David Larible. Foto: Gianluigi Di Napoli.
Coincidiendo con la programación de Fetén y Teatralia, el prestigioso clown italiano visita por primera vez el Teatro Circo Price de Madrid con un espectáculo de variedades para todos los públicos en el que combina números malabares con gags clásicos. Desde esta tarde y hasta el 3 de marzo, David Larible cuenta la historia de un mozo de teatro que acaba convertido en payaso.Podría haberlo rodado Kubrick pero pertenece a la biografía del payaso David Larible (Verona, 1957). El "incidente" ocurre a media noche en la soledad de una carpa circense. El augusto italiano ensaya el número del día siguiente. "No había nadie conmigo, pero sentía que alguien me observaba". Justo al final del artificio -dos pasos, traspié, cabriola- una extraña risotada rompe el silencio. "Venía de la jaula del mono. No sé si fue casualidad o qué, pero no pude evitar oír en mi cabeza los compases de Así habló Zaratustra".
Rememora la anécdota recostado sobre uno de los palcos del Teatro Curci de Barletta, en el tobillo de Italia, durante el descanso del nuevo espectáculo que prepara. "Un show sentimental -precisa- que reúne por primera vez a toda mi familia". Sobre el escenario, varios pedazos de una vieja pista de circo invocan la memoria de siete generaciones de trapecistas, domadores, acróbatas, malabaristas y payasos. La función empieza con Eugenio Larible, patriarca de 82 años, de la mano del más pequeño de sus nietos. Abriéndose paso entre las sombras, el abuelo y su vástago se recrean un rato con la nada allí convocada, acaso parafraseando el axioma wagneriano de Parsifal (‘¿Lo ves, hijo mío?, aquí el espacio nace del tiempo...'), pero sin rodeos metafísicos. Se trata de revelar el misterio de un oficio milenario. "En el circo, cada gesto es la suma de días, meses y años de ensayo", resuelve el artista veronés en un perfecto español que ha aprendido de su mujer, la aerolista mexicana Olvera Jiménez, con quien tiene dos hijos, también circenses. "Puedes trabajar un mismo número toda la vida. Por eso, aquí, todo nace del tiempo...". Lo dice sin parsimonias de payaso-filósofo. "La gente quiere que le hagas reír, no que le leas a Henri Bergson".
Larible se define como "un payaso augusto evolucionado a excéntrico con ciertos toques de carablanca", aunque las modalidades (vagabundo, soireé, mimo, Mesié Loyal...) no se eligen: "El hombre nunca puede proclamarse payaso, sino al contrario. Es como una posesión -asevera-, una posesión celestial". Larible sintió la llamada a los ocho años, contraviniendo los deseos de su padre de que siguiera sus pasos en el trapecio. "Al principio se sintió decepcionado. Desconfiaba de mí, me veía como un vago que intentaba elegir el camino más corto. Sabía, como sé yo ahora, que para llegar a ser payaso hay que hacer planes para otra cosa. Pasar por el resto de disciplinas circenses, de la cuerda baja a los saltos mortales".
Un hombre orquesta
El código disciplinario de su padre requería guardar la nariz en un cajón y enfrentarse al trapecio sin más maquillaje que el polvo de magnesio para manos. Empezó como acróbata-bailarín y siguió con los caballos. Jugó también en los juveniles del Verona y estudió trompeta en el Conservatorio de Roma. "Mi padre nunca parecía satisfecho. Cada poco llegaba con un regalo, que siempre era un instrumento nuevo. Yo ensayaba como un loco, porque sabía que pronto me pediría que le tocara algo".No era ningún secreto que tenía un don para hacer llorar de risa a la gente. Sólo había de ser paciente y esperar su momento. Entretanto, los profesores le seguían echando de clase con lágrimas en los ojos. A pesar de que un ataque de risa casi trastorna a una antipática profesora de francés, asegura que nunca ha recurrido a la burla o el chiste fácil. "En mis espectáculos interactúo con la gente, pero jamás he ridiculizado a nadie".
