Dentro de su ciclo En letra grande, que recupera la memoria de mujeres que enriquecieron el panorama teatral español en las primeras décadas del siglo XX, el Centro Dramático Nacional estrena Halma, un texto escrito y dirigido por Yolanda García Serrano y dedicado a María Francisca Clar Margarit (Palma de Mallorca, 1888 - Madrid, 1952), que escribió con el pseudónimo de Halma Angélico. Protagonizada por Ana Villa y Enrique Asenjo, el montaje puede verse en la sala El Mirlo Blanco del Teatro Valle-Inclán de Madrid desde el 19 de febrero hasta el 3 de marzo.
Hija de un alto cargo militar destinado en Filipinas, Halma pasó sus primeros años de vida en la isla hasta que dejó de ser colonia española. La familia regresó a Madrid, donde la autora vivió el resto de su vida. Con una activa participación en el ambiente cultural de la época, Halma se relacionó con Manuel Azaña, Carmen de Burgos, Concha Espina, María Lejárraga y María Teresa León (las dos últimas, protagonistas de sendas obras del mismo ciclo del CDN).
Después de un matrimonio infeliz del que nacieron dos hijos, se separó y continuó su actividad artística. Comenzó entonces a ganarse la vida escribiendo artículos y cuentos en periódicos como ABC, Heraldo y en revistas femeninas como Mujer y Mundo femenino. Escribió novelas, cuentos y teatro, como autora y adaptadora.
Perteneció al Lyceum Club femenino, fundado en 1926, una institución que aglutinó a las intelectuales de la época. Allí coincidió con Carmen Baroja, Zenobria Camprubí, María de Maeztu, Isabel de Oyarzabal y la mencionadas Lejárraga y León, entre otras. Halma fue la última presidenta de la institución. Fue también vicepresidenta de La Asociación Nacional de Mujeres españolas que luchó en favor de los derechos femeninos sobre todo a través de su revista Mundo femenino. Creó el Hogar Sudamericano para exiliados y fue vicepresidenta de la Unión de Mujeres de España y de España femenina.
Pronto comenzó su producción teatral. En 1920 publicó Los caminos de la
vida y en 1922 Berta, ambas con el seudónimo de Ana Ryus. No llegaron a estrenarse. En 1929, ya con el seudónimo de Halma Angélico, reformó la obra Berta y apareció con el título de La nieta de Fedra. Ella misma subtituló la obra como teatro irrepresentable, más por el contenido, de fuerte carga feminista, que por la forma. En 1932 estrenó Entre la cruz y el diablo. Fue un éxito de público y le supuso un reconocimiento de la crítica.
Con el comienzo de la Guerra Civil, Halma se afilió a la Confederación Nacional de Trabajadores, CNT. En 1938 estrenó Ak y la humanidad, versión teatral del cuento ruso de Jefim Sosulia, y única obra de teatro político de Halma. El cuento plantea una
distopía en la que el Gobierno divide a las personas en superfluas o no superfluas
e insta a las primeras a suicidarse en el plazo de 24 horas. De no hacerlo el
Gobierno procede a su eliminación. Halma adaptó el cuento para teatro con
algunas modificaciones en la parte final. La obra y la propia autora fueron criticadas de manera muy violenta por los compañeros de la CNT y causó un enorme revuelo mediático. Incluso se la acusó de plagio. La dureza de las acusaciones supuso un fuerte revés emocional para Halma.
La CNT reprochó a Halma que "una burguesa, como la llamaron, hiciera semejantes críticas a la lucha armada", afirma García Serrano. "Hay fuentes que dicen que la representación se prohibió por orden gubernativa y otras que fue ella misma la que decidió retirarla de la cartelera. La consecuencia es que Angélico se dio de baja en la CNT y escribió una carta, que por cierto he
encontrado hace poco, defendiéndose de las difamaciones y manifestando su sorpresa ante las acusaciones de fascista, cuando incluso tenía un hijo luchando en el frente, en el lado del Gobierno".
Acabada la Guerra Civil fue encarcelada y puesta en libertad sin cargos
a los pocos meses. Tras su liberación decidió quedarse en Madrid donde
abandonó toda actividad literaria. Aislada culturalmente y olvidada, falleció en
1952.
"Preocupada por el papel de la mujer en la sociedad, creadora incansable, se enfrentó a un muro de odio que no pudo derribar", afirma la autora de Halma, Yolanda García Serrano. "Quizá ha llegado la hora de hacer lo que ella no pudo".