Caravaggio, Vermeer y Velázquez no es una exposición, como pudiera parecer, sino una obra de teatro, un monólogo con mucho color que Xavier Albertí ha realizado partiendo de las ideas de Michael Foucault a través de las cuales llega a la conclusión de que una obra de arte auténtica contiene una teoría de representación del tiempo que la vio nacer. El montaje, que podrá verse en el Teatro de la Comedia a partir del 28 de octubre, se desarrolla con el talento poliédrico de Albertí, con la videoescena de Roger Vila y con la monumental presencia de tres obras de arte: El Santo Entierro, de Caravaggio, Muchacha leyendo una carta, de Vermeer, y Las hilanderas o la fábrica de Aracne, de Velázquez. Ninguna de ellas ha sido elegida por casualidad. Todas están realizadas en el siglo XVII y cada una, a su manera, ha protagonizado un suceso recientemente. Caravaggio con el “descubrimiento” de su Ecce Homo en una subasta en Madrid, la restauración de la pieza de Vermeer y el nuevo marco de la obra maestra de Velázquez.
“Intento que el espectador sienta el enorme placer de ver formas pictóricas y viajar hacia un tiempo que aún puede alimentar muchos enigmas". X. Albertí
El primer impulso del director e intérprete, que apoya su monólogo con la música de su piano, era ampliar la mirada sobre la época en la que fueron realizadas las pinturas y sobre sus creadores como una “autopista de circulación” en unas circunstancias que, asegura Albertí a El Cultural, hemos tendido a simplificar. “Caravaggio abre la puerta del siglo e introduce el cuerpo humano, Vermeer pinta para una ciudadanía burguesa que está naciendo y Velázquez crea la presencia del artista como cohesionador”.
La obra está planteada como una ruta visual. Los cuadros son los puntos de partida del texto de Albertí e intentan analizar texturas de la filosofía, la teología, la economía y la política: “Intento que el espectador sienta el enorme placer de ver formas pictóricas y viajar hacia un tiempo que aún puede alimentar muchos de los enigmas de nuestra época. La música hace de preludio de cada cuadro e intenta incentivar otro tipo de memoria, de conexión menos intelectual”, señala el director admitiendo que acompañará el montaje con partituras de Rameau, Couperin y Cabanilles (para no salirnos del siglo que vio nacer los lienzos
protagonistas).
Mientras prepara para el Teatro Real El abrecartas, homenaje a su recientemente fallecido maestro Luis de Pablo con libreto de Vicente Molina Foix, Albertí detiene su mirada en estos cuadros que, explica, no solo han sido elegidos por su calidad, también por su forma de equilibrar un periplo hacia destinos muy amplios: “Nos informan de cómo en el siglo XVII se empezaron a solventar las tensiones entre individuo y Estado o entre ciudadano y súbdito. De cómo se ordenaron las potencias económicas, de cómo se creó una economía especulativa y no productiva. De cómo la búsqueda de un sentido de trascendencia apareció con mayor ímpetu… Temas que siguen ocupando gran parte de la necesidad de entender el mundo y nuestro lugar en él”. Por eso vuelve a Foucault para establecer y fijar la correlación necesaria entre arte y teatro: “Me gusta citarlo para dejar constancia de que el verdadero arte es aquel que es capaz de capturar el espíritu del tiempo que lo vio nacer y seguir alimentando otros presentes. En este sentido, al teatro le sigo pidiendo lo mismo”.
La cuestión que se deja abierta es si el teatro puede desgajar tantos planos, abrir tantas brechas como la pintura de estos genios. Para el director, no hay duda. “Leonardo nos dijo que el objetivo de la pintura es capturar la luz. Pero la luz no se ve. Observamos el efecto de la luz sobre la materia. Pues bien, el objeto del teatro es capturar las emociones humanas. Pero las emociones tampoco se ven. Detectamos el efecto de las emociones sobre el comportamiento humano”. Con este Caravaggio, Vermeer y Velázquez conseguiremos, de la mano de Albertí y de las notas que saldrán de su piano, apreciar la “musculatura ideológica” de esas imágenes: “Porque cambian las técnicas pero no los objetivos”.