Regresa a Madrid, para un único recital, Maurizio Pollini (Milán, 1942), uno de los pianistas más famosos y más enjundiosos de las última décadas, hábil como pocos en establecer un variado y fértil juego de tensiones, liberadas gracias al desarrollo milimétrico de un discurso admirablemente estructurado. Gracias también a un bien calibrado manejo de los reguladores. Eso sí, el artista, persiguiendo la pureza de su concepción, se ha lanzado siempre obsesivamente en picado hacia la consecución de una idea, aun cuando ello pudiera suponer un cierto desbocamiento, a querer darlo todo en unos compases, a no poder evitar determinados confusionismos que nacen de un exagerado uso del pedal.
Más de una vez nos hemos preguntado qué nos atrae fundamentalmente de este pianista que no se pliega a la imagen que se tiene del artista al uso. De sus dedos siempre han salido sonoridades de una plenitud insólita y cuando su juego fraseológico y dinámico nos alcanza y nos penetra, comprendemos la verdad y la transparencia de un mensaje, a medias entre lo hipnótico y lo litúrgico. Es verdad que en los últimos tiempos el pianista parece haber aflojado su tradicional rigor y, quizá por la edad, perdido la fustigante manera de atacar cada nota.Se perciben en sus modos algunas debilidades que hacen que sus construcciones no sean tan firmes y asentadas, tan berroqueñas.
En cualquier caso, sus interpretaciones siguen poseyendo ese rotundo valor que da el estudio y, aunque albergan a veces rasgos que parecen contradictorios, promueven una imagen rica, contrastada, rotunda y vital del artista, a quien veremos en acción este lunes 11 en el Auditorio Nacional dentro del ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Desarrollará un programa de lo más atractivo, con obras y autores de su preferencia. En la primera parte, Chopin, con los Nocturnos 1 y 2 de la op. 62, la Polonesa op. 44, la Berceuse op. 57 y el Scherzoop. 39, composiciones en las que el fulgor de la pegada, el sentido del legato y lo ceñido y concentrado del fraseo del artista han brillado tradicionalmente. En la segunda mitad de la sesión, Debussy: nada menos que los doce Preludios del libro I.