El día en que, por fin, su padre le animó a recuperar la nariz le invadió el pánico: "La gente da crédito al domador por el mero hecho de entrar en la jaula. Pero el payaso es una abstracción que cada noche se asoma al abismo". Es algo que aprendió de las funciones de los inolvidables Hermanos Tonetti, con quienes coincidió en el Circo Atlas. No llegó a escuchar en vivo el "¿cómo están ustedes?" de Miliki, aunque Rocío Aragón le dio clases de baile. "A España le debo buena parte de mi vocación. Mi vida cambió el día que mi abuelo me llevó a ver Yo Yo, de Pierre Etaix, a un cine de Madrid". Aprovechará la visita para dejarse caer por el Così fan tutte del Teatro Real, donde hace unos meses tuvo ocasión de recrearse con el Cyrano de Plácido Domingo. "Cuestión de narices, supongo".
A los 15 años se topó con un león mal enjaulado a las puertas de su roulotte. "Por suerte alguien me había explicado que a un león no se le puede huir. Así que le mantuve la mirada y, al poco, dio media vuelta y se marchó por dónde había venido". Sabe que el peligro aliña cada una de sus rutinas. "Pero nunca he traficado con el miedo y he renunciado al morbo que convoca a la gente con la esperanza de que suceda una fatalidad". Insiste en que el circo es el lugar más seguro del mundo -"más que los aviones"-, aunque las cicatrices le delatan. "La expresión española 'esto es un circo'no tiene para mí ningún sentido. ¿Dónde se ha visto un caos en el que a cada objeto le corresponda una caja para su transporte?".
Principio de incertidumbre
Decía Henry Miller que un payaso es un poeta en acción. Larible es ese "verbo interpretado", un payaso ilustre que recita a Rilke y repasa al piano las óperas de Verdi, que sueña en seis idiomas y recoge premios en los festivales más importantes, de Montecarlo a Budapest. Pero no se llama a engaño: la lección más importante no se encuentra en los libros. "Los únicos requisitos para ser payaso han sido siempre la sensibilidad y la humildad". Conjugadas, dice, de acuerdo a un principio scenico de incertidumbre: "El de no saber cómo va a reaccionar el público esa tarde. Detesto la risa fácil. No me gusta el público que se desternilla antes de que salgas a la pista. El humor y la risa son como una muela: hay que arrancársela a la gente". Ha llenado el Madison Square Garden y ha sido durante 8 años la estrella de las tres pistas del Ringling Bros and Barnum & Bailey de Estados Unidos, pero prefiere las distancias cortas, "el tú a tú con el espectador".El show de variedades que trae por primera vez a Madrid "es un regreso al futuro" en torno a la metamorfosis en payaso de un mozo de teatro. "Quiero demostrar el enorme potencial que todos tenemos". El espectáculo, que ha adaptado para la ocasión al escenario circular del Circo Price (donde estará en cartel desde hoy y hasta el 3 de marzo), combina malabares con gags clásicos que beben de la Commedia dell' Arte, el teatro improvisado de Molière, la tradición de los maestros (Charlie Rivel, los Rudi Llata, Oleg Popov) y el legado cómico de Charlie Chaplin, "que no fue un actor -precisa- sino un payaso".
-¿Cuál es la diferencia?
-El actor interpreta un papel distinto en cada momento. Está allí, mientras que el payaso es siempre él mismo. Boxeador, camarero, ladrón o árbitro, todos son Chaplin. Lo mismo ocurre con las películas de Keaton y Cantinflas. ¿Es Benigni un mal actor? No. Benigni es Benigni, dentro y fuera de la pantalla.
Se refiere a la famosa intervención de su colega italiano en el programa televisivo de Roberto Saviano. "No cobró caché porque consideraba que era demasiado elevado". También le dedicó Benigni una canción a Berlusconi, "un personaje -según Larible- que más que risa provoca vergüenza". Lo que sabe de España a través de la prensa internacional es que la clase política está más cerca de la ciencia ficción que de merecer una nariz roja. "Hacer reír es una cosa muy seria. Más ahora que la gente no está para bromas".