Dimitri Tcherniakov. Foto: Javier del Real
Es el abanderado de una nueva generación de directores de escena que está revolucionando el género lírico. El Liceo de Barcelona estrena este domingo su versión de La leyenda de la ciudad invisible de Kitezh, de Rimsky-Korsakov, título apenas conocido fuera de Rusia. Tcherniakov se ha empeñado en hacerle un hueco en el canon.
"Es una de mis óperas favoritas", advierte a El Cultural desde el Liceo, donde se estrenará esta coproducción impulsada por el teatro barcelonés, la Scala y la Nederlandse Opera (en Amsterdam se presentó en 2012). Y tercia en la polémica en torno a los registas presuntamente endiosados: "No creo que dominemos el mundo de la ópera. Muchas veces, cuando voy a ver alguna función, me pregunto qué ha hecho el director de escena. Parece que ha distribuido los cantantes sobre el escenario y poco más. No conciben la ópera ni como teatro ni como una obra intelectual". Tcherniakov, en cambio, obliga a cada personaje a pasar por el psiquiatra: "Intento expresar todo lo que llevan dentro, incluso lo que no dicen. Para mí es fundamental plasmar las motivaciones que determinan su conducta dentro de la historia". Una apuesta de riesgo, en la línea del distanciamiento predicado por Brecht, que puede rebajar la temperatura emocional de las representaciones líricas.
En esta versión de La leyenda de la ciudad invisible de Kitezh Tcherniakov ubica la trama en un paraje postapocalíptico que remite al reflejado por Tarkovsky en Sacrificio. Rimsky-Korsakov se inspiró en un relato de origen medieval, una especie de fósil en el que se marida la tradición popular eslava con el cristianismo. La ciudad imaginaria a la que alude el título, situada en la Rusia central, desaparece justo antes de que sea invadida por los tártaros, que ya salivaban ante la inminencia de hincarle el diente. El milagro lo desencadenan los rezos de la santa Fevronia (encarnada por la soprano Svetlana Ignatovich), que vive un romance con el príncipe heredero Vsévolod (el tenor Maxim Aksenov). "Es una ópera compleja, con una profunda carga filosófica y un universo simbólico que se resiste a ser materializado sobre un escenario. Apenas se conoce fuera de Rusia. Ya la monté en el 2000 en el Mariinski. Tuve mucho éxito pero aquel fue un trabajo demasiado juvenil, con muchos defectos. Recordarlo era una tortura para un perfeccionista como yo. Tenía muchas ganas de abordarla de nuevo, en mi madurez. Creo que es una ópera injustamente desplazada. Mi deseo es que se conozca mejor y que con el tiempo pueda anclarse entre las principales del canon, a la altura de Don Giovanni o Lohengrin".
Para exportarla fuera de las fronteras rusas contó con un crucial aliado, Joan Matabosch. Estaba todavía al frente del Liceo cuando llegó a sus oídos la intención de Tcherniakov de regresar a la pieza de Rimsky-Korsakov. El actual director artístico del Real le brindó su apoyo, sumándose como coproductor con el coliseo de las Ramblas. Era una decisión coherente con su historia. Barcelona acogió el primer estreno fuera de Rusia en 1926 y allí se programó durante varios años seguidos, gracias a una respuesta muy favorable del público. Es la prueba de que La leyenda... puede trascender sus orígenes y gozar de popularidad. Aunque con Tcherniakov de por medio es inútil hacer vaticinios. Sus propuestas alternan los triunfos sonados (Eugenio Oneguin) con broncas estrepitosas (Don Giovanni, La Traviata). No es extraño ese contraste en alguien empeñado en sostener su ideal artístico, pese a quien pese. Una determinación que le emparenta con quien fue uno de sus más acérrimos valedores: Gerard Mortier. "Nunca olvidaré cuando después de ver mi Oneguin en Moscú se me acercó como un niño emocionado para felicitarme. Confió en mí desde el principio, sin apenas conocerme. Era un hombre que se guiaba por su instinto. Y si creía en ti te apoyaba hasta el final. Destacaría sobre todo su idealismo, una virtud en peligro de extinción hoy día, incluso en la ópera. Le vamos a echar mucho de menos".