Luis Eduardo Aute (Manila, 1943) se adelantó a los reyes con los carboncillos de El niño que miraba el mar, película animada (que él mismo ha dibujado, fotograma a fotograma) a modo de videoclip del tema que da título a su último disco. Se presentaba anoche en el Teatro Español de Madrid, donde el cantautor, de 69 años, partió la pana de las chaquetas en dos horas largas de concierto. Interpretó los "once temas y medio" del nuevo trabajo, y otros trece más, no está claro si siguiendo un guión u obedeciendo los gritos y sugerencias del público, entre los que se encontraban Luis Antonio de Villena y Pilar Bardem, que no se quitó el abrigo en ningún momento.
El niño que miraba el mar es el espacio entre dos fotografías: la de un crío sentado en un malecón de Manila, allá por 1945, dando la espalda a una ciudad destruida, y la que le hizo su hija, Laura, en Cuba hace dos veranos, también frente al mar y casi en idéntica perspectiva. A lomos de un basilisco, Aute sobrevuela los recuerdos de su propia biografía con una nostalgia arrolladora que a ratos empalaga. No faltaron alusiones a la ferocidad de la crisis y "al estado de derechas en el que vivimos": más explícitamente en Feo Mundo Inmundo (léase FMI) y Atenas en llamas, "que es un homenaje a la cuna de la democracia, hoy convertida en un país paria que está a merced de los mercaderes del norte de Europa que ayer recibieron el Nobel de la Paz", aseveró el poeta.
Tardó Aute en romper el hielo: se plantó en el escenario de impoluto negro y haciendo gala de su habitual seriedad. Serena timidez que le obliga a recitar hasta los chistes. Se le trabó un verso en los primeros compases de Un ser humano, pero el público le perdonó éste y otros deslices, a la espera de que eclosionara el huevo y apareciera el canalla que Aute lleva dentro. Así ocurrió: dos temas más tarde, ya se confesaba, entre idas y venidas a una copa de vino tinto, "devoto creyente, creyente del sexo" y disertaba sobre el orgasmo y la masturbación, mientras en los teclados Cope Gutiérrez ponía piano, acordeón, carruseles y hasta órgano de Iglesia a toda esa lasciva carnosidad, que culminó, como no podía de otra forma, en un extático Mojándolo todo. Dedicó Señales de vida a John Lennon y Musa a Leonard Cohen, a quien parafraseó: "Si supiera de dónde vienen las canciones yo también las haría con más frecuencia". Sí, Aute está mayor, pero no hay motivos para pensar en una despedida. Mejor así.
Al calor de la nostalgia, se defendió mejor en el repertorio antiguo: el público, poco participativo al principio, cantó cada minuto de Las cuatro y diez y vibró con los ya clásicos Siento que te estoy perdiendo y Sin tu latido, que ganaron enteros en intensidad gracias a Cristina Narea (coro y bajo) y sobre todo a la inspiradora guitarra de Toni Carmona, ideólogo del disco. Hasta tres propinas ofreció el cantautor, que a falta de La belleza y Al alba cerró con De alguna manera, esta vez solo en el escenario. Entonces ocurrió lo inesperado: su guitarra empezó a crepitar sin que en el control de sonido pudieran hacer nada, salvo esperar el milagro. Ni diez segundos tardó Carmona en acudir en su auxilio e improvisar una versión eléctrica de ese bellísimo desgarro. "Y nada más, nada más, apenas nada más".