Cibrán Sierra, Helena Poggio, Aitor Hevia y Josep Puchades. Foto: Josep Molina.
El joven cuarteto afronta un potente reto las próximas semanas. Arrancan este jueves sus seis conciertos en el Auditorio Nacional, en el ciclo Contrapunto de verano. Haydn, Mozart y Kurtág latirán en sus atriles. La formación ha cumplido una década de carrera compartida, tiempo para recordar sus orígenes, los mentores que la moldearon, los logros alcanzados y sus principios musicales.
Arrancan este jueves 29 y completarán el periplo el 1 julio. En ese tiempo desplegarán los seis Cuartetos op. 20 de Haydn, los seis Cuartetos dedicados a Haydn de Mozart y la integral de cuartetos de cuerda de György Kurtág. "Es todo un reto. Haydn es el padre del cuarteto. Con Mozart siempre tienes la sensación de que no llegas al fondo. En estos cuartetos, además, se esmeró al máximo, porque quería brindarle un digno homenaje a su admirado Haydn. Tardó 3 años en acabarlos. Y Kurtág es un genio, creador absoluto de un lenguaje propio pero perfectamente integrado en el continuo histórico musical. De hecho, su escritura está salpicada de pequeñas píldoras poéticas que remiten a Bach, Haydn, Mozart...", explica Poggio. A Kurtág incluso lo han conocido personalmente y les ha impartido su magisterio: "Exigía lo máximo. Cuando alguno le decía en clase que era imposible llegar a donde él quería, se sentaba al piano y lo bordaba. Vaya si era posible", recuerda Josep Puchades (viola), que se ha incorporado al ensemble hace tres años tras pasar por la orquestas del Festival de Lucerna, la de Cámara Mahler y la de la Comunidad Valenciana. "No las echo de menos. Todo lo contrario: el sueño para cualquier instrumentista de cuerda es pertenecer a un cuarteto. Eres tú el que construyes la música, sin una batuta que te dirija".
En la trayectoria del Quiroga (el nombre es un guiño al violinista gallego Manuel Quiroga) figuran docentes de lujo que han modelado su identidad. Andaban primero dando tumbos por el mundo, cada uno por su lado. Coincidían de vez en cuando en cursos, masterclasses, algún concierto... Hasta que Cibrán Sierra y Aitor Hevia decidieron asociarse con la idea de fundar un cuarteto en el punto de mira. Viajaron a Madrid para agruparse en la Escuela Reina Sofía, bajo la férula de Rainer Schmidt. Luego saltaron a Basilea para ponerse en manos de Walter Levin y finalmente de Hatto Beyerle (Cuarteto Alban Berg), que terminó de esculpirles en la European Chamber Music Academy. "El primero nos enseñó a entendernos de verdad, el segundo el rigor y respeto a las partituras y el tercero el lenguaje clásico y la retórica musical. Aprendimos lo esencial: escuchar, leer y hablar", apunta Hevia (violín).El cuarteto es donde los compositores han arriesgado más y volcado su yo íntimo"
Ellos añadieron la frescura, la agilidad y sobre todo el inconformismo. "Es una cuestión de coherencia. Partimos de una base: el cuarteto nació como un laboratorio a mediados del siglo XVIII. Es donde los compositores se han arriesgado más en el plano lingüístico y han volcado con menos pudor su yo íntimo. Al ser el cuarteto una formación instrumentalmente homogénea no permite esconderse en tímbricas muy vistosas. Todo es lenguaje desnudo. Un músico de cuarteto debe seguir esa línea. Intentar que el público entienda el conflicto entre las ganas de experimentar del autor y las tendencias imperantes en su época. Y compartir todas la capas de profundidad que contenga, que no son sólo un ejercicio experimental sino el modo de construir un mensaje poético".
Su esfuerzo atraviesa toda la historia del cuarteto, desde Haydn hasta nuestros días. Aunque lucen una marcada querencia hacia la Segunda Escuela de Viena. Así lo acredita su último disco, (R)evolutions: Schönberg, Webern, Berg (Cobra). El título es indicativo de su percepción de esta corriente, que desbarató los patrones de la composición musical a comienzos del siglo XX. La ruptura atonal no fue, a su juicio, un capricho sino el desenlace lógico de un germen que ya latía en las corales de Bach. "Ellos se atrevieron a dar el último paso de un proceso de desestructuración que estaba en marcha. Al romper con una jerarquía de siglos causaron estupor pero simplemente se limitaron a cerrar el círculo. O a abrirlo, según se mire", remata Poggio.
Sus composiciones las defienden allá donde vayan. Aunque reconocen que a muchos promotores todavía les cuesta comulgar con la atonalidad. Este año la han introducido en el Palacio Real. El Cuarteto Quiroga es la formación encargada de tañer los Stradivarius Palatinos: "Es casi imposible tocar feo con ellos, aunque quieras", comenta Puchades. "Debajo de tu oído suenan sucios pero por fuera el sonido es maravilloso. Son instrumentos con mucho carácter. No se les puede forzar, hay aprender a seguirles para sacarles partido". A ellos también hay que seguirles. Tienen tanta personalidad como los instrumentos palaciegos. Y, como afirma el crítico Álvaro Guibert, talento suficiente para "tocar en Viena a Mozart o Haydn y sacar pecho".