Dario Fo
Que era un cómico de raza lo acredita que ha muerto sobre las tablas. O casi. Dario Fo estaba muy tocado desde que falleció su compañera de toda una vida, Franca Rame, hace sólo tres años. La única manera que encontró para no hundirse en la depresión y el vacío fue mantenerse activo: aferrarse a la escritura, la interpretación, el articulismo crítico... Con 90 años, todavía se ponía al teléfono en su casa de Milán. Las respuestas, al otro lado, llegaban lúcidas y enérgicas, denunciando lo que siempre denunció un izquierdista pertinaz: cómo unos pocos se repartían la parte gruesa del botín, cómo la mujer se veía relegada en beneficio del hombre en la disputa de los puestos de responsabilidad social, cómo la Iglesia predicaba una austeridad que no se aplicaba, cómo 'minorías' étnicas (gitanos, negros, hispanos) cargaban siempre con el trabajo sucio, cómo los desplazados por la guerras topaban con fronteras herméticas...Lo cierto es que no se puede entender su escritura dramática (y narrativa en los años finales, en los que publicó dos novelas: Lucrecia Borgia. La hija del Papa y Hay un rey loco en Dinamarca) sin ese sustrato político. Pero la dramaturgia de Dario Fo trascendía el panfleto a través del humor: se reclamaba heredero de los bufones y juglares irreverentes, con licencia para cantarle las verdades a los poderosos. Y la palabra: recuperó en su obra Mistero Buffo (para muchos su pieza maestra) el grammelot de la comedia del arte, un lenguaje cuajado a base de onomatopeyas y mímica típico de la sátira y que su gran amigo Umberto Eco tomó prestado para El nombre de la rosa.
Por esa fusión de un discurso estético original al servicio de causas colectivas le concedieron el Nobel en 1997. Los académicos suecos recocieron en el fallo su continuidad de "la tradición de los comediantes medievales, que fustigaban el poder y restauraban la dignidad de los humildes. Con una mezcla de risa y seriedad abre nuestros ojos a los abusos e injusticias sociales". Esa pretensión no le salió gratis a Fo. En los años de plomo (los 70), en mitad una Italia polarizada y con síntomas guerracivilistas, no faltaban los ultras a las puertas de los teatros en que se anunciaban sus montajes. En su Nuovo manuale minimo dell'attore, recientemente publicado en Italia, recordaba cómo tenían que cachear ellos mismo a los asistententes a la sala milanesa de la Plaza Liberty donde tenían su centro de operaciones.
Dario Fo vivió los 20 años de berlusconismo apesadumbrado. Le espantaba cómo desde su emporio mediático envanecía a su compatriotas mediante un menú saturado de telebasura. Todo ese tiempo estuvo en la trinchera, intentando minar en manifestaciones callejeras la omnipotencia del magnate, que terminó cayendo para alivio de tantos. No del dramaturgo lombardo, que veía que los cambios no llegaban. Sorprendía su virulencia contra el nuevo gurú de la socialdemocracia itálica, que se aposentó en el Palazzo Chigi en 2014: "Renzi es todavía más despiadado que Berlusconi". Combatió las imposturas de la política local alineado en el Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo.
Su teatro en España no ha calado demasiado. Ni los centros públicos ni las salas comerciales le dieron cancha. Fue en el circuito alternativo donde encontró más afinidad. Grupos caracterizados por una irreverencia estética y de clase como Tábano o Uroc (de Juan Margallo) fueron sus introductores aquí, levantando títulos como La mueca del miedo (una farsa política en la que fabulaba con el secuestro del todopoderoso Agnelli) y Muerte accidental de un anarquista (sobre la muerte en comisaría del activista Giuseppe Pinelli, al que la policía intentaba imputar las víctimas en el atentado de la Piazza Fontana). La compañía fundada por Margallo también puso en escena Pareja abierta y La madre pasota.
En España está pendiente, además, la publicación de su tercera novela, Razza di zíngaro, sobre el campeón de boxeo alemán cuyo origen gitano le condenó a los campos de concentración. Entendemos que Siruela, la editorial que ha lanzado las dos anteriores, se ocupará de esta asignatura pendiente. A Fo parece que no le ha quedado ninguna. Ha sido un creador renacentista, demasiado ambicioso para una época empeñada en la especialización. Las críticas por esa polivalencia se las tomaba a guasa, claro: "Los autores niegan que sea un autor. Los actores niegan que sea un actor. Los autores dicen: eres un actor que hace de autor. Los actores dicen: eres un autor que hace de actor. Ninguno me quiere en su terreno. Sólo me toleran los escenógrafos". Lo que sí es seguro es que ha sido coherente con sus postulados existenciales: "La vida es una maravillosa oportunidad fugaz que hay que agarrar al vuelo y lanzarse dentro con alegre libertad".