Carmelo Gómez representando a Pedro Crespo, alcalde de Zalamea
El actor participa en el Festival de Teatro Clásico de Almagro, que arranca esta tarde con la representación de El alcalde de Zalamea de Helena Pimenta y Álvaro Tato, que estará hasta el próximo 17 de julio en el Hospital de San Juan de la villa ciudadrealeña.
Pregunta.- Vuelve al teatro por la puerta grande, ¿cómo se embarcó en este Alcalde?
Respuesta.- Fue cosa del azar. Me enteré de que iban a hacer la obra y me puse a leerla, porque no la recordaba muy bien, y la percepción que tuve leyendo el texto fue totalmente distinta del recuerdo que guardaba de lo que es la obra, una historia sobre el honor, la honra, y todas estas martingadas con las que casi siempre tratamos de empañar el teatro clásico. Descubrí que había algo más ahí de fondo que me identificaba mucho con mi pasado y llamé a la directora para ver si había la oportunidad de entra en el montaje. Me dijo que sí, y aquí estoy, encantado de la vida.
P.- Tras pasar por muchos escenarios, ¿qué supone hacer la obra en Almagro, el escenario clásico por excelencia?
R.- Creo que para un actor el espacio escénico debe ser universal y cualquier lugar donde haya público tiene identidad y debe ser suficiente para hacer una buena interpretación. Aunque es verdad que Almagro tiene un marco especial que rezuma clásico, tanto a nivel histórico, porque se lleva representando teatro clásico muchísimo tiempo, como también por la estructura que tiene la ciudad, que ha sido cuidada con mucho esmero y evoca un pasado.
P.- Ya había trabajado el Siglo de Oro con Lope, incluso en el cine, ¿qué tal se le está dando Calderón?
R.- Bien. Calderón siempre me ha gustado porque es mucho más esencial, va al ser de las cosas. Como dramaturgo estaba muy por encima de todos los autores de aquel momento. Pero antes que dramaturgo era un filósofo que exploraba esas cosas definitorias de la existencia, como ejemplifica esa gran obra suya que es La vida es sueño. En ocasiones sus obras se pueden convertir en algo excesivamente cargante como espectáculo, sobre todo con la idea que tenemos hoy de espectáculo, que es una forma de entretener. Calderón iba más a las esencias y en ese sentido a lo mejor no tiene una dramaturgia tan fluida como la puede tener Lope, tan llena de hedonismo y de gusto por lo sensorial, pero creo que es un autor de una extraordinaria profundidad que me pilla en un momento perfecto en el que estoy buscando precisamente eso, razones de ser.
P.- La obra se define como un drama de honor, pero más el que honor, ¿no entran en juego otros elementos como la venganza y la justicia?
R.- Al final lo que hay detrás de este meollo dramatúrgico que monta Calderón es una crítica social muy fuerte que ocupa toda la segunda parte de la obra. Probablemente los dos primeros actos, donde pesa el tema del honor, tengan que ver con esa imposición de la época de tamizar todo desde el honor y la honra, porque para Calderón el honor es como un imponderable que venía de fábrica en el ser humano español y él no podía eludir en ningún discurso esa expresión. A partir del tercer acto lo que vemos es a un hombre regio y fuerte que es elegido líder de su pueblo porque éste ha sido invadido por fuerzas represoras que son las fuerzas del Estado, el ejército de Flandes, que llega allí cometiendo todo tipo de abusos. Hay que enfrentarse a ese grupo, que es de armas tomar, por lo tanto necesitan un líder fuerte. Y en ese momento, una vez que ya Pedro Crespo es convertido en alcalde, toda la historia toma otro cariz y se transforma en una obra social. Y ese hombre que tiene esa idea de la justicia es declarado alcalde precisamente para rebelarse contra el Estado, el ejército y el propio rey, y para decir que estas razones son las que le llevaron a levantar a todo el pueblo en armas. A mí ese me parece un discurso fantástico.
P.- La obra relata un levantamiento contra una autoridad que es injusta, ¿qué paralelismos se podrían hacer con la actualidad?
R.- Todos, absolutamente todos. Cada día estoy más convencido de que cada vez que vamos a votar y hablamos de democracia... bueno, este alcalde está elegido democráticamente por un pueblo que necesita ser ayudado y protegido. Y busca a un hombre de ideas fijas, inamovibles, conservador a muerte, como la salvación del pueblo. Porque hacen falta hombres así para salvar un pueblo, lo cual supone la gran mentira de las democracias. Cada vez que tenemos miedo votamos o favorecemos aquello que nos proteja, pero en ocasiones la protección no trae la solución, es un parche que no deja evolucionar al pueblo. Eso está todo el rato implícito en el texto de Calderón. Cada día que paso con mi personaje por esas transiciones en las que tiene que decir: "ahora que soy un hombre de justicia, ¿qué hago con mi propia venganza?". Y se responde: "vamos a dejar la justicia un momento para un lado y cuando me venga bien la llamo y cuando me venga bien le digo adiós". En eso estamos hoy, la justicia está ahí como una palabra pero carece de sentido, porque para unas cosas la llamamos y para otras cosas nos estorba.
