El director Esa-Pekka Salonen. Foto: Johan Ljungstrom SR.
El director y compositor finlandés visita Madrid el 19 de mayo con la Orquesta Philharmonia de Londres, de la que es titular, para seguir "rompiendo con los estereotipos y mostrando la cultura en todas sus dimensiones". En los atriles, la Música fúnebre de Lutoslawski, la Séptima sinfonía de Beethoven y su querida Consagración de la primavera de Stravinsky.
Aludimos a la Philharmonia londinense y, por extensión, al concierto previsto este domingo en el Auditorio Nacional de Madrid dentro del ciclo sinfónico de Ibermúsica. Comparece Salonen a punto de cumplir no 50 sino 55 años. Y lo hace en una suerte de madurez y de hondura cuya evidencia sobrepasa el entusiasmo que supuso su irrupción como enfant terrible hace tres décadas.
No olvidan aquel fenómeno los maestros más veteranos de la Philharmonia. Recuerdan que un ignoto e imberbe director nórdico tuvo los redaños de subirse al podio con 25 años para conjugar la Tercera sinfonía de Mahler en la sede londinense. Fue una emergencia. Indispuesto Michael Tilson Thomas, tuvo que encontrarse a alguien que lo reemplazara. Tan de emergencia que Salonen nunca había dirigido la Tercera de Mahler, aunque el triunfal concierto (1983) puede observarse ahora como una premonición.
Tarde o temprano, Salonen debía ocupar el puesto de maestro titular. Lo nombraron principal director invitado entre 1985 y 1994, pero fue hace cinco años cuando se formalizaron las relaciones y cuando ocupó el "banquillo" que antes habían desempeñado Karajan, Klemperer, Muti, Sinopoli y Dohnányi.
Magma cultural
No ha sido sencillo el cambio de aires. Salonen procedía de la Filarmónica de Los Ángeles con todos los privilegios y obligaciones que implican asumir el símbolo absoluto de la actividad sinfónica californiana. Era una estrella de la ciudad, como ahora le sucede a Gustavo Dudamel, pero las prioridades del cargo, prolongado durante casi 20 años (1992-2009), también le exigían pluriemplearse en la captación de patrocinadores y en el cortejo de millonarios, naturalmente en ausencia de recursos públicos. "Londres supone ahora un cambio radical de actitud. La ciudad está llena de competidores. Impresiona el magma cultural. Hay un gran teatro de ópera, cuatro o cinco formaciones sinfónicas de gran altura y una actualidad musical desbordante. En un escenario como ése, se corre el riesgo de caer en el anonimato. Por eso hay que estimular a los espectadores con acontecimientos que les llamen la atención".Se refiere Salonen tanto a la audacia en la configuración de los programas -siempre hay un guiño de vanguardia- como a las producciones experimentales. Incluida una concepción multimedia de La consagración de la primavera que mimetizaba 29 cámaras entre los profesores de la Orquesta para que los espectadores pudieran sentirse realmente dentro. La obra de Stravinsky forma parte del programa con que recala en Madrid. También lo hacen otros dos compositores que Salonen frecuenta con devoción -Beethoven (Séptima sinfonía) y Lutoslawski (Música fúnebre)-, pero Stravinsky ha sido una referencia más estimulante.
Primero, por los desafíos que presentan sus obras. En segundo lugar, porque Salonen es también un compositor. Y en último término, porque ambos han compartido la experiencia de residir en Los Ángeles. Hasta el extremo de que el maestro finlandés estuvo a punto de comprar la residencia angelina en la que vivió Igor Stravinsky. Se abstuvo en el trance de la firma porque le impresionó que todavía permanecieran en el suelo las marcas del piano en que componía el coloso.
Pensó Salonen que se trataba de un lugar intimidatorio para trabajar, más o menos como si la casa estuviera encantada, aunque la decisión de abandonar Los Ángeles para recaer en Londres nada tiene que ver con un ritual exorcista ni con una fuga sofisticada. Más bien se trata de una nueva fase evolutiva que arraiga a Salonen en Europa y que lo predispone a novedades que antes le resultaban menos asequibles por la distancia geográfica y cultural.
Podríamos citar su tardío debut en La Scala de Milán, que se produjo en 2010. Y mencionar el desafío que implicaba dirigir El anillo del nibelungo en el Festival de Bayreuth. Se lo ofrecieron a Salonen teniendo en cuenta su experiencia como mediador de Tristán e Isolda en París -la misma producción de Peter Sellars y Bill Viola que se hará en el Teatro Real el año que viene-, pero el director "londinense" propuso la alternativa de Parsifal.
No es difícil que se produzca un acuerdo en futuras ediciones. Mientras tanto, Salonen persevera en la reivindicación de la vanguardia. Compara su relación con Lutoslawski a la que Karajan podría tener con Strauss. Y elogia la influencia de su generación en un cambio de óptica.
El 'team' contemporáneo
"Mi generación no sólo está interesada en Beethoven, Brahms o Mahler, sino que está especialmente atenta a la música del siglo XX y del XXI. Y no me siento solo. Quizá mi trabajo ha resaltado más que el de otros colegas, pero me consta que hay muchos directores comprometidos con la música contemporánea. Sería injusto olvidarnos de Simon Rattle o de Kent Nagano. Es necesario romper con los estereotipos y mostrar la cultura en todas sus dimensiones, porque de lo contrario, sólo vamos a tener una versión parcial, acomodada en el pasado".Es la dimensión conceptual con que se desenvuelve Salonen, pero también ha sido él un paradigma en el cambio de actitud del director de orquesta respecto a las generaciones precedentes. "Mucha gente piensa que ya no hay directores como los de antes, ni compositores, que nada de lo que hoy sucede tiene valor. Es una actitud derrotista, nostálgica, arraigada en la idea de que aquellos maestros exhibicionistas y egocéntricos representaban la perfección. Yo no quiero ser una estrella, ni exhibirme. Mi papel consiste en comunicar la música en las mejores condiciones posibles y en hacer comprender que el siglo XX y el XXI es nuestro tiempo".