John Huston, Marilyn Monroe y Arthur Miller durante el rodaje de Vidas rebeldes. Foto: United Artists / Seven Arts / Álbum
La relación de Arthur Miller con la industria y el arte del cine fue esquiva, tangencial, anecdótica, frustrada y, en términos personales, catastrófica. Son múltiples las traslaciones a la pantalla de sus textos teatrales, aunque pocas memorables, si bien su vinculación directa con el cine está obviamente marcada por su corto matrimonio con la estrella más deslumbrante del séptimo arte, Marilyn Monroe. De hecho, fue en el lienzo de plata donde ambos dejaron constancia de su devastadora ruptura. En la salvaje y crepuscular Vidas rebeldes (The Misfits, 1962), John Huston filmó la autopsia de un amor que ya era cadáver, el amargo final de una relación y la última película de dos iconos del siglo XX: Clark Gable y la propia Marilyn. En verdad es prácticamente el único filme, hoy de resonancias míticas, que contó con la participación directa y la supervisión constante de Miller -escribió el guión a partir de un relato suyo publicado en Esquire y se implicó personalmente, durante años, en la producción y el rodaje-, quien anteriormente había tenido alguna (mala) experiencia con Hollywood.La primera de ellas fue quizá la que determinó su alejamiento de la industria, que el dramaturgo consideraba básicamente un negocio de canallas y vedettes, cuando a principios de los años cuarenta fue contratado como guionista de También somos seres humanos (The Story of G. I. Joe, 1945), un drama bélico dirigido por William Wellman y protagonizado por Robert Mitchum y Burgess Meredith. Sin embargo, Miller abandonó el proyecto antes del rodaje cuando el productor intervino en el guión y el escritor no estuvo de acuerdo con los cambios. Años más tarde, alcanzado el reconocimiento como dramaturgo, le ofrecieron figurar en los créditos -la película la firmaban tres guionistas y ninguno era Miller-, pero como la oferta no incluía los derechos de autor (el filme había tenido un éxito considerable y se iba a reestrenar), Miller declinó.
Otro proyecto también fallido, titulado The Hook, que escribió para la pantalla a finales de los cuarenta, guarda una estrecha relación con Elia Kazan, una figura crucial en la vida y obra de Miller. La historia apunta al corazón la caza de brujas. El guión, que nunca alcanzó la pantalla (y que se representó en las tablas por primera vez el pasado mes de junio, en Londres), estaba ambientado en las luchas entre mafias sindicales de los muelles de Brooklyn, y parece improbable que Elia Kazan no se basara en él para realizar, unos años después, La ley del silencio (1954), aunque siempre lo negó, mientras el guionista Budd Schulberg no hace ninguna referencia a ello en sus memorias. The Hook es probablemente la no-película más influyente de la historia del cine, pues lleva implícita el germen del matrimonio Miller-Monroe y el distanciamiento profesional y personal del dramaturgo con Kazan.
El guión de Vidas rebeldes, aunque inspirado en las experiencias de Miller en Nevada -donde en 1956 conoció a una serie de vaqueros que se dedicaban a capturar potros salvajes llamados a convertirse en pasto de perros-, fue concebido como un regalo del marido a la esposa. El papel de Roslyn estaba hecho tan a la medida de Marilyn que en él volcó datos biográficos y diálogos literales que habían mantenido. Cuando el cowboy veterano interpretado por Gable le dice a Roslyn que es "la chica más triste" que ha visto en su vida, no hace sino reproducir las mismas palabras que Miller le dijo a Monroe al poco de casarse. Vidas rebeldes (estúpido título español) es un cementerio de leyendas, un aquelarre salvaje de inadaptados, seres desplazados y contrahechos (traducción literal de misfits) que ya no encajan en el mundo. El valor del filme no es solo de carácter ficcional, como pionero de los westerns crepusculares, su valor es también puramente documental, pues registra cierta defunción de la era dorada del cine. El largo rodaje en Reno y el desierto de Nevada fue un infierno para todos los implicados, enfermizos y adictos: Monroe a las pastillas, Clift a la botella, Huston al juego... A la vista de todos, Miller inició una relación con la fotógrafa Inge Morath (cuyas imágenes del rodaje son realmente espectaculares), con quien se casaría unos meses antes de que Monroe se suicidara. Las imágenes en blanco y negro de Vidas rebeldes nos trasladan hoy a un limbo en el que el carácter físico y derrotado del cine de Huston convierten la experiencia en un acto casi impudoroso, de una belleza desconcertante.
Después de aquello, una vez conquistada su plaza en la historia del cine, Miller pareció sellar para siempre su colaboración con el arte cinematográfico. Se implicó en todo caso en el guión de Todo el mundo gana (1990), película olvidable dirigida por el checo Karel Reisz a partir de la obra Some Kind of Love Story. También participó en la producción de El crisol (1996), adaptación que él mismo escribió para la pantalla (y por la que recibió una nominación al Oscar) y que protagonizaba su futuro yerno Daniel Day-Lewis (marido de la actriz Rebecca Miller). Su última vinculación con el cine fue como actor y co-guionista en la película Edén (2001), del gran director israelí Amos Gitai. Basado en el relato Homely Girl del propio Miller, el filme narra la historia de una pareja de sionistas americanos que emigra a Palestina. Se presentó en el Festival de Venecia, aunque pasó con más pena que gloria por las pantallas internacionales.
@carlosreviriego