Foto: Julie Perrault.
El gurú de la escena internacional recala en el Festival de Otoño a Primavera con Agujas y opio, una historia triangular y autobiográfica en la que se identifica con los tormentos sentimentales de Jean Cocteau y Miles Davis. Lepage refleja la faceta adictiva del amor, tan voraz como la de las drogas. En los Teatros del Canal desde el día 7.
Lepage identifica un sustrato común en la drogodependencia de ambos: paliar el dolor por la falta de la persona amada. "Cocteau empezó con el opio tras la muerte repentina de Raymond Radiguet [una fiebre tifoidea sentenció al escritor con sólo 20 años]. Davis tuvo un intenso romance con Juliette Gréco en su gira por París. Pero ese amor fou se desvaneció a su regreso a Nueva York. El síndrome de abstinencia lo intentó aplacar con la heroína", comenta Lepage, al teléfono desde Montreal. El trompetista se había despeñado del sueño de campear con su bebop por los clubs de la capital gala y pasear a orillas del Sena acaramelado con la musa existencialista. Y no lo encajó bien.
Aquello sucedió en 1949. El año en que Lepage ensarta en Agujas y opio a ambos genios, aprovechando su inconsciente intercambio de ciudades. Y es que Cocteau había aterrizado en el trajín neoyorquino para presentar su última película: L'Aigle á deux têtes. Allí quedó abducido por el empuje de sus gentes. Aunque también atisbó los potenciales desarreglos de una sociedad excesivamente acelerada hacia el progreso. En el vuelo de vuelta a Francia, que por entonces duraba 14 horas, plasmó su encontrada sensación de admiración y temor en Lettre aux américains, de la que Lepage desliza varios fragmentos (los más proféticos) a lo largo de la obra. "Es muy interesante ver hasta qué punto se han cumplido sus vaticinios, cómo sus miedos estaban justificados. Fue muy agudo en sus intuiciones".
Marc Labrèche en la piel de Jean Cocteau. Foto: Nicola Frank Vachon
Lepage coloca entre la pareja de tótems al joven Robert, un artista de Quebec recién llegado a París, sangrando tras el zarpazo del desamor. Este personaje tiene un trasfondo autobiográfico directo. De hecho, lo encarnaba él mismo en la puesta en escena primeriza. El fundador de Ex Machina, la compañía con la que cocina sus montajes desde 1994, intentó redimirse de un batacazo sentimental en París cuando era un adolescente, cuarenta años después del cruce de caminos entre Davis y Cocteau. "La presencia del despechado Robert era necesaria. Cuando subes a escena dos figuras tan renombradas, dos artistas primordiales, es sencillo que el público se sienta interesado. Lo difícil es que se sienta identificado. Robert le entorna la puerta para que entren en la historia. Es como concibo el teatro: como un espacio en el que contar la historia de pequeñas vidas y constatar cómo esos relatos resuenan en los grandes misterios existenciales", advierte. Esta vez el amor como tortuosa adicción.Escenografía 3D
La escenografía ha experimentado una radical mutación. Lepage transita de una propuesta bidimensional (la adaptación primigenia se articulaba en torno a una pantalla) al 3D. Ahora todo acontece en un cubo situado sobre las tablas que recrea básicamente la habitación del hotel donde Robert (Lepage) se lame las heridas, aunque el ya proverbial ingenio del influyente director exprime sus posibilidades: a través de proyecciones, trampillas e infografías lo transforma en un club de jazz, en una rumorosa calle neoyorquina, en un estación de metro... Por ese aleph escénico deambula Marc Labrèche (en la piel de Robert y de Cocteau), que ya colaboró con Lepage en la versión del 94 y que ahora le ha convencido para rehacerla, ilusionado con volver al teatro tras haberse convertido en una celebridad catódica en Canadá. Le acompaña el bailarín y acróbata Wellesley Robertson III, que otorga a Miles Davis una corporeidad física de la que carecía en origen (era solo una enigmática sombra).Lepage sigue abriéndole nuevas perspectivas al teatro. Perspectivas que remiten a la majestuosidad de la ópera, la fragmentación narrativa del cine, la magia del circo... Son campos en los que también se prodiga con soltura y de los que importa ideas y adelantos para renovar los preceptos teatrales. "Mi propósito es crear una experiencia esencialmente teatral sin renunciar a otros lenguajes. La mayoría de la gente está más familiarizada con el cine y la televisión. Eso hay que tenerlo muy en cuenta cuando quieres contar una historia. No hay que cerrarse: el teatro siempre fue un punto de encuentro de todas las artes (la literatura, la danza, la música, la arquitectura...) y debe seguir siendo así, ahora embarcando también a las nuevas tecnologías multimedia e Internet".
Todas las armas del storytelling han de esgrimirse cuando se quiere convocar a una audiencia contemporánea, que desde el sofá de casa puede atiborrarse de ficción. "Para sobrevivir el teatro ha de ser un acontecimiento. Hay una tendencia a sistematizarlo, codificarlo, y eso lo mata. Tenemos que ofrecer un espectáculo único. A mí me interesan la redes sociales pero me recuerdan al sexo fingido. El sexo real es el teatro y la energía que germina dentro de la sala".