Colm Tóibín. Foto: Brigitte Lacombe.
El escritor irlandés firmó un nuevo evangelio sobre la vida y la obra de Jesús. Es El Testamento de María, un monólogo en el que da voz a la madre del mesías, que despliega una narración oscura y doliente, marcada por la culpa. Blanca Portillo, curtida en desafíos interpretativos, la encarna en un montaje orquestado por Agustí Villaronga. El Cultural charla con Tóibín antes de su estreno en el Teatro Valle-Inclán el próximo miércoles.
Esa María, furtiva devota de Artemisa, vive sus últimos días en Éfeso, custodiada (o más bien secuestrada) por Juan y otro de los seguidores de Jesús (su nombre no se explicita en ningún momento), que la trasladaron allí tras la crucifixión en el Gólgota. María sabe que los evangelistas están levantando acta de la desventura del Nazareno. Textos que quedarán inscritos en la posteridad y serán el soporte narrativo de la cristiandad. Ella quiere incrustar su pedacito de verdad en el relato oficial, así que se rebela contra la mordaza que le quieren imponer y da salida a su rabia y a la culpa que le carcome desde que abandonó a su hijo crucificado, temerosa de ser linchada por las hordas embrutecidas. Blanca Portillo afronta el reto de encarnar a esta mujer herida, portadora de un resentimiento abisal, porque sigue sin entender qué llevó a su pequeño ("su corazón y su carne habían nacido de mi carne y de mi corazón") a liderar una causa que ha hecho añicos su familia. La actriz se ha dejado guiar en este tour de force interpretativo por Agustí Villaronga (Pa negre). El cineasta catalán debuta como director teatral con un montaje que llega el miércoles, 19, al Teatro Valle-Inclán. Antes del estreno, El Cultural conversa con Tóibín, que va desgranando las claves de una obra con la que ha asumido muchos riesgos y le ha pasado una cuantiosa factura emocional.
-¿Es cierto que en un principio lo que intentó fue trabar un diálogo entre Juan y María y al final ésta se le acabó imponiendo?
-Sí, ese era el plan original. De hecho escribí un borrador, pero me di cuenta de que con las interrupciones la historia perdía inmediatez. Y mi idea era crear la ilusión de que asistíamos a la única vez en que María se lanzaba a contar su terrible experiencia. Ese borrador se me cayó de las manos rápidamente.
-¿Cómo encontró el tono para que María expresase su doliente testimonio?
-En el año 2000, di un curso en la New School de Nueva York que abarcaba el teatro griego clásico y se centraba en los personajes de Medea, Electra y Antígona. Me fascinó el poder de sus voces, incluso en la traducción inglesa. Eran pura teatralidad. En diciembre de 2007, estaba en una fiesta en Dublín. Hablábamos del teatro griego y yo comenté que la última parte del Nuevo Testamento podría verse perfectamente como una tragedia griega si se enfocaba desde la perspectiva de María. En el grupo, estaba el director del Festival de Teatro de Dublín, que me preguntó si estaría dispuesto a escribirla para ellos. Lo que me atraía de estas heroínas es cómo su desvalimiento se torna poderío a través de la voz. Con esta mutación es con lo que he trabajado. En Antígona, por ejemplo, no te percatas de la textura de la voz de Creonte; tiene suficiente poder ya de por sí, no necesita más. Pero la voz de Antígona es todo poder, todo textura.
-De hecho la escribió como pieza teatral y luego la convirtió en novela. ¿No se había quedado satisfecho con el resultado?El autor debe permitir a directores talentosos como Villaronga tener su propia visión"
-Estuve en la última función en Dublín y me impresionó la velocidad con la que desmontaron la escenografía al terminar. Erraba de noche por la ciudad entristecido. Aquel montaje había durado lo que una exhalación de vaho en un cristal. Y en ese mismo momento decidí que el monólogo teatral pasaría a ser una novela; un libro es mucho más difícil de desmantelar.
-Villaronga ha moldeado su montaje a partir de ambas fuentes. ¿Le parece buena solución?
-En las dos producciones que están en la cartelera de Estados Unidos ahora también emplean esta fórmula. Toman el texto original y le añaden algún pasaje de la novela. Eso le da mucha libertad al director y a la actriz.
Blanca Portillo encarna la telúrica virgen perfilada por Colm Tóibín. Foto: Josep Aznar
-¿Habló Villaronga con usted para afinar su propuesta escénica?-Sí, nos vimos, pero no hablamos mucho de la obra. El autor tiene que permitir a directores talentosos como Villaronga tener su propia visión del montaje. Es la única manera de que funcione y conmueva. Un escritor no es un director y no debe pretender serlo.
