El Teatro Real arranca una nueva temporada como terminó la anterior: con Verdi. Nos despedió en julio con Il trovatore y nos recibe tras el receso vacacional con otra ópera menos popular del compositor italiano pero también con muchos atractivos para hacer de ella un sugerente entrante del curso lírico que se avecina. Nicola Luisotti, que será el director de la producción que veremos a partir del próximo miércoles 18 (procedente, por cierto, de la Ópera de Frankfurt), la define como una “obra no lograda”. Fundamenta tal afirmación en el hecho de que Verdi estuviera casi 20 años retocándola. Hay varias versiones. La de París, la primera, de 1867, tiene cinco actos e incorpora números de ballet, tan del gusto entonces del público galo. A Verdi le parecía demasiado larga. Así que recortó metraje a sacó cuando la estrenó en Milán. El primer acto, por ejemplo, desapareció entero.

“Creo que fue un error porque luego no se entiende la dimensión de la tragedia de los personajes”, explica Matabosch, refiriéndose a Isabel de Valois y el infante Carlos, cuyos amoríos primerizos, que luego se verán despezados por tejemanejes geoestratégicos, son planteados en ese acto caído en desgracia. La razón de Estado se impone a las razones del corazón. El hecho de no mostrarlos, ciertamente, diluye el nodo dramático de la trama. Por eso, el responsable artístico del coliseo madrileño está tan contento de acoger la producción germana, que sigue otra versión posterior, la de Módena. Una especie de síntesis de las dos previas. El Cisne de Busseto recuperó el acto inicial, que transcurre en Fontainebleau, y mantuvo fuera los ballets que había aceptado en su día a regañadientes.

A pesar de todas esas dudas de su autor, que dan pie a la sospecha enunciada por Luisotti de pieza no rematada, el maestro italiano, con una relación cada vez más afianzada con el Real, también rompe una lanza en favor de este título: “Es el más largo de Verdi pero cuando la escucho me parece el más cortito. Es un milagro”, sentencia, recomendando que se disfrute en directo, “respirando los olores del teatro”, más que un cedé. Sólo frente a unos cantantes de carne y hueso puede consumarse ese efecto de brevedad misteriosa. En las 14 funciones que se representarán hasta el 6 de octubre, con sus cinco actos y sus tres horas y media de duración, los principales papeles se los reparten varias tripletas: Felipe II (Dmitry Belosselskiy, Michele Pertusi, Dmitry Ulyanov), Don Carlo (Marcelo Puente, Andrea Caré y Alfred Kim más Sergio Escobar sólo el 3 de octubre), Rodrigo, el Marqués de Posa (Luca Salsi, Simone Piazzola y Juan Jesús Rodríguez) e Isabel de Valois (Maria Agresta, Ainhoa Arteta y Roberta Mantegna). Repartos equilibrados y de fuste los urdidos por Matabosch para esta primera entrega de una temporada que propone tres estrenos absolutos en España.

Otro de los grandes alicientes de esta producción es su ideólogo escénico: David McVicar. Vuelve a jugar el regista británico a los contrastes muy marcados, como ya hizo en la premiada Gloriana que manufacturó en Madrid recientemente. “Sitúa su puesta en escena en un espacio escénico connotado de elementos simbólicos, en nada realista, que contrasta con un vestuario rigurosamente de época y con una afinada dirección de actores”, señala Matabosch. McVicar se inspiró en una reflexión de Schiller para cristalizar su visión de esta ópera. A juicio del poeta alemán, en cuyo drama Dom Karlos, Infant von Spanien, se basaron los libretistas de Verdi, François Joseph Méry y Camille du Locle, los sueños más hermosos se soñaban en la cárcel. Los cantantes se mueven así en un espacio claustrofóbico, construido a base de muros de ladrillo gris.

Aunque esas estructuras a su vez permiten construir diversas atmósferas gracias a su versatilidad. Así emergen los jardines de Fontainebleau, un tribunal de la Inquisición, el Monasterio de Yuste… “En el fondo es una obra sobre la libertad en distintos planos”, afirma Luisotti. “La libertad de expresión y pensamiento, exigida por el Marqués de Posa. La libertad emocional, restringida a Felipe II, que no puede establecer una amistad sólida con el marqués porque el Rey, como manda la tradición, no tiene amigos. Y luego está la Inquisición, que inocula el miedo en la gente a través de la religión”.

No le falta actualidad a esta propuesta inaugural del Teatro Real, ya que la libertad, en cada época, tiene sus enemigos, siempre poderosos. Verdi la defendió (la pública y la íntima) en buena parte de su obra, muchas veces en contra de poderes fácticos muy poderosos. Matabosch vuelve a esgrimir sus partituras oportunamente. Buena forma de arrancar un curso que deja atrás el anterior, saldado con cifras positivas dadas a conocer por Gregorio Marañón, presidente del Patronato del Teatro Real. Destacan dos récords: los 60 millones de presupuesto (29% procedente de recursos privados) y los 21.000 abonados.

@albertoojeda77