P.- Hablando del protagonista, usted es de un pueblo de Castilla, ¿cree que existe todavía Pedro Crespo, esa figura todavía se puede encontrar en España?
R.- Desde luego, claro que sí. Mi padre es un Pedro Crespo perfecto, y esa es una de las razones por las que yo me quise meter en este asunto. Crespo es un hombre que tiene dos hijos que se le quieren marchar porque no le soportan, y es que es muy difícil soportar a alguien así, con tanta razón, tanta verdad, tanto absolutismo, tanto poderío... Pero realmente lo tienen, son hombres arrechos, que llevan adelante cualquier empresa y lo hacen con el trabajo y con el esfuerzo. Yo lo he vivido en mi casa. Siendo mi padre un hombre irreprochable, tiene el problema de que no deja respirar a su alrededor porque nadie hace las cosas tan perfectamente como deben ser hechas, y la vida se convierte en un trauma permanente. Aún hay muchos hombres así, y algunos dirán que ojalá hubiera más.
P.- En octubre el CNTC monta El perro del hortelano, tras hacer la versión en el cine, ¿por qué no participa en esta de teatro?
R.- La verdad no me lo he planteado, porque seguiremos representando Aún así, llevo todo el año trabajando la obra porque me dedico un poquillo al tema de la docencia, dando clases de verso, y trabajo con las obras que ya he interpretado. El perro... es algo diametralmente opuesto a lo que es Calderón y a esta obra tan social. Es algo mucho más universal, más etéreo, ocurre en el planeta del hedonismo, es puro vivir el goce de las cosas y no tiene nada de esa carga moral. Cuando vea la obra me voy a tener que agarrar a la butaca porque para mí es un texto muy identitario, tiene mucho que ver con mi pasado, ese pasado glorioso de cine que tuve con Pilar Miró, y verlo en el escenario y estar fuera... algo me va a remover, ya veré qué, pero me va a pasar algo.
Pedro Crespo ajusticia al violador de su hija, un capitán del ejército
P.- Ahora que habla del cine, ya han pasado dos años desde que lo dejó, ¿es definitivo, no se plantea nunca volver?R.- No, ya lo dejé y se ha acabado. Los comentarios sobre eso se deben al empeño de algunos periodistas por arrastrarme a dar respuestas que insinúen que mi retirada no es definitiva. Es verdad que he sufrido y he insistido en los últimos años mucho con el desprecio que he sentido en ese terreno, lo mal que lo he pasado y lo difícil que ha sido hacer las cosas. Ya estoy harto, no me interesa para nada. Creo que ahora mismo no se está contando lo que está pasando en la calle, que el cine se ha convertido en un puro elemento de entretenimiento porque está muy al servicio de las televisiones. Y es que no hay otra manera, yo no culpo a nadie, es causa de la coyuntura actual, pero a mí no me merece la pena ni me compensa. Ha venido una nueva generación que ellos sabrán, con su pan se lo coman. Yo me puse a otra cosa y soy muy feliz desde entonces. Es inimaginable como ha cambiado mi vida, estoy encantado y ojalá lo hubiese hecho antes.
P.- Entonces, ¿seguirá en el teatro sin fecha de caducidad?
R.- La caducidad la impondrán mi voz, mi cuerpo y mi energía, porque el teatro exige del actor muchísima fuerza, una preparación muy grande, y uno se va haciendo mayor, entonces esas energías pueden ir empezando a faltar. Pero si no me faltan, la caducidad que mi cuerpo diga, porque ilusión tengo toda la del mundo.
P.- Rescatando lo que comentaba de la docencia, ¿se ve dando clase, seguirá alternando la enseñanza con la actuación?
R.- Con eso estoy encantado, realmente me lo paso muy bien. Tampoco es que me dedique a la docencia como tal, voy un poco a contar lo que sé y a aprender lo que me aportan los chavales, y los no tan chavales, porque hay gente de varias edades. Tengo tres claves principales, Lorca, Valle-Inclán y los clásicos. Trabajo textos con enjundia, que me permitan indagar en el goce estético más que en el naturalismo y el neorrealismo por el que abogan ahora los nuevos chamanes de la interpretación. Mi idea es alternarlo con el teatro y con la buena vida. Planeo ir trabajando cada vez menos y vivir de lo mucho que he trabajado todos estos años. Así que seguiré con mis clases, haré alguna obra de vez en cuando y a vivir un poco, que ya me va tocando.