Romeo Castellucci. Foto: Guido Mancari.
Es uno de los agitadores clave en la escena europea de las últimas décadas. Predica un teatro de extrema potencia visual y cercano a la performance. Ahora presenta Giulio Cesare. Pezzi stacatti en Temporada Alta, impactante versión del texto de Shakespeare.
-¿Cuáles son esos ‘pedazos' (pezzi) que recupera de su montaje original?
-La obra de Shakespeare tiene una estructura dramática refinadísima. En su día quise subrayar el poder de la retórica. El montaje de Gerona retoma dos discursos. El primero lo da un senador al que he llamado ‘...vskij', que representa el universo teatral. Ese nombre, de hecho, remite a Stanislavski, uno de los padres de este arte. Es pues un ejercicio tautológico. A este actor se le introduce un tubo endoscópico que le llega hasta la glotis, de manera que una telecámara le graba las cuerdas vocales, el origen carnal de la retórica. La imagen se proyecta sobre una pantalla.
-¿Y el otro discurso?
-Es el de Marco Antonio con el cuerpo de César recién asesinado a sus pies. Uno de los pasajes más impresionantes del teatro de Shakespeare. A Marco Antonio lo encarna un actor que sufrió una laringotomía a causa de un tumor. Perdió las cuerdas vocales y ahora es capaz de emitir el sonido de las palabras a través de un estoma en el cuello. Habla literalmente a través de una herida. Eso tiene una carga dramática muy potente, con el cadáver sangrante del cónsul tirado en el suelo.
-¿Qué papel tiene la tecnología en el montaje y, por extensión, en su teatro?
-El de los fantasmas. Las máquinas juegan el papel de los espíritus. El uso de aparatos técnicos sin una finalidad dramatúrgica y sin un trasfondo metafísico es puro exhibicionismo.
-¿La retórica es más eficaz para agrietar el poder o para fortificarlo?
-La retórica es la manera de diseñar un discurso. No podemos prescindir de ella. Sus recursos (metáforas, metonimias...) nos rodean porque son parte del lenguaje humano. Supone una intención del que habla sobre el que escucha, que puede ser edificante o destructiva, depende. La publicidad, por ejemplo, es una retórica perversa pero las obras de Shakespeare son retórica sublime.
-¿Siente que el teatro corre el peligro de caer en una retórica vacua?
-Sí, por desgracia. Hay demasiado teatro ornamental, que no deja ninguna huella. El teatro tiene que ser violento, entre comillas. Me explico: debe zarandear al espectador, conmoverlo hasta el punto de modificar sus puntos de vista. No me vale el teatro que muestra lo que ya conocemos, que se convierte en un hábito. Se trata de levantar el telón para descubrir nuevos caminos.
-¿Tiene alguna capacidad para incidir en su entorno? ¿Por ejemplo, dar una respuesta a esta crisis?
-No creo. No tiene o no debe tener una función social. Más que dar respuestas, ha de generar conflictos. Mi visión del teatro no es utilitarista. Es simplemente necesario porque es profundamente inútil. Ni mejora las personas ni el mundo. Es como pintar un cuadro. ¿Para qué sirve? Para nada, pero es esencial para vivir. Al menos para muchas personas.
El desierto cultural italiano
-¿Siente que en otros países (como Francia) se le valora más que en Italia?-No sé. Italia, en los últimos 20 años, ha sido un desierto cultural. Un tiempo muy duro para los artistas, tachados por los prejuicios más pedestres. No ha sido sólo un problema de dinero. El dinero muchas veces se pone como excusa para tapar la falta de ideas. Ha sido un problema de actitud hacia la cultura. Ahora se ve algún pequeño síntoma de cambio. Pero es pronto para afirmar que comienza una nueva época.
-¿Y cómo es en concreto la situación del teatro por allí?
-Se mantiene el circuito de los teatros stabili (estables), con financiación pública, pero son muy endogámicos y herméticos a propuestas contemporáneas e internacionales. Son extremadamente provincianos. Luego hay una constelación de compañías independientes, que es por donde está respirando la creatividad escénica ahora en Italia, en su mayoría fundadas por jóvenes que tienen que marcharse fuera para avanzar en sus carreras. De momento.
-Estrenó hace poco en el Comunale de Bolonia una nueva versión de su Parsifal. ¿Cómo se desenvuelve en el territorio lírico?
-Es un mundo tremendo, muy estrecho de miras. Falta una filosofía dramatúrgica más rigurosa. La mayoría de los registas entienden por renovación cambiar el vestuario y saltar de una época a otra, poco más. Es como un jueguecito. Creo que en la ópera está todo por inventar. Tiene un potencial inmenso para el futuro.
-¿Cuáles son los principios éticos y estéticos de la Socìetas Rafaello Sanzio?
-No tenemos un credo fijo. Nuestro estilo es no tener estilo. Creo que el estilo te atrapa, te encorseta. Cada dramaturgia pide un lenguaje nuevo.
-¿Por qué este artista para bautizar la compañía?
-No fue una decisión muy meditada. Rafael fue el pintor perfecto del Renacimiento. Pero sentía una grave preocupación: ver cómo el manierismo iba cobrando fuerza, esa enfermedad de la belleza. Ahí sí nos identificamos con él.