Pista central del teatro Circo Price de Madrid

La semana pasada conocíamos los nombres de los directores que van a guiar la política cultural madrileña desde sus despachos de Matadero Madrid, Conde Duque, CentroCentro, Teatro Fernán Gómez-Centro Cultural de la Villa, Teatro Circo Price y Medialab Prado. Elegidos mediante concurso público, el gestor cultural y ex director del Price, Tato Cabal, cuestiona fondo y forma de esta práctica. ¿Son independientes? Y, sobre todo, ¿son los mejores?

En verano del año pasado fueron nombrados los directores del Teatro Español (Carme Portaceli) y de las Naves del Matadero (Mateo Feijoo), el autollamado Centro Internacional de Artes Vivas, que pretende "generar un espacio de creación y pensamiento contemporáneos para que funcione como un catalizador". El proverbial amor de los adalides de la nueva política por la floritura palabrista pervive acrecentado; tanto más cuando precisan dar a sus proyectos con hipérboles el empaque que la realidad no les otorga; véanse los resultados en ambos espacios.



Aquellos nombramientos vinieron acompañados de una tormentosa polémica por la composición de los jurados a la que yo me sumé con una carta abierta a Carmena. Las bases determinaban que estarían integrados por profesionales de reconocida trayectoria e independientes, y no eran ni lo uno ni lo otro, sino un grupo de personas de su entorno político con algún vínculo afectivo o profesional con el mundo de la cultura.



Pero es que ahora vuelven a la carga. Me centraré en el caso del Price por conocimiento y por la empatía que me producen estos artistas escénicos maltratados por los tiempos y por las administraciones. Ha ganado el concurso para la dirección María Folguera, hasta la fecha su responsable de programación. En el jurado estaba Francesc Casadesús, director del Grec, nada que objetar, y Ana López Asensio, que trabaja en cultura en el recoleto municipio de Lejona, Vizcaya, a la que se le supone la independencia, pero a la que cuesta calificar como profesional de reconocida trayectoria.



El problema viene con los otros tres. Uno es Jesus Chacón, jefe de pista en el espectáculo circense programado por Folguera en el Price durante las actuales Navidades. Otro es Rafael Peñalver, integrante de la Asociación de amigos del circo del Colegio Mayor Chaminade, donde se aficionó mientras estudiaba una carrera. Lo chusco es que organiza el Encuentro Universitario de Madrid cuya gala de cierre se desarrolla en el Price desde 2014, cuando Folguera lo incluye en la programación. ¿No es de bien nacido el ser agradecido? Y el tercer caso es el de Itsaso Iribarren. Ella y su pareja son profesores de mástil en la escuela Carampa. En septiembre, y durante varias semanas, ambos llevaron a cabo un proyecto por encargo del Price consistente en performances dramatizadas y adobadas con toques circenses en el cementerio inglés, donde están enterrados los restos del primer director del legendario circo. Dicho proyecto fue ideado, promovido y programado por Folguera. Seguro que los tres son buena gente, de Jesús me consta, pero su independencia es más que cuestionable. Y de lo de reconocida trayectoria, ¿qué decir? Este país tiene grandes profesionales (y no todos tienen que ser exclusivamente del llamado circo contemporáneo).



Por cierto, hablando de reconocida trayectoria, ¿no es este también un requisito que debe cumplir el candidato? Lo digo porque María Folguera se incorporó al Price hace unos años sin ninguna experiencia en gestión cultural, como bloguera y asistente del por entonces director. Que haya llegado a coordinadora de la programación es indicativo, seguramente, de que es una persona muy válida, pero más que una amplia trayectoria profesional se podría decir que tiene buena sintonía con "la casa" y con los caseros. A ver si me entienden; no hablo de la idoneidad de los nombramientos, sino del cuento chino del concurso.



Citan en la convocatoria su compromiso con el código de buenas prácticas, y presumen de limpieza con este procedimiento de selección para "acabar con la cultura mercantilista" de anteriores corporaciones. ¿Nos toman por tontos?



Vamos a ver, si lo que se busca es "el mejor" (¿el mejor para quién o para qué?), ¿quién garantiza que este procedimiento es el idóneo para ficharlo? ¿Y si el mejor no se presenta al concurso? ¿Y si se presenta y los miembros del jurado creen que es otro? Miren, al pan, pan; esto de los concursos para el nombramiento de directores de centros públicos viene de muchos años de dedismo caprichoso, y se considera, erróneamente, un antídoto del pasteleo que garantiza limpieza. Pero los hechos hablan.



El responsable político de cultura (concejal, consejero, ministro) tiene que realizar una serie de nombramientos. Unos son de cargos políticos (Director General, por ejemplo) y otros de técnicos de nivel superior (director de un teatro). El criterio es, en los primeros, por ser "de los nuestros" y, luego, por sus capacidades. Lógico. En el segundo caso, deben primar sus capacidades y experiencia profesional, y luego viene que además sintonice "con los nuestros" (no hace falta que el director de un colegio o de un hospital público sea militante del partido político del consejero o concejal), pero lo importante es que sea buen gestor, más que un gran artista, o un cirujano estrella. Toda variación es mórbida: los amigos, los cofrades, los clientes…).



El antídoto verdadero es que los políticos de cultura tengan fuertes y claras convicciones, y la honestidad necesaria para llevar a cabo una política cultural que piense en el binomio ciudadanos-creadores, lo que incluye el nombramiento de los directores de las unidades de producción y gestión. La diferencia entre los indignados de la nueva política y los clásicos es que éstos han venido degradando, en un proceso lento pero inexorable, el concepto de política cultural hasta acabar sustituyéndolo por el de márquetin político, cuando no por el de mero escaparatismo, en tanto que los de ahora sí hacen política cultural, pero la peor de todas, la de los que saben distinguir lo puro de lo impuro porque ellos son auténticos misioneros.



Que nombren a quien les parezca mejor, pero, por favor, sin paripés. Y de paso, que aprovechen en la Concejalía de Cultura para sacudirse un poco el esnobismo y reflexionar sobre el comportamiento sectario en los temas de cultura y sobre su permanente demostración de amateurismo. Perdón, ¿qué estoy diciendo?, ¡si no hay concejalía!