Image: Bychkov navega el río de Smetana

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Escenarios

Bychkov navega el río de Smetana

29 marzo, 2019 01:00

Semyon Bychkov. Foto: Umberto Nicoletti

El director ruso afronta desde este viernes Mi patria, el ciclo de seis poemas sinfónicos de Bedrich Smetana, una de las obras más paradigmáticas de la música nacionalista del siglo XIX. Lo hace al frente de la Orquesta Nacional.

La OCNE se pone esta semana de tiros largos para ofrecer un programa que es singularmente novedoso, aunque en él figure una composición muy popular y escuchada, bien que verdaderamente tampoco se ponga demasiado en los últimos tiempos, El Moldava, integrada junto a otras cinco en el ciclo Ma Vlast (Mi patria) de Bedrich Smetana. Este poema sinfónico, segundo de la colección, es sin duda el más bello y aglutina y sintetiza en cierto modo la esencia temática y melódica de los demás, aunque cada uno de ellos tenga su sello propio, representativo en todo caso del espíritu y del credo patriótico de su autor, que ya aparecía expresado en sus primeras óperas, modelos en algún caso sui generis de exaltación localista musical.

Las seis partituras se reparten en dos grupos: uno que contiene directas evocaciones de la naturaleza checa, como el citado y Por los prados y los bosques de Bohemia, y otro que alude a acontecimientos, lugares históricos y personajes del país, así Vysehrad, Sarka, Tabor y Blanik. El gran tema del río Moldava, anchuroso, melódico, amplio, recorre la espina dorsal de la segunda pieza, ofrecida tantas veces como espléndido bis. Hay en todas un especial tratamiento tímbrico y una maravillosa capacidad de sugerencia ocasionada por el sabio toque atmosférico y por el directo lirismo de tantos pasajes. El ciclo fue comenzado en 1874 y finalizado en 1879. Desde entonces es una de las músicas más representativas de la nación checa. Un emblema, un prototipo de eso que se ha dado en llamar música nacionalista.

El término, algo difuso, de nacionalismo se emplea en el arte de los sonidos para hacer referencia a las músicas desarrolladas sobre temas, ritmos, melodías o, incluso, armonías extraídas del acervo folclórico, del seno de lo popular; diferente en cada zona o región geográfica, aunque entre unas y otras, más o menos vecinas, puedan establecerse parentescos. Hay también elementos de este signo que no provienen de fuentes concretas conocidas y que pertenecen a la parcela de lo que se conoce como folclore imaginario; el fabricado o inventado por los compositores utilizando las reglas que conforman los pentagramas, por decirlo así, "auténticos".

Impetuoso, sugerente y dominador, Bychkov posee un fuerte temperamento y un entusiasmo irrefrenable, rasgos que casan bien con las exigencias de

Una distinción que tampoco es importante, porque esa autenticidad puede venir dada por el tratamiento y el trabajo de elaboración. De hecho, citando nombres concretos, ¿quién discute la veracidad de lo popular en composiciones de Bartók que se fundamentan, sin embargo, en células o factores puramente imaginados? Algo que podríamos predicar perfectamente para Falla; y para tantos creadores, entre los que se incluye, por supuesto, Smetana, pues en los nacionalismos de raíz eslava esos procesos de invención se daban igualmente. Tanto en Rusia como en Bohemia, regiones caracterizadas, a partir de mediados del XIX, por la eclosión de lo popular, estilizado hábilmente e integrante de los procedimientos compositivos.

Ha habido grandes maestros de la dirección que se han revelado recreando este tipo de músicas. Por lo que atañe a la tradición estrictamente bohemia, que es la que nos interesa aquí, hay cuatro nombres muy significativos nacidos justamente en esa región que han contribuido a popularizar estos poemas de raíz profundamente bohemia, tres de ellos, curiosamente, llamados Vaclav: Talich, Neumann y Smetacek.

Grandes recuerdos

A su lado el ínclito Rafael Kubelik, que sabía otorgarles la dimensión paisajística y toda la amplitud fraseológica precisa. Nadie como él para cantar y acentuar el gran tema del río, ese discurrir fluvial lleno de meandros. En esa línea, aunque su origen sea ruso, debe situarse el director que esta semana ocupa el podio de la Nacional, nacido en Leningrado (San Petersburgo) en 1952 y ya conocido por estos pagos, en los que siempre ha mostrado grandes cualidades: Semyon Bychkov.

Desde aquella cita de hace años con una soberbia Sinfonía Leningrado de Dimitri Shostakovich hasta el Réquiem de guerra de Benjamin Britten, el maestro ruso ha dejado siempre buen poso en nuestros músicos. Recordamos también una muy buena Patética de Chaikovski. Hurgando más en nuestra memoria evocamos un más que aceptable Lohengrin de Wagner en versión de concierto en Salamanca y un Parsifal del mismo autor en el Real. Y, con anterioridad, una efervescente Elektra de Strauss, que estuvo animada por una violencia demoledora y un sentido danzable casi ancestral. Los modos y técnica de Bychkov casan bien con lo que demandan estas obras de Smetana que ahora aborda. Es un director comunicativo, enérgico, de batuta muy sugerente, de una rara intensidad expresiva. Un artista capaz de galvanizar a un conjunto sinfónico y de extraer de él, por derecho, recreaciones que destacan más por su brío que por su delicadeza.

Se muestra siempre muy eficaz y teatral, sudoroso, impetuoso y dominador, con una mímica amplia y de fácil inteligibilidad. Posee un fuerte temperamento y un entusiasmo irrefrenable, el mismo que lo impulsó a salir en cuanto pudo de la Unión Soviética para ganarse los garbanzos en Norteamérica. Su estilo sobrio, su autoridad, su curioso penduleo en el podio y su estupenda técnica de batuta han basado su trayectoria. Toca cómoda la Nacional con él, se deja mecer en sus suaves y oscilantes movimientos de vaivén, con brazos elásticos, circulando en distintos estratos armoniosamente, el mando sugerente y atento.