Desembarca en el Liceo La clemenza di Tito, que es considerada la última ópera de Mozart
–aunque quizá ese título habría que aplicárselo a La flauta mágica–, una obra irregular, anclada todavía en el esquema de la antigua, y ya caduca a finales de 1791, ópera seria. Durante años el valor musical, la importancia artística e histórica de esta composición han sido puestos en entredicho. Aunque modernamente las cosas han cambiado y se mira a estos pentagramas, algo encorsetados en el riguroso traje metastasiano, de otra manera.
Pese a los artificios derivados del ya algo apolillado género, las virtudes de La clemenza di Tito son innumerables. Su música alberga bellezas dotadas a menudo de una vena poética y de una fuerza dramática indiscutibles y, por supuesto, de una calidad melódica proverbial. El tinte general de la ópera nos lo da la obertura, no programática, abstracta pero contundente, ceñida, bien ordenada, iniciada por una marcha –no hay que olvidar, como recuerda Harnoncourt, que está escrita para una corte, la de Praga– y marcada desde el comienzo por una solemnidad y un patetismo que enlazan con lo que se quiere que sea la obra.
Todos los tratadistas e investigadores están de acuerdo en que el epicentro de la composición, tanto desde el punto de vista dramático como musical, es el nº 12 de la partitura, el quinteto con coro Deh, conservate, o Dei, donde se produce el punto crítico de la tragedia y se concentran todas las tensiones. Es una página de gran originalidad, que emana de los usos de la ópera bufa –en la seria este tipo de conjuntos estaba desterrado–; aunque, por supuesto, tenga poco de cómico, no ya por el tema tratado, sino porque en este caso existe una sola e invariable situación: en el campo bufo se produce, al contrario, un continuo progresar de la acción.
Esta obra esconde conflictos humanos intemporales y plantea una reflexión sobre el poder y el perdón
El quinteto propiamente dicho viene introducido por un recitativo acompañado de Sesto (nº 11), un monólogo en el que el joven expone sus remordimientos (por haber colaborado junto a otros enemigos de Tito a prender fuego a Roma) de forma apasionada, diestramente subrayado por un allegro furibundo dominado por un salvaje motivo que aparece y reaparece según el curso del declamado y adquiere soberana intensidad en el momento en el que Sesto se da cuenta de que arde el Capitolio. La secuencia tonal del fragmento está perfectamente calibrada para proporcionar el tremendo efecto expresivo. La irrupción de la voz del mismo personaje en el quinteto inmediato es impresionante.
Muy variados acercamientos escénicos son posibles en una obra abierta que, bajo su estirado traje de época, esconde conflictos humanos intemporales: amores, celos, odios… Además, plantea un cuidadoso estudio de la mística del poder, de la ambición y, finalmente, del perdón. De ahí que sean apetecibles aproximaciones a su entraña dramática de artistas curtidos y conocedores, de sensibilidad y fantasía probadas como las que caracterizan la labor de un regista del talento de David McVicar. Su producción procede del Festival de Aix-en-Provence de 2011 y pinta el mundo clásico a través de la mirada de un espectador de la época de Mozart. Movimientos bien aquilatados y excelente dirección de actores.
Estos, cantantes al tiempo, componen en estas representaciones liceísticas, un buen equipo vocal. Aparece comandado por dos tenores, que se alternan en la parte del emperador: Paolo Fanale, italiano, de consistente timbre de lírico y fogosa expresión, aún algo rudo, y Dorlet Nurgeldiyev, nacido en Turkmenistan, de voz más leve pero de mayor brillo y fraseo más cincelado. La feroz y celosa Vitellia se la reparten tres sopranos líricas –lo lógico serían voces más dramáticas–: Myrtò Papatanasiu, de enorme vigor y acusado vibrato, Vanessa Goikoetxea, de penetrante emisión y buen mordiente, y Carmela Remigio, algo falta ya de expansión.
Registro de castrado
Dos buenas mezzos para Sesto (que fue creado para el castrato Domenico Bedini): Stéphanie D’Oustrac, lírica y grácil, y Maite Beaumont, de mayor caudal, aunque menor atractivo tímbrico, ya una experta en el cometido. Aparecen bien cortejadas por dos estupendas Servilias, Anne-Catherine Gillet y Sara Blanch, esta dotada de una especial proyección en las notas altas, y por una siempre segura Lidia Vinyes-Curtis. El bajo Matthieu Léocrart será el oscuro Publio. Al reparto se incorpora, como Lentulo, el especialista en artes marciales David Greeves, colaborador de McVicar en óperas de este corte.