a Nueva York con su marido Fernando; allí se impregnaron de la expresiva musicalidad y la precisión técnica que empezaban a desarrollar Balanchine, Tudor y otros coreógrafos en ascenso. De su paso por las clases de School of American Ballet, Alonso conservaría las piernas de hierro y el cuello altivo que le servirían para destacar tan pronto como se incorporó al recién formado Ballet Theater (hoy American Ballet Theater) en 1940.
Su gran oportunidad, no obstante, llegaría dos años después, cuando sustituyó a la gran Alicia Markova bailando Giselle en el Metropolitan Opera House junto al célebre bailarín inglés Anton Dolin. La crítica la aclamaría a partir de entonces como la gran Giselle de su generación y la cubana haría del papel de la joven campesina su caballo de batalla durante décadas. La longevidad de Alonso sobre el escenario provocó que sobreviviera a varias generaciones de partenaires: desde Azari Plissetski (hermano de Maya Plissetskaya) a los cubanos Jorge Esquivel y Orlando Salgado, pasando por Igor Youskevitch, Erik Bruhn, Vladimir Vassiliev e incluso Antonio Gades, con quien compartió escenario en más de una ocasión y con quien mantuvo una sincera amistad.
Relevante intérprete de ballets tan diversos como Coppélia, el Grand Pas de Quatre o La Fille mal gardée, Alonso brilló especialmente en El lago de los cisnes y muy especialmente en el personaje de “El cisne negro”, para cuyas intervenciones en solitario incorporó innumerables trucos acrobáticos que hoy nos siguen impresionando por su exquisita ejecución y la perfecta sincronía con que los intercalaba en la partitura de Tchaikovsky. Su espectacular espalda erguida, sosteniendo un arabesque imposible sobre la punta del pie, resaltaba gracias a los tutús minúsculos que lucía, con plato corto y cintura exprimida por las ballenas del corsé. Alicia Alonso fue la única que podía competir con la Odile de Plissetskaya; la bailarina rusa era la que más saltaba, pero los giros de Alonso eran imbatibles. Ambas, precisamente, protagonizaron de forma casi simultánea en La Habana y Moscú el estreno del ballet Carmen que Alberto Alonso creó para ellas.
La soberanía escénica de Alonso inspiró a los más relevantes coreógrafos de su época: en Undertow, de Anthony Tudor, Fall River Legend de Agnes de Mille o Theme and Variations de George Balanchine, dejó el listón muy alto a sus sucesoras. Una brillante carrera que estuvo a punto de verse truncada cuando en 1942 sufrió un desprendimiento de retina que la tuvo inmóvil durante cerca de un año –aunque ella seguía recordando pasos de ballet moviendo los dedos de las manos e intentaba practicar sus ejercicios de barra tumbada en la cama- y dejó muy mermada su visión. Sus sucesivos partenaires aprendieron a guiarla en escena y se colocaron luces para ayudarla a orientarse de modo que sus famosos giros múltiples sobrevivieron a la ceguera.
Alicia Alonso deja un legado admirable en Cuba, donde llevó el ballet a todos los rincones subiendo a escenarios improvisados a sus mejores bailarines; hoy, es difícil encontrar una compañía de danza en el mundo que no cuente con intérpretes, maestros o pianistas cubanos altamente especializados. Alicia Alonso propició, dirigió y manejó las carreras de los artistas del Ballet Nacional de Cuba, algunos de los cuales optaron en los últimos años por desarrollarse fuera de su país.
Alonso fue reconocida con innumerables galardones como la Orden José Martí, el Premio Anna Pavlova de la Universidad de París, el Benois de la Danza, la Orden de Comendador de las Artes y las Letras de Francia o la Medalla Pablo Picasso de la UNESCO. En la última semana, su nombre aparecía firmando un documento de apoyo al Instituto Universitario de Danza Alicia Alonso, que acaba de ser desvinculado de la Universidad Rey Juan Carlos .
Alicia Alonso será despedida con todos los honores en el Gran Teatro de la Habana que lleva su nombre, junto al escenario desde el que saludaba a su público; minutos y minutos que llenaba de magisterio e inspiración al término de sus actuaciones, con los ojos entornados y la mirada altiva de una gran Prima Ballerina Assoluta.