Yvette Chauviré
A unos meses de cumplir los 100 años, la bailarina francesa Yvette Chauviré seguía representando el glamour y el savoir faire de la escuela francesa de ballet clásico. Pulcra e inalterable, alcanzó la categoría de Étoile del Ballet de la Ópera de París en 1941 y supo dosificar con inteligencia su sabiduría entre las bailarinas de las generaciones siguientes una vez que abandonó los escenarios. Musa del coreógrafo Serge Lifar, elegante y exquisita, formó parte de una generación de oro del ballet clásico y tuvo grandes reconocimientos por parte de su país: Gran Oficial de la Orden de la Legión de Honor, Gran Cruz en la Orden Nacional del Mérito y Comendador de la Orden de las Artes y las Letras.Nacida en París el 22 de abril de 1917, Chauviré recibió una sólida y precisa formación en la Escuela de Ballet de la Ópera de París a partir de los diez años que le permitió, una vez en la compañía, interpretar los principales roles de su exigente repertorio y participar en las creaciones de algunos ballets emblemáticos de su época. Entre 1932, cuando la bailarina ingresa en el Corps de Ballet de la Ópera de París, y su retirada de las escenarios en 1972, Chauviré no solamente había saltado fugazmente por todas las categorías sino que alcanzó el mítico título de Prima Ballerina Assoluta con el que, en contadísimas ocasiones y a veces de forma espontánea, se reconoce la especial relevancia de una artista.
Su interpretación del célebre solo Le Cygne (La muerte del cisne) creado por Michel Fokine para Anna Pavlova en 1905, la encumbró a los altares al demostrar una expresividad teatral que había nacido con los Ballets Russes de Diaghilev y que muy pocas bailarinas clásicas habían sabido desarrollar con éxito hasta entonces. Sus explicaciones sobre la colocación de los dedos de las manos para que simulen las alas del cisne, o cómo inclinar el cuello en determinados momentos de la coreografía, han servido de referencia a generaciones de bailarinas más jóvenes que han buscado acercarse con ello a la estética más respetuosa con la versión original ideada por Fokine.
Fue el bailarín, coreógrafo y entonces director del Ballet de la Ópera de París Serge Lifar quien la ascendió de forma meteórica hasta los primeros puestos de la casa, mientras creaba para ella algunos de sus ballets más importantes, como Istar, Suite en Blanc o Les Mirages. Chauviré se ausentó en varias ocasiones del Ballet de la Ópera de París; la primera vez en 1945 como gesto de respaldo a Lifar quien, acusado de colaboracionismo con el gobierno nazi durante la ocupación francesa, tuvo que abandonar la compañía por algún tiempo. En sus años de ausencia actuó con los Ballets de Monte-Carlo y, posteriormente, con el Royal Ballet de Londres y el Ballet de la Scala de Milán, donde dejó su sello con un montaje propio del ballet Giselle, todavía en repertorio. Además de visitar todo el mundo como bailarina invitada, trabajó también como actriz antes de volcarse en la preparación de las nuevas generaciones de bailarinas francesas; afortunadamente, hay una buena colección de grabaciones de Chauviré ensayando con las Étoiles que la sucedieron sobre el escenario de la Ópera de París.
La precisa musicalidad de Yvette Chauviré y la coquetería propia de la escuela francesa que representaba se resumen en una de las piezas más célebres creadas para su lucimiento: Grand Pas Classsique (también conocido como Auber Pas de Deux) que el coreógrafo Victor Gsovski preparó para ella y el bailarín Vladimir Skouratoff en 1949. Este pas de deux es tan rigurosamente académico, tan exigente en su ejecución, que a veces al intérprete se le escapa una sonrisa entre pícara y triunfadora. Yvette Chauviré sabía que enfundada en su tutú blanco, era la más hermosa.
@ElnaMatamoros