La primera adaptación de El testamento de María se exhibió en la capital irlandesa en 2011, dirigida por Garry Hynes y con Marie Mullen en la piel de María. Tóibín acudió con los nervios bulléndole en el estómago. Era consciente de que caminaba por terreno minado. Esa sensación se intensificó al ver entre el público a un prestigioso sacerdote, un referente moral en Irlanda ("Por el que siento un enorme respeto", apunta). No hubo sobresaltos. El párroco se acercó hasta él al final y sutilmente le dijo que no había sido capaz de escuchar desde su posición algunos pasajes pero que el espectáculo le había parecido maravilloso. El autor de Brooklyn o The Master, títulos que le han colocado en la cúspide de la literatura mundial, pudo al fin soltar la respiración. "La verdad es que no me sorprende la reacción tan tolerante en mi país, que ha cambiado mucho. Los irlandeses son muy educados y saben bien guardar para sí mismos sus sentimientos. Hasta la mitad de los años 60, además, sufrimos una fuerte censura y ahora nadie quiere significarse en el ataque contra escritores o artistas".
La cosa cambió en Broadway, ya en 2013. Allí sí se arremolinaron en la entrada del teatro grupos catolicistas para mostrar su disconformidad. "Era gente que había llegado en autobuses fletados desde Pennsylvania. No estoy muy seguro de que supiesen contra qué estaban protestando. En ese tiempo recibí muchos mails procedentes de Estados Unidos muy ofensivos. La religión allí es una cuestión de identidad. La gente pierde los papeles de una manera que en Europa nos resulta ajena. El libro ha salido en Polonia, en Rusia, en Italia, y no habido ni un solo reproche".
Es cierto que no se atisba el deseo de ofender en este testamento. Tóíbín busca darle la palabra a un testigo fundamental de la vida de Jesús que normalmente se arrincona. También quiere retratar a María en su vertiente más telúrica y sencilla, una mujer que no comprende los altos designios con que han cargado a su vástago. Pero a algunos se les puede atragantar su fuga del Gólgota, antes de que Jesús expire en la cruz. La decisión se justifica: de no haber escapado, corría el riesgo de ser ajusticiada. Aun así, la culpa le mordisquea tercamente la conciencia. Tóibín recuerda que esa escena (acaso sacrílega) se le dibujó en la mente viendo el caos que impera en La crucifixión de Tintoretto, cuadro expuesto en la Scuola Grande di San Rocco (Venecia). "Para mí Tintoretto es un pintor-novelista. A él le importa sobre todo el mundo terrenal con toda su extrañeza, más que el 'otro mundo'". He ahí otra de las vigas maestras del monólogo: la prevalencia de lo matérico sobre lo simbólico.
-Para dar credibilidad al monólogo tuvo que habitar un "espacio tortuoso"...
-Sí, tuve que adentrarme en su espíritu. No lo escribí por fuera de su dolor, sino desde dentro de lo que ella sentía. No quedaba otro remedio que vivir en el epicentro de su aflicción. Y no quisiera volver ahí nunca más.
-¿Descartamos entonces que algún día se ponga con un Evangelio según Jesucristo, a la manera de Saramago?
-Ya he escrito una pequeña obra sobre San Juan y quizá escriba algo sobre Mateo. Pero no sobre Jesús, eso nunca lo haría.
Empadronado en la oscuridad
-¿Por qué lo descarta?-Sólo estoy interesado en lo que permanece en la ambigüedad y el misterio. La vida de Jesús ha sido trazada en cuatro evangelios. Sus sermones y parábolas se han publicado y difundido ampliamente. No queda ni misterio ni ambigüedad en él, está colmado de certidumbre.
-¿Qué le pareció, por cierto, el evangelio de Saramago?
-Lo leí después de escribir el mío. El retrato de José es extraordinario. No tanto el de Jesús y el de María Magdalena.
-La acción de contar tiene un efecto expiatorio para María. ¿También lo tiene para usted?
-Para nada. Escribir no es una terapia. Yo doy estructura y forma a una determinada historia para que la pueda digerir el lector. La página no es un espejo sino una extensión blanca y vacía. Cuando está llena, ya no es para mí, le corresponde a otros leerla. Yo en ese momento vuelvo a las sombras a las que pertenezco.